Detectar, siendo niño, que lo que se presenta como diversión, es, en rigor, pedagogía, puede ser muy decepcionante y aburrido. Así como los adultos intentamos separar lo perteneciente a la órbita laboral de lo que es mero entretenimiento, los chicos optan por apostar a lo que no baja ninguna línea aparente. La subversión, el sinsentido y la rebeldía matan al adoctrinamiento, a los axiomas y a las buenas intenciones típicas del ámbito institucional. En ese tren aparecen todo el tiempo nuevos productos, a veces inquietantes, como Italian Brainrot, hecho de imágenes animadas generadas con IA. Tras viralizarse en TikTok, empezó a ramificarse, llegando al terreno de las cartas coleccionables en papel para los más chicos, y a las grandes marcas como Ryan Air o Loewe, que hacen campañas a partir de algunos de sus personajes.
El mes pasado, la investigadora australiana Kirra Pendergast publicó un artículo sobre lo que Italian Brainrot trae bajo el paraguas: “En la primera publicación viral aparecía un tiburón zapatilla de inteligencia artificial llamado Tralalero Tralala. La voz en off original incluía blasfemias, burlas sobre figuras religiosas e insultos violentos y misóginos. (…) Peor aún es el caso de Bombardiro Crocodilo, un personaje híbrido de cocodrilo y avión con una pista de fondo que hace referencia directa al bombardeo de niños en Gaza”. Si la intención de muchas propuestas infantiles es y ha sido, como en el caso local de Zamba, instruir, por ejemplo, sobre historia, ¿cuál vendría a ser la de una que recurre a la burla sobre algún grupo social específico, o a la banalización de un conflicto armado?
Alguien podría responder que se trata de aprovechar un negocio que funciona en un nicho de consumo especifico, por encima de cualquier mensaje declamado o subrepticio. Después de todo, para educar están los progenitores y los docentes y, aunque haya voces como la de Pendergast, segura de que al decir “soy un puto caimán volador que vuela y bombardea niños en Gaza y Palestina”, Bombardiro Crocodilo apunta a insensibilizar a los más jóvenes, en lo concreto, Italian Brainrot no para de acumular adeptos. Naturalizar algunas violencias no es una operación novedosa en la industria del entretenimiento. Lo nuevo es que los consumos infantiles sean cada vez menos auditables por los mayores, porque se llevan a cabo en el plano individual del celular y no en la biblioteca o el televisor. Condenados al algoritmo, los niños seguirán, al igual que tantos adultos, prefiriendo cualquier cosa que huela a libertad, como reír de las desgracias del mundo, incluyendo algo para nada gracioso como las guerras o las bajas humanas. Y pensar que a Bugs Bunny lo habían censurado por matar de un escopetazo a un perro...