Sostiene Cristina que el café no está amargo. Al revés de Pereira en aquella memorable novela de Tabucchi, ambientada en Lisboa. Para ella, entusiasta y autosatisfecha –como las palomas cuando se miran al espejo, según algunos etólogos–, todo ha cambiado a su favor luego de los sufrientes años que empezaron en el advenimiento de su gobierno, a los tropiezos, con la nefasta valija de Antonini Wilson y sus 800 mil dólares venezolanos. Confía en la economía para el resto del año (este mes y el próximo la taparán con dólares), supone que el último índice del costo de vida no es estacional (por lo tanto, duradero) ni mendaz la cifra del Indec. No se asusta por la falta de inversiones ni por el retiro de empresas extranjeras. Inclusive, avala las apariciones victoriosas y temporales de Amado Boudou con el superávit fiscal, operativos mediáticos para ocultar el fracaso por el canje de la deuda; a pesar de sus esfuerzos, Boudou es sospechado, más que nadie, para el tiro de decreto que lo desaloje de Economía, destino que también se atribuía a Jorge Taiana, quien partió ayer de la Cancillería como anticipándose a un desenlace venidero y con la excusa de incompatibilidades con la Casa Rosada hasta ahora desconocidas en su dilatada trayectoria en la alfombra roja. Al episodio Taiana, entonces, hay que agregarle la remoción eventual de Boudou, abriéndole la puerta al hoy titular de la Anses, Diego Bossio, como reemplazante, quien encaja como el sucesor de Taiana, Héctor Timerman, en la más absoluta devoción a la pareja oficial. Además, a su equipo de jóvenes formados en la Universidad Católica que, se estima, también encantan a Néstor: al menos, los ha incluido como colaboradores para una escuela política del kircherismo puro. Para el futuro, claro, como si descontaran que ese destino les está asegurado. Cada uno con su gusto para el café.
Además, las encuestas empiezan a sonreírle a la dama –más que a su propio marido, lo cual es un triunfo del género–, la oposición ganadora el año pasado ni siquiera le arrancó la necesidad de un veto (quizá, pronto, si se logra modificar la ley del Consejo de la Magistratura o si extiende el plazo para que Clarín venda sus activos a tres años en lugar de los 365 días que impuso la norma de medios) y, sobre todo, ha resuelto en forma transitoria un dilema de tres años y siete meses que la torturaba: el corte de Gualeguaychú, iniciado con su venia y la de Néstor en aquellas jornadas en las que se codeaban en dulce coro, por la ecología litoraleña, hasta con Juan Carlos Blumberg. Supone que la vía expedita al Uruguay podrá congraciarla con la tenaz clase media renuente a su gestión. Por lo tanto, siguiendo con la literatura, para ella ahora el café está dulce.
Tan dulce que hasta su idea de utilizar a la Justicia –con la intimidación de imputar penal y nominalmente a los piqueteros del puente– como sucedáneo de la Gendarmería podría convertirse en doctrina y, quizá, servirse de ella para impedir futuros bloqueos callejeros en la provincia de Buenos Aires y Capital Federal por gente quejosa y díscola, más atenta al bolsillo, el estómago y la política que al medio ambiente. El tema de la Justicia ahora parece arrebatarla: analiza una reforma, junto a su consultora de confianza, influyente y silenciosa que la acompaña desde los tiempos del Senado, la mujer de Bossio, Valeria Cora –no es casual tampoco el posible ascenso del joven funcionario– para quitarles autoridad a los jueces o colocarlos en un lugar menos activo y entregarles todas las causas a los fiscales, hoy por hoy no demasiado destacados y más bien atentos a las instrucciones del procurador de la Nación. Casi un remedo de la operatoria en los tribunales bonaerenses. Para Elisa Carrió, seguramente como para el resto del arco opositor, se trata de una medida que robustecerá aún más el poder oficial sobre la Justicia.
Inclusive, dicen, hasta rescataría la posibilidad del juicio por jurados, institución inservible en los Estados Unidos aunque el cine la haya convertido en un modelo del derecho, pero que supone miel para los oídos de la clase media. Tan poseída se encuentra por esta alternativa que no involucra a sus ministros en la propuesta –léase al polifacético Aníbal Fernández o al más específico Julio Alak–, seguramente para no distraerlos de las tareas cotidianas, al mejor estilo Néstor, e incurre en sugerencias externas como las que puede proveer el ex y cuestionable ministro León Arslanian y su partner Carlos Beraldi, gente que para los santacruceños exhuda perfume francés. Una noticia desagradable para los magistrados, sin duda, los mismos que atienden numerosos casos del próspero estudio Arslanian.
En el medio de los proyectos y en su nueva estabilidad, habrá de lidiar Cristina con el caso Clarín, del cual con su esposo piensan emerger como salvadores de la libertad de prensa, los derechos humanos y otras transgresiones del pasado, sea por la suspicaz adopción de los hijos de Ernestina Herrera o la anómala transferencia de las acciones de Papel Prensa, hace mucho más de tres décadas. Tanto interés ha planteado en esta puja que, burlando su propia contención, en un discurso presidencial habló de la mujer de Clarín como apropiadora, una violación inaudita de garantías constitucionales mínimas, y que por supuesto nadie denunció. A menos que ella dispusiera, en ese momento, de los resultados genéticos que todavía –se supone– no aportó el hospital Durand de los principales herederos del grupo.
Otro punto a considerar en estos tiempos de entretenimiento futbolístico –propicios para realizar cambios sin que nadie se ocupe demasiado– justamente apunta a las derivaciones del Mundial en Sudáfrica. Sobre todo, si la Argentina logra el título, presea o maleficio que no alcanzaron Carlos Menem ni Eduardo Duhalde y que Raúl Alfonsín no supo aprovechar en términos políticos, quizá porque su entorno había contrariado a Carlos Bilardo. Más de uno aprende de la historia reciente, de los fracasos –para enrostrarlos convenientemente– y, de paso, usufructuarlos si el equipo de Messi supera el trance que falta y se consagra. Como el Bicentenario, que es de todos pero especialmente nuestro. De los que presidimos.