Como nunca antes en la historia, la argentinidad está bajo una atenta mirada global. Gracias al Papa, ciertos íconos de nuestras costumbres e historias (desde el mate y mi querido San Lorenzo hasta el peronismo y la dictadura militar) intentan ser observadas y analizadas por gran parte del planeta.
También como nunca antes deberíamos resistir la enorme tentación chauvinista de sentirnos, por ello, el ombligo de la Tierra (y del Cielo, claro). Ya lo planteó desde el inicio mismo de su papado, en sus primeras palabras públicas tras ser electo, Jorge Bergoglio, al plantear que la Iglesia había ido a buscar a su nuevo líder al fin del mundo.
Si ya no lo es, lo será a medida que se desarrolle su pontificado: Francisco será el argentino más conocido del universo e instalará nuestra marca país a niveles desconocidos hasta ahora.
En ese sitial simbólico, desplazará a un segundo lugar nada menos que a Lionel Messi, indiscutido número uno del fútbol mundial. En su contratapa de ayer en PERFIL, Jorge Fontevecchia consideró que las comparaciones de Bergoglio con Messi no tienen puntos de contacto más que superficiales (ver http://e.perfil.com/francisco).
Claramente son incomparables a la hora de examinar los lugares que ocupan, el poder que ejercen y la influencia social que pueden tener. Pero hay rasgos personales que los emparentan y, simultáneamente, los alejan –para bien–de la argentinidad prototípica con la que nos prejuzgan en muchos países, a veces con razón.
La humildad, la austeridad, la seriedad, el respeto, la dedicación y el esfuerzo son algunas de las esencias que sobresalen nítidamente en ambas personalidades. Despectivamente o no tanto, a Messi muchas veces se le enrostra que es más catalán que rosarino, como una forma de “desargentinizar” sus conductas. Con el Papa será más complicado.
Con las obvias diferencias generacionales, de lo vivido y de sus actividades disímiles, los dos son hijos de una sociedad poco apegada a valores éticos y solidarios, para hacer una lista híper escueta de las oscuridades vernáculas. Esto podría llevarnos a las conclusiones contrapuestas de que Bergoglio y Messi no son argentinos o que nuestra sociedad está llena de buena gente, como reza el eslogan presidencial K. Acaso, ni uno ni lo otro. Tal vez sean el reflejo de que en nuestros complejos pliegues sociales hay todavía lugar para los milagros y la esperanza.
*Jefe de Redacción de PERFIL.