No hay justificación para que cualquier persona, más aún funcionario público, intente evadir la ley. Tampoco para que recurra a su historia personal, trágica por cierto, con el mismo fin. Y menos para no admitir la inconducta y evitar pedir las disculpas correspondientes. Ahora bien, tampoco es edificante observar cómo se ha escrachado mediática y políticamente a Juan Cabandié, casi como si fuera la personificación del mal.
Cabandié se equivocó feo, su actitud debe ser repudiada y es lógico que tenga efectos electorales. Pero me pregunto si no es un exceso pasarle factura por cuentas que no necesariamente le corresponden pagar a él. Es hijo de desaparecidos, kirchnerista, de La Cámpora y prepotente. Ante el menor error, como sucede con muchos oficialistas, hay una larga fila de heridos que clamarán venganza y que trone el escarmiento. Así, se le aplica el mismo “correctivo” furioso que muchas veces se critica al núcleo duro K.
En nombre de eso es que se prefiere disimular la irregularidad de que un gendarme –otro funcionario público– filme a escondidas a un conductor retenido. O que la aparición de ese video se dé días antes de una elección. O que medios de comunicación importantes y masivos machaquen una y otra vez sobre un solo aspecto del episodio, con tal de castigar al Gobierno (los que lo defienden directamente lo ignoran o exculpan, no son mejores por ello).
Me permito disentir con esas miradas interesadas, aun convencidas. Y creo que además conllevan una enorme carga de hipocresía. En una generalización seguramente injusta, el “chapeo” forma parte del ADN argentino, o al menos porteño. Sea para obtener beneficios o prebendas más o menos importantes, es el pasaporte para recibir un trato diferente al común de la gente. No termino de entender (o sí) por qué analizamos la reacción de Cabandié sólo como producto de su educación con un apropiador, o que sea kirchnerista, en vez de pensarlo como otro ejemplo de lo que somos: una sociedad con escaso apego a las normas.
Una incomodidad extra me la genera el hecho de que muchos de los escrachadores de Cabandié sean dirigentes políticos y periodistas, dos de las actividades que más aportes hacen al espacio “chapeador” made in Argentina. Pero ese es otro tema. O no.