Ahora lamentablemente habrá que esmerarse en cortesías con el bueno de Vargas Llosa. Ahora lamentablemente habrá que poner especial cuidado en dispensarle gentilezas. Se ha vuelto al parecer más difícil hacer lo que yo creo que habría convenido: dejarlo venir, pronunciar su discurso inaugural en nuestra modesta Feria del Libro, y dejarlo partir por fin hacia su próxima feria y su próxima condecoración literaria. Quienes prefieran mantenerse más bien al margen del ejercicio de la sandez política, desoírlo; y pelearlo los que gusten de feroces polémicas.
Todo eso se ha vuelto ahora más difícil. Ahora habrá que ser esmeradamente amables con él; agasajarlo con carne argentina, llevarlo a bailar el tango y recordarle a cada momento que José de San Martín, el gran Libertador argentino, fue también Libertador del Perú. Cagarnos en sus declaraciones políticas es un plan que acaba de complicarse mucho. Se complicó también la opción de destrozar a pura pasión los agravios retóricos de su consabida opinología. Yo no creo demasiado en estos campeones de la libertad y la tolerancia: hay que ver los monstruitos que pueden llegar a brotarles de adentro cuando ciertos intereses empiezan a verse afectados. Pero es un error, y ese error fue ya cometido, dar el paso ofensivo a destiempo. Porque de ese modo se le obsequia al paladín de la contemporización galante la oportunidad de colgarse en su solapa todavía una medalla más: desde México, según acabo de leer, Vargas Llosa nos hace saber que no está molesto, que no está enojado, que no está ofendido.
Quienes fueron más papistas que la Papisa (que, en cambio, pescó al vuelo cómo venía la mano), ahora tendrán que mostrarse más papistas que este Papa: fingirse habermasianos, aunque les tire Jauretche, y debatir con Vargas Llosa con una mesurada sobriedad de diplomáticos, una que acaso les resultará tan incómoda, pero también tan indispensable, como el frac endurecido a los que tienen que viajar a Estocolmo para recibir un Premio Nobel. Somos los que deploramos los pareceres políticos de Mario Vargas Llosa los que ahora tenemos que esmerarnos más: nos obliga la circunstancia. Postrado en su cama madrileña por voluntad y por vocación, Onetti solía saludar a las visitas que llegaban a verlo con una exquisita disculpa de rigor: “Perdoná que te reciba sin los dientes, pero se los tuve que prestar a Vargas Llosa”. La verdad de escritor de Onetti se alojaba en esa frase no menos que la verdad de escritor de Vargas Llosa. Su sonrisa encantada es también encantadora. Como dice las cosas que dice, podríamos muy bien haber ofrecido a esa sonrisa los dientes recios de nuestro mejor gruñido. Pero ahora se nos puso más difícil, ahora hasta tendremos que sonreírle; aunque más no sea para quitarle la razón que cree que tiene con sus sermones de inspiración liberal y sus lecciones sobre conductas ecuánimes.
¿Qué les pasa? ¿No les sale? Es cuestión de practicar un poco. Prueben conmigo, hagan el intento: ¡Bienvenido, Mario, a la Argentina!