Tener o no tener blog: tema obligado de casi todo encuentro, debate o charla sobre literatura actual que se precie. Claro que uno puede zanjar la discusión apelando al ya famoso apotegma despreciativo de José Pablo Feinmann, o diciendo las cosas como son: que el blog es apenas un soporte de publicación como cualquier otro, un diario, una revista, un panfleto, o un grafiti en un baño público. Que se escriban cosas medianamente inteligentes dependerá básicamente del emisor. Lo que sí aportan los blogs es la posibilidad ilimitada de decir las cosas de manera simple, casi gratuita y con amplias posibilidades de difusión. Si uno deja de lado los prejuicios, deberá admitir que hay blogs interesantes y francamente olvidables, así como publicaciones impresas que valen o no la pena.
Una muestra del primer tipo es la que dirigen el escritor Marcelo Cohen y la crítica Graciela Speranza, “Otra parte”. Ahora acaba de aparecer el último número, que trae una entrevista con Carlos Altamirano, un análisis de la película Historias extraordinarias de Mariano Llinás –un tour de force de cuatro horas que se proyecta desde esta semana en el MALBA– y un polémico artículo sobre la extensión y complejidad de las obras de teatro en la escena argentina contemporánea, a cargo de Rafael Spregelburd.
Pero es la especie virtual la que parece desarrollarse hoy con mayor profusión. Las revistas literarias on line, al poder desentenderse del corset de los límites de extensión, los insumos y la distribución, tienen la capacidad de ofrecer mayor cantidad de textos a la distancia breve de un par de clicks. Juan Diego Incardona subió días atrás el número 34 de El Interpretador (www.elinterpretador.net), dedicado a la relación de los escritores con el trabajo. En una larga encuesta, algunos de los narradores y críticos más importantes de la Argentina responden a las siguientes preguntas: ¿vive usted de la literatura? ¿Qué lugar ocupa en su modo de ganarse la vida? ¿Qué otros trabajos hace o ha hecho? Aníbal Ford responde: “No. Aunque sí de muchos saberes que provienen de la carrera de Letras y desarrollos posteriores”. Daniel Freidemberg dice: “Alguna que otra vez recibo dinero por escribir sobre libros u otros textos en diarios y revistas, por hacer prólogos o estudios introductorios, por preparar antologías, por dirigir la colección de poesía de una editorial. Por ninguno de mis libros de poesía, en cambio, recibí nunca un centavo”. Y Elvio Gandolfo: “La mayor parte del trabajo gracias al cual vivo tiene que ver con la literatura de modos indirectos: leo libros de literatura y los comento; me dan libros en otros idiomas y los traduzco; conozco la obra de gente que hace literatura y la entrevisto o escribo sobre ellos. También, en mucha menor medida, escribo literatura y muy de vez en cuando cobro por ella”. El mapa de respuestas es tan amplio como curioso, pero las respuestas sugieren, en conjunto, una tesis atendible: aunque nadie viva de su literatura, la literatura como industria simbólica –y sus oficios laterales– sostienen económicamente a buena parte del campo intelectual argentino. No es poco.
Finalmente, hay otras dos publicaciones virtuales que acaban de lanzar nuevas ediciones: Hermano Cerdo (http://hermanocerdo.anarchyweb.org), que reproduce dos artículos imperdibles sobre el oficio de escribir y hacer crítica (uno de Zadie Smith, otro de John Irving), y la revista Prometheus (www.pmdq.com.ar), que convocó a algunos escritores a opinar sobre el juego. A pesar de lo que sugieren los puestos de diarios, entonces, la oferta de publicaciones culturales es grande. Cada uno deberá, eso sí, encontrar la que esté a la medida de sus aspiraciones.