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Banalización de la política

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Los autores de la propuesta de interpelación a Dilma Rousseff seguramente la escribieron sopesando cada palabra y analizando el debate que suscitaría entre los legisladores. Quienes seguimos en vivo la votación en la Cámara de Diputados, interesados en conocer los argumentos de quienes respaldaban a la presidenta y de quienes querían destituirla, nos llevamos una enorme sorpresa. Nadie se refirió a los argumentos de fondo del proceso, sino que se armó un carnaval bizarro en el que la banalización de la política llegó al extremo.
Monte Athos es un país religioso habitado exclusivamente por monjes que prohibieron desde hace mil años el ingreso de las mujeres a su territorio y también de las hembras de cualquier especie. Hay toros, gallos, caballos, pero no vacas, gallinas o yeguas. Sin embargo, ni siquiera en un proceso en contra del prior de la Gran Laura se mencionaría tantas veces a Dios como se hizo en esta legislatura del país de la Garota de Ipanema y del Carnaval de Río.
Desde el punto de vista jurídico, el motivo del impeachment en contra de Dilma era estrafalario: la tardanza en realizar unos depósitos para maquillar las cifras del déficit fiscal. Eran palabras sin mucho sentido que no expresaban la realidad: el juicio de Dilma tuvo lugar en un contexto político caótico, en el que todo su entorno y también muchos de los diputados que la censuraron están envueltos de alguna manera en el escándalo de corrupción más grande de la historia. Lo que movió a los legisladores a votar en contra de Dilma no fue la contundencia de la acusación, sino el hecho de que el 80% de los brasileños quiere su salida y muchos se movilizan en las calles furiosos por la situación. Los diputados no se movieron por razones, sino por temores y entusiasmos irracionales.
Los argumentos que se esgrimieron en contra de la mandataria sirven para reflexionar sobre la banalidad de la política en la edad de internet y la desconexión entre los textos y las realidades emocionales en la política posmoderna. No sólo los electores han reemplazado la discusión de las ideas por el espectáculo, sino que también los diputados del país más grande de Iberoamérica razonan de manera tan superficial que quienes nacimos en la Galaxia Gutenberg nos estremecemos.
Fue patético escuchar que algunos diputados decían que votaban en contra de la presidenta por: la nación evangélica, el cristianismo, la masonería, Dios, los evangélicos o para que ningún gobierno se pueda levantar en contra del pueblo de Israel. Dios fue el argumento más frecuente aunque en esto ninguna religión tenía nada que ver.
Otros invocaron motivos familiares: por los principios que me enseñó mi familia, por mi nieto Gabriel, por mi esposa Mariana, en homenaje a mi padre Roberto Jefferson, por mi esposa Paula, por mi hija que va a nacer y mi sobrina Helena, por la tía que me cuidó de pequeño, por mi familia y mi Estado. Algunos tuvieron posiciones más institucionales y programáticas: por el aniversario de mi ciudad, por la defensa del petróleo, por los agricultores, por el café, por los vendedores de seguros de Brasil, para evitar que los chicos aprendan sexo en las escuelas, para acabar con la Central Unica de los Trabajadores, para que no den dinero a los desocupados. Tuvieron la liviandad de decir que votaban para que termine la corrupción incluso algunos diputados procesados en la Justicia
por su participación en el Petrolão o el Lava Jato.
Hubo quienes votaron haciendo un homenaje a los militares golpistas de 1964. Un ex militar, Jair Bolsonaro, dijo que votaba contra Dilma en homenaje al coronel Ustra, uno de los torturadores más crueles de la dictadura militar, condenado por sus ataques obsesivos a los órganos genitales de los presos con alicates, tenazas y descargas eléctricas. Lo estremecedor para quienes rechazamos siempre las dictaduras fue oír que la multitud aplaudía a rabiar estas tonterías. Seguramente no las escuchaban. Simplemente alentaban su deseo de que se vayan las autoridades.

*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.

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