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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Banderas muy costosas de defender

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El Gobierno parece defender dos banderas: no acordar con los holdouts (o endurecer la postura haciendo imposible un acuerdo) y evitar una devaluación. Ambas afectan a la actividad económica, porque el sector productivo privado no puede absorber nuevas dosis de atraso cambiario, que ya está resintiendo seriamente los niveles de producción y empleo, y porque la falta de financiamiento obliga a restringir la demanda de divisas, incluso la necesaria para fines productivos.

La economía argentina se va quedando sin márgenes, y no parece sencilla la salida de la trampa en la que se encuentra. Para peor, el mundo ya no juega tan a favor, luego de años de ser un amortiguador de los problemas domésticos. La soja pierde valor, Brasil está estancado, el dólar se fortalece, y lentamente las tasas de interés internacionales amenazan con subir. Internamente las tensiones aumentan. Tenemos inflación, presiones devaluatorias, déficit fiscal en aumento y desempleo en alza, pero las autoridades económicas no dan señales de un rumbo económico dirigido a atacar esos problemas.
En momentos en que el dólar tiende a subir en el mundo, el virtual congelamiento del tipo de cambio nominal logró que 2014 termine con atraso cambiario récord, que supera al atraso de los momentos previos a la aceleración devaluatoria de fines de 2013. La recesión, junto con la paralización del tipo de cambio, está permitiendo que la inflación se desacelere. De hecho, en el último trimestre la inflación anualizada fue inferior al 25%. Sin embargo, esto está lejos de compensar la suba del dólar respecto a las otras monedas y el hecho de que la caída del precio del petróleo también provoca una fuerte desaceleración de los precios a nivel mundial.

En el último trimestre de 2014 se produjeron caídas generalizadas en las monedas, tanto de los países centrales (el yen, la libra y el euro bajaron entre 5 y 10% respecto del dólar) como de los países emergentes, incluyendo cerca del 10% en el peso mexicano y el real brasileño, y del 15% en el peso colombiano. Aun monedas relativamente estables, como el peso chileno y el sol peruano, mostraron caídas importantes respecto del dólar. En ese marco de fortaleza del dólar, el casi inmóvil peso argentino y el peso uruguayo son algunas de las contadas excepciones. Al mismo tiempo que se fortalece el dólar, la caída del precio del petróleo lleva a la aparición de variaciones negativas en los índices de precios en los países centrales, desaceleración de la inflación en los países emergentes y hasta casos puntuales de variaciones negativas (como Perú).

Como consecuencia de la inmovilidad del dólar en la Argentina, su suba respecto de las otras monedas, y la inflación en nuestro país muy por encima de la internacional, el peso volvió al valor que tenía en diciembre de 2001 respecto del dólar estadounidense, y se encuentra en valores mínimos para toda la posconvertibilidad respecto del real y del tipo de cambio multilateral, lo que implica un atraso cambiario que se estima que actualmente supera el 40%.

 Este atraso cambiario afecta a la actividad económica, principalmente a las economías regionales, impactando sobre el nivel de empleo. De hecho, el empleo privado registrado está estancado desde fines de 2011, por lo que el empleo registrado depende del sector público para expandirse. Esto refleja el agotamiento del “modelo” desde 2011 y desde 2008 en los sectores transables, como consecuencia de la paulatina
pérdida de competitividad de la economía argentina.

Como evidencia de la falta de competitividad, se puede señalar la dinámica de los salarios industriales argentinos en comparación con Brasil. De 2003 a 2007 se mantuvieron 13% en dólares por encima de los del país vecino, diferencia que se amplió al 19% en 2008 y fue aumentando progresivamente hasta el 85% en 2013. A principios de 2014 la devaluación argentina redujo esta brecha, pero ésta se mantiene por encima del 60% y con tendencia al alza, a medida que el real brasileño se deprecia contra el dólar, mientras que el peso argentino se mantiene casi inalterado.

El impacto de la pérdida de competitividad industrial se refleja también en la pérdida de participación de la industria en el PBI. La caída de casi tres puntos porcentuales de la industria sobre el PBI por el atraso cambiario en los 90 se revirtió como consecuencia de la devaluación de 2002. Pero luego, conforme el tipo de cambio se atrasaba, la industria comenzó a perder nuevamente participación y en 2014 representaría el 14,5% del PBI, incluso menos que en el año 2002. Cabe destacar que la industria está siendo golpeada, además de por el atraso cambiario, por las restricciones a las importaciones, ya que en el dilema “reservas vs. actividad”, en 2014 se priorizaron las reservas internacionales.

En 2015 el deterioro del nivel de actividad y empleo puede ser muy costoso en términos políticos, por lo que la ilusión de poder controlar precios y cantidades (tipo de cambio y reservas) probablemente se desvanezca o continúen maquillándose las reservas para evitar mostrar un deterioro inexorable, dejando como “regalo” las correcciones pendientes al próximo
gobierno. 

Sin embargo, aun si maquillar las reservas internacionales con préstamos de corto plazo, como por ejemplo, mediante el swap con China, permitiera atravesar 2015 con cierta tranquilidad, los problemas de fondo continuarán e inexorablemente deberán atacarse las causas y no sus consecuencias, como en los últimos años.

En este sentido, paradójicamente, cuanto mejor sea la situación económica este año, peor podría ser el escenario de comienzo del próximo mandato presidencial. Si el deterioro económico fuera mayor, las consiguientes tensiones podrían llevar a que se reduzca (o aun se revierta completamente) el desalineamiento de variables clave, como el tipo de cambio. Adicionalmente, las tensiones económicas en 2015 darían mayor libertad de acción a la próxima administración. Contrariamente, si se logra acceder a financiamiento externo en 2015, el próximo presidente tendrá más por hacer y tendrá la necesidad política de ser más gradualista. Hay que tener en cuenta que se prevé que el candidato que gane, sea cual fuere, no tendrá mayoría en el Congreso para imponer un programa muy ambicioso de reformas. Por eso es esperable que cuanto mejor sea 2015, peor será 2016 y viceversa.

Lo único cierto es que la fiesta siempre se termina pagando.