Las provincias argentinas tienen una situación muy peculiar comparadas con otras regiones del mundo. Todas tienen una gran cantidad de recursos naturales que van desde la yerba mate y el tabaco, hasta la minería, la forestación, las posibilidades agrícolas muy variadas y la riqueza ictícola o turística. ¿Por qué entonces muchas de ellas son pobres? ¿Por qué parecen preferir esa situación y los gobernadores “gustan” de venir a Buenos Aires a pedir recursos en lugar de desarrollarlos?
Podemos remontarnos a la historia cuando, luego de las luchas fratricidas, las crisis internacionales y muchos otros avatares, se acordó que la Nación compartiera recursos con las provincias. Aunque sea muy fácil echarles la culpa a nuestros tatarabuelos, todos queremos que nuestros nietos vivan en un país mejor.
Para ello necesitamos que cada provincia logre desarrollar sus recursos. La carga impositiva no puede ser la misma en todo el país. Cada provincia debe estar en condiciones de otorgar beneficios fiscales, si así lo considera prudente. Hoy, solamente con ingresos brutos y algún otro impuesto provincial o municipal se puede hacer una gran diferencia. Mucho mejor aún sería si cada provincia cobrara y gastara sus propios recursos. Imaginemos si las retenciones que se han cobrado durante todos estos años en cada provincia hubieran vuelto a ellas o al pueblo donde se generaron. No sólo habría mejor infraestructura orientada a generar recursos sino que se realizaría mucho mejor control del gasto, ya que veríamos lo que el vecino hace.
El federalismo fiscal, que de eso se trata, sería también un gran incentivo para aquellos otros municipios que tienen otras posibilidades. Contamos con la inmensa suerte de que los recursos se complementan, ya que cada provincia y región tiene algo que las demás no tienen. Y, sobre todo, que el mundo necesita. No pensemos solamente en la soja. Desafío al lector a que encuentre una sola zona en donde no haya recurso. Y, por supuesto, se puede armar polos industriales o de servicios prácticamente en cualquier lugar, es cuestión de conectividad y transporte.
Además, hace falta que la gente quiera vivir en las provincias. Si toda la infraestructura se dedica solamente a los grandes centros urbanos, está claro que la gente partirá de su lugar natal en busca de la ciudad y nunca volverá. La situación se agrava porque, habiendo cada vez más gente en las ciudades, apenas alcanzan los recursos, y cada vez menos servicios habrá, o más diferencia en calidad tendremos con los servicios de las pequeñas localidades.
No me cabe duda de que es muy difícil y ambicioso generar este cambio. Pero cuando hablamos de reformas tributarias, debemos considerar la fenomenal importancia del federalismo fiscal. La coparticipación debería cubrir un mínimo de ingresos, y cada provincia debería abastecer sus propios recursos y costos. Sólo así habrá mejor control, sólo así habrá análisis de dónde invertir con mayor impacto para el resto de la comunidad, sólo así buscaremos lo mejor para crecer en cada lugar. Dejaremos la situación actual, donde alguien anónimo decide mirando un mapa, sin tener acabado conocimiento de lo que ocurre en cada zona o región.
Volcando los recursos en cada provincia y enfocándose en lo que cada uno puede desarrollar, los sistemas educativos deberían apoyarlos. Si lo más importante será el recurso X, la educación debería contribuir con todos los elementos que mejoren su explotación.
Pongo un ejemplo: Añelo, cerca de Vaca Muerta, necesita hoteles, caminos, servicios mecánicos, alguien que dé de comer a tan gran cantidad de personas, que provea servicios de entretenimiento. Si es tan obvio para un pueblo petrolero, ¿por qué no puede serlo en todas las localidades argentinas? Pensemos en chico para tener grandes resultados.
*Economista, Ucema.