“El es cualquier cosa que le produzca beneficios, cualquier cosa que tenga un billete colgado. No trate de venderme a ningún mafioso de alma grande, no los fabrican de ese modelo”
Raymond Chandler (1888-1959); de “El sueño eterno”, 28 (1939).
Cuatro goles a Argentina / todo es culpa de Cristina / los huevos de Valderrama / el Papa no viene nada / ¡Aleluya…! / Gareca gloria infinita / pruebo el agua de Lilita / Ursula ‘hava nagila’ / los corruptos a la fila / ¡Aleluya…! / Hacen huelga en el “Bailando” / ni noticias de Burlando / son un costo los salarios / Burzaco al confesionario / ¡Aleluuyaa…!
El tema es viejo. Se llama Aleluya N° 1, es de Luis Aute y acá lo cantaba Gian Franco Pagliaro. Lo recordé mientras pensaba qué escribir y se me dio por inventarle una letra. Burzaco. Me acuerdo bien de Raúl Burzaco. Un tipo alto, canoso, muy formal, que dirigía la Editorial Abril. Su oficina estaba arriba de todo y a mí, que tenía 19 y recién empezaba en Siete Días, me daba terror.
Era culto. Me enteré cuando hizo unos programas de charlas con Borges, a quien sólo había que darle un tema, y callar. Tenía un costado religioso, era mormón, o algo así. En los 80 dirigió Tiempo Argentino, un diario bien hecho que pocos recuerdan y supe, por Mempo Giardinelli, cómo lo ayudó a salir del país en 1976, cuando era delegado gremial en su empresa. Empecé a recordarlo con más cariño hasta que el mundo supo de su hijo, Alejandro. Qué cosa los hijos.
—Ni me hable de Burzaco, Asch.
De la nada, una gruesa figura apareció frente al escritorio, recortada por un fuerte halo de luz. No podía verlo. Me saludó con una voz cavernosa, áspera, con el tono pausado de quien está acostumbrado a explicar cosas que la mayoría no sabe, o no entiende. Preguntó si podía sentarse, después de arrastrar una silla y ponerse cómodo. Lo imaginé con papada y sonrisa papal.
—Perdón, pero ¿quién es usted?
Movió la cabeza de costado, como un perro que escucha una melodía, y contestó.
—Mi nombre no importa. Puede llamarme como los del FBI: el Conspirador Nº 1.
La cosa se ponía interesante. El tipo era el personaje clave del entramado de corrupción más grande del fútbol mundial.
—¿Usted no será don…?
—Dom Perignon, Asch. Llámeme como le dije. No me haga perder tiempo. Mire, tengo algo para usted, si se olvida del tema FIFA. ¿Para qué escribir más? Ya sufrí mucho. Una vez puse una autopista para que un país ganara un Mundial y se mancaron en la final, otra vez fundé un clubcito, lo hice campeón de todo, y ahora pelea el descenso. No hay derecho.
—El mundo es un pañuelo, N° 1. Aquí pasó lo mismo con la Selección en Brasil, y con Arsenal de Sarandí, en caída libre desde que quedó en manos de los hijos de Julio Grondona, su fundador.
—No sé de qué me habla. Mi reino no es de ese barrio, Asch. Lo mío son los cinco continentes. Burzaco no tiene vergüenza. Nombró a todos. A mí, a la Conmebol, a Fox Sports, a Media Pro, a Full Play, a Traffic, Frank Sinatra y la Madre Teresa de Calcuta. Todos, menos Clarín, con quien eran socios.
—Y, puede ser, ¿por qué no? ¿Le parece raro?
—Pero querido… No se haga el boludo, que ya le sale bien.
—A ver, ¿cobró o no cobró los 15 millones de dólares que dice haberle dado Burzaco?
—El fútbol es un negocio gigantesco, con muchos millones dando vueltas por ahí. Yo puse, y lo digo con humildad, mi granito de arena para diseñar un sistema creativo que permitiera que todos fueran felices y disfrutaran del show. ¿Usted sabe lo que es un Mundial?
—Mejor lo deben saber Burzaco y sus coimeados. Por lo que contó, Torneos hizo una vaquita con Rede Globo de Brasil y Televisa de México, para juntar los 15 millones y asegurarse los derechos para los mundiales de 2026 y 2030. Lo depositaron todo en dos cuentas: una del Julius Bär y otra del Credit Suisse, dos entidades con las que trabajaba Jorge Arzuaga, el banquero de Grondona.
—Cómo picotea ese muchacho… Se ve que cada vez que larga algo le rebajan algún añito de condena. Por lo que sé, las empresas desmintieron todo. Ser buchón es lo peor, Asch. Un delator no tiene honor. Hay códigos. ¡Acá se habla de un pacto entre caballeros!
El N° 1 suspiró y esa pausa me permitió revisar la lista de los involucrados. Eran muchos. Los conocía a todos.
—Además, Burzaco dijo que a Grondona le llevaban el dinero a su casa, o a las oficinas de Alhec Tours, la financiera que cambiaba todos los cheques que la AFA les daba a los clubes. Humberto, su hijo, desmintió todo. Aclaró que a su padre lo sobreseyó la Justicia, vaticinó que Burzaco podría tener problemas si alguna vez se le ocurre pisar un país latinoamericano y, ya místico, lo imaginó en las llamas del infierno. Eugenio, su hermano, el segundo de Bullrich en Seguridad, ya le había avisado que lo buscaban para liquidarlo.
—Y sí, es terrible la inseguridad que hay…
—Por eso le bajó la presión cuando el peruano Manuel Burga le hizo el gesto de degüello, ¡ffsshh!, en pleno tribunal. Lo más curioso fueron esos 4 millones que dijo haberles pagado a Pablo Paladino, que manejaba el Fútbol para Todos, y al abogado Jorge Delhon, que se mató en cuanto lo supo. ¿Todo para transmitir la Primera B o comercializar los derechos para el exterior?
—Ah, no sé. Esas son internas políticas, vendettas, puro chiquitaje. Vueltos. Como los 300 mil que le tiraron a Luis Segura, después de repartirse, en pleno velorio, los millones que le tocaban a Grondona. Qué necesidad de decir eso, por qué ensañarse tanto…
Volvió a ofrecerme algo, me sugirió que no escribiera, que no enojara a gente poderosa. Le dije que era tarde, que eso era lo único que sabía hacer y que jamás recibí ni un peso más que mi salario.
El N° 1 me miró con piedad perdonavidas, antes de irse. Sin alterarse me dijo algo sobre las épocas, la filosofía del poder, el saber adaptarse, y al final, repitió mi nombre y la palabra “pelotudo”.
Para mí, el tipo era argentino.