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la sociedad del sur

Brasil 2011: el Gran Hermano

Brasil y la Argentina comparten mucho más que su ubicación en el sur. Una alianza estratégica que deberá fortalecerse con Dilma tanto como se logró con Lula.

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Dilma Rousseff asumió la presidencia de Brasil que dejó Luiz Inácio Lula da Silva tras ocho años de mandato. Lula se llevó un 83% de popularidad y tripuló un país cuya opinión bien harían hoy en oír las grandes potencias del mundo antes de adoptar una decisión. Con ensayada ironía, Fernando Henrique Cardoso dijo que no entendía a Rousseff: “Ella no termina su razonamiento y no tengo la imaginación suficiente para saber lo que ella irá a decir”. Los números no siempre lo explican todo, pero tal vez le pese en el ánimo el hecho de que, cuando dejó el gobierno en 2002, conservaba la simpatía del 26% de los brasileños; Lula le sacó 57 puntos de ventaja, además de haber instalado en el palacio de Planalto –por primera vez desde el restablecimiento de la democracia– a una persona de su mismo partido.

Desde 2003 hasta 2008, casi 20 millones de brasileños fueron incorporados en las estadísticas como adquirentes de bienes de consumo: dejaron de ser pobres. Aunque sea en las clases de consumo más básicas (D y E), está previsto que a finales de 2014 otros 15 millones se integren, lo que mantendría en la pobreza a 15 millones adicionales. Las proyecciones indican que durante 2014, 36 millones de individuos ascenderán a los segmentos sociales de mayor poder adquisitivo (A, B y C). “Belindia”, aquella denominación que subrayaba que en Brasil convivían la mayor opulencia belga con la más extrema pobreza india, está cayendo en la obsolescencia.

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El círculo virtuoso –dice el economista Gustavo Segré– es clásico: tantas personas que consumen aumentan la producción de bienes y de servicios (y su importación), lo que incrementa la demanda de trabajadores, que también son consumidores. El desempleo supera apenas el 7% (el menor de los últimos 15 años). El incremento en los consumidores está apalancado adicionalmente por la presión ejercida por la Receita Federal y por las Receitas Estaduales (nuestra AFIP y nuestras administraciones provinciales de impuestos), lo que ha provocado una importante reducción de las operaciones no registradas. El esfuerzo a favor de una mayor formalidad en la economía conllevó el “blanqueo” de muchos trabajadores irregulares.

El panorama a vuelo de vértigo se completa con una comparación que impresiona y con dos datos que asombran. Mientras que en el primer semestre de 2009 las inversiones de las empresas privadas ascendieron a US$ 66 mil millones, en idéntico período de 2010 treparon a US$ 289 mil millones. Las reservas internacionales están en US$ 250 mil millones. La previsión de crecimiento del PBI brasileño para 2011 se acerca a 5 puntos, con inflación del 5 por ciento.

Marcos Azambuja, ex embajador brasileño en la Argentina entre 1993 y 1996, supo decir que “la Argentina es el único país importante para Brasil para el cual Brasil es importante”. Si el aforismo sigue teniendo vigencia (ojala que así sea, y el hecho de que la presidenta Rousseff venga a nuestro país en su primera salida al exterior pareciera confirmarlo), si hay que convivir con un gigante, es bueno que les caigamos simpáticos.

Que seamos importantes para Brasil encierra una posible paradoja y una serie de desafíos concretos. La posible paradoja podría resumirse así: el gigantismo de un país con frecuencia se da a expensas del raquitismo de los de su esfera de influencia. Sin embargo, si la competitividad y la agresividad comercial de Brasil afectara a la economía argentina, ello derivaría en problemas locales que conspirarían contra la necesidad que Brasil tiene de que seamos importantes. Esa necesidad –entre otras razones– es de escala. En la NBA sólo juegan los que dan la talla. En términos de países, cuanto más continental se es, mejor puede ser la performance. Algunos de los desafíos son propios y otros son comunes.

Propios, tomar todas las medidas posibles para que la variable cambiaria del dólar alto no sea la principal herramienta de comercio exterior; consolidar procesos que –como la salud fiscal– pasen de la categoría de tesitura administrativa a la de cultura, para desde allí transformarse en tradición; también fortalecer las reglas de juego institucionales internas. Escuchemos a Lula. Cuando estuvo tentado de reformar la Constitución para lograr una nueva reelección, dijo: “Uno pide un mandato más y después quiere cuatro, quiere cinco, y el país se va convirtiendo en una dictadurita sin que nadie lo note”.

Algunos de los desafíos comunes pasan por profundizar la coordinación macroeconómica de modo tal que favorezca la reducción de los problemas de naturaleza comercial; minimizar las asimetrías de las políticas económicas (por ejemplo, en los incentivos a la inversión) y los conflictos suscitados en determinados sectores de la industria; extender a otros campos el desarrollo de una verdadera complementación productiva como existe en materia automotriz; trabajar para que la política exterior de ambos países converja en la toma de posición frente a grandes conflictos internacionales. El reconocimiento al estado palestino es un ejemplo.

Brasil también afronta problemas. Esta semana, su ministro de Hacienda, Guido Mantega, dijo que no iban a dejar “que nuestros amigos americanos derritan el dólar”. Antes había denunciado que el plan de EE.UU. de inyectar US$ 600 mil millones perseguía debilitar el dólar y ayudar a sus exportaciones. Sobre 120 países, Brasil es el cuarto más caro del mundo. Para mejorar el funcionamiento del sistema cambiario, el Banco Central de Brasil impuso a los bancos la obligación de depositar en efectivo a partir del 4 de abril el 60% de sus posiciones cortas en dólares, siempre que superen los 3 mil millones de dólares o del valor patrimonial de referencia de la institución. Se busca reducir el volumen de las posiciones bajistas en dólares.

En el pasado, futbolizados en exceso o colonizados por pereza, los traspiés de nuestro vecino eran tomados como goles a favor. Ya somos mayores para eso. La pujanza del Gran Hermano tiene que estimularnos a pensar en quiénes se entristecerán cuando conjuntamente capturemos nuevos mercados con nuevos productos, resultado de la creación de espacios para la integración de cadenas productivas. Identificar a los que se fastidien con nuestra pujanza bilateral será una buena medida de lo acertado del camino.