COLUMNISTAS
NADIE LOS CONOCE NI SABE COMO VIAJAN, NO SERAN UN FENOMENO PARANORMAL?

Barrabravas en la isla de Lost

Era un rubiecito de sonrisa ingenua, mofletes rosados, pecas, ojos chiquitos y grises. Veinte, veintidós años a lo sumo, aunque aparentaba menos. No lo conocía, o al menos eso creía: su rostro me parecía familiar.

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—Yo veo gente muerta.

—¿En tus sueños?

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(Cole niega con la cabeza.)

—¿Mientras estás despierto?

(Cole asiente.)

—¿Muertos en sus tumbas?

—Caminando por ahí, como gente normal. Ellos no ven a los demás. Sólo ven lo que quieren ver.

—¿Y cuándo los ves?

—Todo el tiempo. Están por todas partes.

Bruce Willis y Haley Joel Osment en “Sexto sentido” (1999), dirigida por M. Night Shyamalan.

 

Era un rubiecito de sonrisa ingenua, mofletes rosados, pecas, ojos chiquitos y grises. Veinte, veintidós años a lo sumo, aunque aparentaba menos. No lo conocía, o al menos eso creía: su rostro me parecía familiar. Maldición, ¿qué diablos venía a hacer este desconocido frente a mi escritorio, y justo en el medio de un maldito cierre?

—Mi nombre es Cole, señor Asch. Y vine para contarle mi secreto.

Sí, era él, once años después. Cole Sear, el chico de Sexto sentido.

—¿Vos no sos aquel que le decía a Bruce Willis que veía gente muerta?

—El mismo. ¿Cómo me reconoció?

—Vi la película mil veces y la verdad, estás igual. Por cierto, te advierto que sé lo que es ver muertos todo el tiempo. Soy de Racing, ¿sabés? Ahora disculpame, pero estoy con este tema de los barras en Sudáfrica y...

—De eso quería hablarle. Los conozco. Sé cómo hacen para ir a todas partes. ¿Le interesa que lo hablemos?

Glup. Claro que sí. Pedí dos cafés, robé una silla de otro escritorio y traté de disimular mi ansiedad. Quería saberlo todo.

—¿De donde sacás la información? ¿Te metiste en la CIA, nene?

—No, sigo en el negocio del arte. Dibujo tapas de Iron Maiden, actúo, escribo guiones. El último fue el del final de la serie Lost. ¿La conoce?

—Uf… Imposible no conocerla. ¡No me digas que esa idea de que estaban todos muertos fue tuya! (Cole asiente) ¿Sí? Es para matarte. Aunque, tratándose de vos, querido… Bueh, vayamos al grano. ¿Qué sabés del Sinco-gote Salto, el Manco Aravena y el Gusano Ariel Pugliese?

—¿Sin cogote? ¿Manco? ¿Gusano? ¡Esos son de los míos! La gente que me saluda todos los días está un poco estropeada, ¿sabe? Le faltan partes, se arrastran por el piso, se caen a pedazos…

—Sí, ¡pero éstos viajaron en avión con Maradona y los jugadores!

—Cierto. Y antes estuvieron en Venezuela, en Montevideo contra Uruguay, donde se agarraron con los de Nacional, y en Cutral Có, cuando tiraron la bengala que lastimó a Palermo. Nadie sabe de ellos, nadie los conoce. O eso dicen. ¿Por qué pasa eso? ¿Lo pensó? ¿Por qué usan bolsos iguales a los de la AFA? ¿Por qué Pablo Fernández Toucido, el jefe de Seguridad, los recibió de lo más amable en la puerta de la concentración? ¿Por qué cantan “somos la barra de Diego y el Narigón”? Je, je…

Cole me miraba con una intolerable media sonrisa y sus ojos de cordero degollado. “Están, pero no están…”, repetía, irónico. Me ponía nervioso.

—Mire Asch, Grondona dice que les advirtió a todos que esta gente les iba a traer problemas, pero Maradona negó haber hablado del tema con él. “No los conozco”, jura ahora, mientras el doctor balbucea y los dirigentes se hacen los distraídos. Bla, bla, bla. Diego, ofendido, aseguró que nunca la Selección le dio dinero a los barras, pero su amigo Ruggeri, en televisión, contó cómo en 1986 todos pusieron menos él, enojado porque le habían incendiado la casa. ¡Hasta Grondona tiró la toalla! “Esta historia de Bilardo y Maradona con los barras no es nueva: nació en México. Y es un tema que no tiene solución. El que los enfrenta, termina mal”, dijo. ¿Qué le parece?

—Que me tienen podrido. Todos.

—Tranquilo. Piense: nadie los ve, nadie los conoce… ¿no le dice nada eso?

—¿Y? ¿Quién los banca, entonces? ¿De qué viven? Uy, ¿viven, dije? Oh, no. ¡Maldita isla de Lost! No me digas que ellos... ¡Naah…!

No había caso, Cole me ponía furioso. Me convidó pastillas y trató de calmarme contándome las barbaridades que le escuchó decir a don Raúl sobre la interna de la UCR y los gritos de Freddie Mercury, indignado con los tributos y la intolerable versión de Somebody to love que hizo Macri. No lo logró. ¿Qué quería? ¿Qué creyera que los barras son “gente muerta”?

—Obvio, Asch. Ellos, y los dirigentes también. ¿O acaso alguien los vio rindiendo cuentas? ¿Dónde está Aguilar? ¿Y De Tomaso? ¿Y López? ¡Se esfumaron! Con los árbitros es igual: Brazenas dirigió Velez-Huracán y… adiós. Lo mismo con Aníbal Hay. ¿Se da cuenta? Desaparecen como por arte de magia y vuelven cuando se les antoja. ¡Son intocables! Convénzase. El fútbol y el poder político están llenos de esa gente.

Mmm… El pobre Cole había pasado demasiado tiempo viendo fantasmas. Desvariaba. Saludó a Timerman y al Pelado Ramos, que andaban de visita por la redacción, y prometió que le comentaría a Bruce Willis mi propuesta de sumar a varios de estos encantadores energúmenos de elite para Duro de matar 5. Después me dijo que lo esperaban en Recoleta, saludó y se fue. Se fue, pobre, susurrándole cosas a vaya a saber quién y sin haber descubierto nuestro secreto peor guardado, compatriotas.

El motivo por el cual, en este extraño país, los más vivos son, casi siempre, esos muertos espantosos.