Ante todo, no hay un todo. Y esto no es relativismo. Me refiero a las divisiones, las fronteras, las separaciones. Dicotomías, antinomias. Divisoria de aguas, bajadas de líneas (y las subidas, ¿para cuándo?); vereda de enfrente, agua y aceite… Demasiadas metáforas para separar lo que a veces es indiscernible, aquello que forma parte de lo mismo, o parte de lo que se cree ajeno. ¿Acaso la identidad es una oposición? ¿A eso nos reducimos, a no ser más que repudiando? Acaban de lanzar una campaña del “limpiador desinfectante anti kirchnerista, que mata el 100% de kukarachas”. ¡Qué humor berreta! ¡Inconsistente! ¿A dónde apunta? ¿A destruir para quedarse solos? Cuando la diferencia no estimula más que la aniquilación, estamos en peligro. No hay Boca sin River, peronismo sin gorilas.
En el terreno de las palabras y los libros, a veces se plantea un antagonismo entre Borges y Cortázar. Los borgeanos suelen repudiar al autor de Rayuela; los cortazarianos al autor de El Aleph. Argumentos como “chabacano”, “antiacadémico”, “infantil”, “izquierdoso”, para descalificar a Cortázar; “difícil”, “para eruditos”, “muy conservador”, “lejano”, a Borges. ¡Qué ganas de desechar, arrinconar, desabastecerse! Son dos caras de una misma biblioteca. Fantásticos autores, que nos dan letra en cada uno de sus cuentos. La vida se vuelve amplia, pensante, misteriosa. Las palabras forman parte de nuestro metabolismo. Son nutrientes en serio, profundos. André Gide hablaba de ciertos “alimentos terrestres” necesarios para el espíritu. Ambos escritores lo son, por elevación y cercanía; humor y nostalgia. Con mucha discreción, llegaron a admirarse. A tal punto que Borges publicó el cuento “Casa tomada” en Los Anales de Buenos Aires, en 1946, cuando la dirigía, y Cortázar escribió un poema en la India, dedicado a Borges.
Quizá los hermana la dedicación. Una entrega amorosa, rigurosa, a la literatura. Ahí es cuando las diferencias se aúnan, en la fortaleza de una dedicación. Cuentos de uno o de otro –y de tantos y tantas más, pero aquí se trata abolir una distancia– revelan rincones de nuestra historia, de lo cotidiano, de las calles, de la filosofía, el amor y la muerte. Cómo no exaltarse con la frase –casi una estaca– en medio del cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, de Borges: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombree sabe par siempre quién es” o en Cortázar, su microrrelato “Amor 77”, cuando escribe “Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son”. Y lo genial es que escribieron tal cantidad de cuentos que parecen reproducirse. Hojas de un mismo árbol, donde podemos descansar del “bardo” actual, del agobiante repudio.
No deja de ser gratificante pensar que los dos son argentinos. Me resulta imposible considerar a uno solo, habiendo ellos mismos, al escribir, considerado a tantos.