COLUMNISTAS

Calentando motores

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Llegó abril! Abril, de todos los meses, “el más cruel”, como dice el poema. Dice también que “engendra lilas de tierra muerta/ mezcla memoria y deseo, mezcla/ insensibles raíces con lluvias primaverales”. En el hemisferio norte, el de Eliot, abril es sinónimo de primavera, del ciclo de lo nuevo: melancolía por lo nuevo que no llega. El rock también se ocupó del asunto, aunque claro, con su trivialidad habitual (ver Prince: Sometimes it snows in April). Pero para nosotros, aquí en la –si se me permite la cita papal– periferia, abril también es como una primavera: ¡la primavera de la Feria del Libro! Otra vez los colectivos pegarán papelitos en sus parabrisas con la leyenda “Vamos a la Feria del Libro”, una multitud de Barneys regalará globos a los niños e, imagino, se amontonarán multitudes en el stand de la SADE buscando libros de Vicente Battista. También, según dicen, habrá buenos libros y algún que otro stand interesante, en especial cerca de la salida de la calle Cerviño. Tal vez haya también algunas ofertas, un clásico del evento. Para ir calentando motores, con un año de retraso, paso a comentar tres ofertas provechosas adquiridas por mí en la Feria de 2012 (así son las cosas: a todos lados llego tarde). Son tres libros de editoriales extranjeras, obviamente las editoriales nacionales no saldan (¡éxitos de ventas, sus libros van de reimpresión en reimpresión!). El primero es El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) de Charles L. Granata, en la editorial española Alba. Es un libro encantador, por supuesto maravillosamente documentado, dirigido a fanáticos de Sinatra (como yo, obviamente: tarde o temprano terminaré escribiendo sobre mis vicios privados) pero que también y sobre todo, puede leerse como una gran historia de la llegada del micrófono a la música popular. Los capítulos dedicados al uso del legendario micrófono de cinta RCA44, hacia 1947, y el pasaje al micrófono de condensador Neumann U47 ya en los años de Capitol Records, entrados los 50, son sencillamente notables, como notable es su hipótesis: Sinatra no sería lo que es, sin el micrófono. Fue el primero –y el que más lejos llegó– en darse cuenta que el uso del aparato implicaba un cambio radical en la manera de comunicar el sonido. Las fotos que integran el libro testimonian la forma única en la que Sinatra canta “al” micrófono.

De la editorial española Visor compré Los placeres de la imaginación y otros ensayos de The Spectator de Joseph Addison, de quien sólo había leído hace veinte años el artículo incluido en la antología de Ensayistas Ingleses de la editorial Jackson, prologado por Bioy Casares, en la que también descubrí a William Hazlitt. Quizás no estaba en un buen momento o abierto a esas lecturas, pero el texto se me hizo algo viejo, como si ya lo hubiese leído sin haberlo leído. Es evidente que buena parte del debate estético anglosajón del siglo XVIII viene de allí, pero me resultó más interesante para historiadores de las ideas, que para meros diletantes como yo (no obstante me emocionó enterarme, gracias al prólogo de Tonia Requejo, que Isaac Newton estaba suscripto a The Spectator). Hallé también una edición mexicana de FCE de ensayos escogidos de Seamus Heaney, titulada A buen entendedor. Claramente yo no debo serlo. Es probable que haya leído al menos la mitad de la larga obra poética y ensayística de Heaney, y nunca encontré nada que me gustara. Heaney siempre se me hace de un lirismo demasiado lavado. ¿Entonces, por qué leí tanto de ese autor? ¿Por qué lo leí de más? Misterios de literatura (o de las ofertas de la Feria).