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Berensztein y el revisionismo

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Alguna vez he asistido como escucha a una disertación de Sergio Berensztein y, a pesar de disentir con algunos de sus enfoques, quedé bien impresionado por la claridad de sus ideas y su facilidad para exponerlas, virtudes que también ostenta en sus notas escritas que leo con interés.
Pero insólitamente se permitió opinar en este diario sobre la crisis del Instituto Dorrego ignorándolo todo sobre la misma. Ello no lo inhibió para hacerlo con ampulosidad, aludiendo al “pomposo Titanic de la Inquisición Revisionista que debía purificar nuestra sagrada historiografía nacional y latinoamericana de la maldita peste entreguista, cipaya y liberal”. Chupate esa mandarina…

Como bien sabemos una cosa son las ideas y otra las instituciones que las representan, hay ideas poderosas e instituciones frágiles que no pueden evitar crisis serias. Eso es lo que sucedió con “Poliarquía” comentada en este mismo diario y que reproduzco textualmente: “Durante la semana circularon rumores que iban desde desmanejos financieros hasta la atención personalizada de un cliente no consensuada entre los socios, resultados de encuestas con “números especiales” hechos para un gobernador y celos por cuestiones de ego entre los socios.” No se me ocurrió entonces mofarme del infortunio de una institución respetable integrada por profesionales destacados y mucho menos enarbolando argumentos descalificatorios.

Asombra que alguien que ostenta un título en Historia pueda dar a entender, más por no aclararlo que por decirlo,  que el revisionismo es una creación del actual gobierno para servir a sus intereses cuando existe como alternativa desde que los vencedores de nuestras guerras civiles después de Pavón escribieran la que desde entonces es nuestra tendenciosa historia oficial. Es también desatinado opinar que el revisionismo es una “argumentación histórica con fines meramente ideológicos”, lo que agravia el rigorismo científico que algunos nos imponemos como premisa fundamental.

Juan Bautista Alberdi nunca supuso que un siglo y medio más tarde se sospecharía que su afirmación de que Mitre y Sarmiento ejercían “un despotismo turco en la interpretación de la historia” favorecía los designios del gobierno Kirchner. O que las ideas y los escritos de Pepe Rosa, del Colorado Ramos, de Scalabrini Ortiz, de Arturo Jauretche, de William Cooke, de Hernández Arregui, de Fermín Chávez serían funcionales a los propósitos del “relato”.

¿Polemizar sobre Sarmiento o sobre Rosas encubre una intención vergonzante? ¿Elogiando a Dorrego se pretende por algún extraño carácter transitivo exaltar a alguien? ¿La reivindicación de Juana Azurduy, maravillosa luchadora por nuestra independencia como tantas otras mujeres negadas por la historia consagrada, es  inquietante?
Es el liberalismo historiográfico, y Berensztein honestamente adscribe a él, el que se siente amenazado y reacciona cuando se cuestiona la fragilidad de sus bases que han impuesto un pensamiento único en la interpretación de nuestra historia. ¿Acaso Rivadavia, el despiadado enemigo de San Martín y culpable del venal empréstito Baring, se merece dar su nombre a la que suponemos la avenida más larga del mundo? Sí, porque de esa manera se legitima a la corte de funcionarios endeudadores seriales, saboteadores del federalismo y depredadores de nuestra industrialización. La historia es un aparato ideológico del Estado (Althusser) y los poderes saben cómo utilizarlo.

En nuestra Argentina es perentorio sustituir el agravio por el debate, por eso propongo a Berensztein que compartamos una charla pública cuyo tema será las distintas corrientes historiográficas en nuestro país y las bases que las sustentan. Como ambos somos capaces de un diálogo civilizado, estoy seguro de que, como siempre sucede, surgirán más coincidencias que las predecibles.

*Ex miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego.