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Bondage de palabras

Desde que tengo uso de razón adulta o que en los lindes de la infancia perdida extravié las pocas gotas de razón adquiridas, casi no encuentro objetos de interés que no sean aquellos de los que ignoro todo; de estos, me importa menos el develamiento y la comprensión (ya sea súbita o progresiva), que el acercamiento y el roce con su enigma.

Hasta diría que me cuido de resolver la oposición entre ignorancia y saber, difiero el momento de la revelación, y en el segundo preciso en que algo de lo desconocido corre el riesgo de volverse asequible, en ese mismo segundo me retiro, como el sacerdote que cierra púdicos los ojos cuando debe proceder al lavado de las prendas de la antigua diosa lunar que adora, y sabe que entonces la divina muñeca, su fetiche, aparecerá desnuda.

No faltará quien diga que eso es una erótica del conocimiento, o del investimiento. Cierto. Conozco a alguien indiferente al pie descalzo de las mujeres que se enciende al verlo envuelto en seda y cubierto por zapato de taco aguja. Y el plus de esa clase de erótica, en el límite entre la historieta y el grotesco, está en el cuero negro del bondage y sus máscaras de dominio y misterio.

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Pero antes de referirme a mi predilección particular, un recuerdo. En mi adolescencia, uno de los libros fundamentales de mi educación sentimental y literaria fue Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari (el Borges finlandés). En esa novela, un prodigio de entonación, el autor refería que las sacerdotisas del culto de Bastet (la diosa gato) rapaban sus largas negras cabelleras porque no existe caricia más enervante para los sentidos que aquella que se produce cuando los dedos se deslizan sobre la curva suave de un cráneo liso, desnudo.

Por cierto, aun en un Egipto de clima cálido, aquellas mujeres, vestidas además, según Mika Waltari, con túnicas de lino semitransparente que permitían entrever las formas, pero no anticiparlas enteras, cubrían su calva con pelucas de cerrada trama, decoradas con joyas de brillo opalescente y perfumadas, combinando el goce del artificio (que en el instante justo se retira) y la piel lisa y trabajada por el escalpelo. Iba a hablar de ecdótica, pero quedé corto de caracteres.

Será de Dios o será la próxima.