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reapariciones

Barrilete cómico

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La mutaciones de Diego Maradona no paran nunca: fue menemista, cavallista, cobista, delarruista, cubano, árabe, leproso, diablo rojo, bostero, cristinista y, ahora, bolivariano. Mientras en Venezuela Maduró el nockout, él se apunta a defender la revolución chavista y se presenta como partenaire de Víctor Ego Morales para conducir un programa del Mundial que se viene en Brasil.

La verdad, tampoco hay que caerle con todo a nuestro mejor jugador de la historia, qué puede hacer: hay pocos lugares más laxos que el mundo del fútbol. Ahí se permite todo. Dirigís a la Selección Nacional durante la dictadura militar y no pasa nada: al contrario, sos un héroe del fútbol ofensivo. La volvés a dirigir mientras los soldados argentinos mueren y penan en Malvinas y no pasa nada: tenés un lugar en la tele para comentar fútbol cuando quieras. Relajate. Si ya ganaste un Mundial mientras mataban a medio país bajo una de las dictaduras más sangrientas de América Latina y todos salimos a festejar porque, decían, no sabíamos lo que pasaba.

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Decir que existe la violencia en el fútbol es lavarse las manos, la violencia es social y baja a las gradas, a las discusiones familiares, a las paradas de taxis, a los bares, a las universidades, a las aulas de la primaria, a los hoteles de pareja. Escuchemos la música del ocaso. La gente canta, enfervorizada: “No existís, X, no existís”, y lo hace tan mántrico que al final la hinchada rival, como sucede ahora, no existe. ¿Se habrán ido a la isla de Lost? ¿Para qué sirve jugar a algo sin un adversario, sin el respeto por el adversario?

Para colmo de males, los fundamentalistas del patriotismo que entran en celo con los mundiales ya se frotan las manos ante la inminencia de otro.
Me acuerdo de Ernesto Sabato diciendo que la Argentina merecía ganar el Mundial del ‘78 para poder demostrarse, como país, que podía hacer algo en el mundo. Increíble, ¿no? De verdad, si queremos acabar con la violencia, hay que empezar de cero.

Una cosa que se podría hacer, por ejemplo, es devolver la copa que se obtuvo en el Mundial ‘78. No se puede seguir con eso. Nuestra sociedad debería decir basta, no se festeja ni se juega un campeonato mundial mientras matan a todos. Esa Copa es una ignominia.

Y así tal vez reaparezcan, algún día, los hinchas rivales que están perdidos en el espacio tiempo burocrático del poder político, entre muchas otras cosas.