Tanto la Reserva Federal que comanda Ben Bernanke, como el presidente de los EE.UU. ratificaron estar dispuestos a seguir con la política de expansión monetaria y fiscal que se viene desarrollando desde la crisis de 2008, para lograr recuperar la economía norteamericana, en especial en su capacidad de generar empleo.
A su vez, los líderes europeos más importantes también ratificaron su voluntad de defender al euro y a la Eurozona en su conjunto, mientras se van concretando algunas medidas estructurales para limitar el excesivo, generoso e insostenible “Estado de Bienestar” de la Europa mediterránea. Si toda esta maquinaria logrará los objetivos deseados está por verse.
Mientras tanto, lo anunciado son buenas noticias para el mundo emergente en general y para la economía argentina en particular, dado que, en consecuencia, el escenario de alta liquidez global, buenos precios de las commodities, en especial agroalimentos, y buen nivel de actividad por ingreso de capitales o menor fuga tiende a consolidarse durante 2011.
Sin embargo, no son tan buenas noticias para los sectores del mundo emergente que no producen commodities y compiten en el mercado externo.
Me explico. La política de expansión monetaria y bajas tasas de interés, de los Estados Unidos, genera que se “vendan” dólares y se compre “todo lo demás”. Pero como el dólar es la moneda de reserva internacional predominante, esto se traduce en un aumento del precio del resto de las monedas.
Esto fue lo que estuvo sucediendo, en los últimos tiempos y, en especial, en el segundo semestre de 2010. La mayoría de los países emergentes, en particular en la región, acompañaron este movimiento, interviniendo, acumulando reservas, pero permitiendo que sus monedas se revaluaran nominalmente respecto del dólar.
En ese contexto, los sectores de dichos países cuyos precios internacionales en dólares no crecen, básicamente los sectores industriales, pierden competitividad cambiaria (sus productos se encarecen en dólares). Permítanme aclarar usando como ejemplo Brasil: un producto industrial brasileño que valía 200 reales, cuando el dólar valía dos reales, costaba US$ 100 (200 dividido 2). Ahora que el dólar vale 1,65 real, si el producto sigue valiendo 200 reales, cuesta US$ 121 (200 dividido 1,65).
Ese producto se encareció, en dólares, 20%. Por lo tanto, le es más difícil competir en el mercado mundial.
Viceversa, un producto importado que costaba US$ 100, valía en el mercado local 200 reales. Ahora vale, sólo 1,65 real.
El precio de las importaciones, en moneda local,cayó. Esto no sucede con las commodities, por ejemplo, cuyos precios internacionales en dólares se han elevado.
En ese caso, lo que “pierden” los productores locales por la revaluación de la moneda lo recuperan por el aumento de los precios en dólares. Si una tonelada de soja valía 450 dólares, y el dólar dos reales, dicha tonelada costaba en el mercado interno 900 reales. Si ahora el dólar vale 1,65, pero la tonelada de soja aumentó y vale 550 dólares, la soja en el mercado interno sigue valiendo aproximadamente 900 reales.
Y esto se replica, a lo largo de todo el mundo emergente, cuyas monedas se revaluaron contra el dólar. Los gobiernos, preocupados por este fenómeno, intentan moderarlo, entorpeciendo el ingreso de capitales en sus países o interviniendo comprando dólares para sostener el precio.
El problema es que si compran dólares con emisión ( y no con recursos genuinos), a menos que después retiren esos pesos del mercado, colocando deuda o subiendo encajes, esa emisión se traduce en más demanda interna e inflación, de manera que el tipo de cambio se cae igual, por inflación, en lugar de revaluación.
Es lo que pasa con el BCRA que, como además emite para financiar la expansión de gasto del gobierno, alienta la demanda interna, pero produce mucha más inflación y, por lo tanto, el tipo de cambio se cae más rápido.
Los anuncios globales de la semana presagian para la Argentina, si la política cambiaria, fiscal y monetaria no cambia, y no va a cambiar, otro año de buen crecimiento pero con alta inflación, más pérdida de competitividad de los sectores no agrícolas y pobreza para los que cobran ingresos que no se indexan.