Aunque los Juegos Olímpicos no son sino un gigantesco negocio que concentra las pocas virtudes y los muchos vicios del capitalismo, en principio me gusta mirarlos. Son el evento televisivo más importante de la historia y, desde su relanzamiento bajo el lema “citius, altius, fortius” (“más rápido, más alto, más fuerte”), no ha dejado de crecer en cantidad de disciplinas incluidas, países y atletas participantes.
Argentina fue uno de los 12 países que fundaron el Comité Olímpico Internacional en 1894, pero su actuación fue siempre más bien mediocre por la falta de educación física y formación atlética que caracteriza a nuestra República, que abandona a los atletas y deportistas a su suerte.
Una vez que constaté lo que ya sé (la belleza del atletismo y la gimnasia, el hastío que me provocan los deportes grupales), me doy cuenta de que, lejos de amortiguar el ruido cotidiano, la competencia olímpica lo amplifica. Al mismo tiempo que me dejo atrapar por las mujeres-gacela, por los hombres-pájaro y por los jóvenes-delfines me doy cuenta de la perversidad de un universo compuesto por una élite de privilegiados.
Y luego están las lamentaciones y los reproches. Argentina perdió. Argentina pierde. Argentina quedó afuera. Estas frases retumban como piedras que ruedan hacia el abismo en el que muere el principio esperanza. Se refieren a la performance de los representantes de nuestro país en los Juegos Olímpicos, pero uno no puede sino atribuirlas también al bajo coeficiente energético que nos caracteriza. Argentina nunca estará bien preparada para enfrentar los desafíos en los que se involucra, porque no se termina de entender la lenta y rigurosa formación que se requiere para brillar en una disciplina. Por eso tienen tan buena prensa los deportes grupales: ahí es cuestión de “juego”, el infantilismo que pone el propio destino del lado de la suerte, cuando no de la picardía criolla.
Demasiada realidad para mí, que miro televisión sólo para escaparme de ella. Pero como todo el mundo (literalmente) está mirando los Juegos Olímpicos, la oferta de ficciones es más bien pobre y yo no tomé la precaución de ahorrar para tiempos como éste. A falta de ficciones dadas, me dedico a inventar las mías.
Las aguas turbias de la pileta olímpica. Una bacteria psicotizante plantada por un científico demente. Una guerra entre lesbianas lanzadoras de martillo y locas nadadoras. La villa olímpica convertida en campo de batalla. Las favelas aprovechan la circunstancia, bajan del morro y toman la ciudad fundando la Comuna Socialista de Río. Las fuerzas armadas quieren intervenir, pero los atletas chinos crean un círculo defensivo alrededor de la Comuna. Imposible atacarlos sin represalias del gigante asiático. Se proclama la propiedad colectiva de los departamentos de Ipanema y el amor libre.