La imagen remite a ciertas aves carroñeras que hurgan en restos animales, a letrados que se infiltran en hospitales para obtener un juicio de un desconocido a punto de partir o a familiares que se reparten enojosamente prendas y vajillas incompletas de un muerto que, en vida, ya había liquidado las joyas de la abuela. Es lo que uno ve en el peronismo bonaerense, alma y corazón de la herencia del General, con atrevidos de la política que se quedan con el escudo unos, otros con la divisa, negocian para compartir fotografías de los finados y nadie sabe, hasta ahora, a quién le corresponde cantar la marcha que inmortalizó Hugo del Carril para emoción de multitudes. Un bochorno a cargo, entre otros, de una señora que habla mucho, Cristina, y de un señor que todavía no se sabe si habla, Randazzo.
Dudas para todos. El mismo desconcierto del otro lado, del oficialismo macrista, sector que aún no descubrió con quién asistir a la boda electoral de octubre; les da lo mismo como consorte Sampaoli o Bilardo, Primo Carnera o Napoleón, según retrata el Cambalache de Discépolo. Desconcierto en Cambiemos con las candidaturas, al menos para el primer lugar del Senado o Diputados en la Provincia. Como faltan varios días, aun cualquier ómnibus puede llevar a destino. Reina el azar, son mochileros de Ruta 66. Ya que, en el inicio, parecía imponerse un consejo de Duran Barba: replicar la experiencia Vidal, una bisoña desconocida que en la Provincia derrotó a duchos y veteranos escasamente recomendables.
Posibilidad: Gladys González, casi ignota titular del Acumar. Se apartó a la insistente Elisa Carrio y la jugada suponía, además, purificar la coalición con el Pro como vértice. Como segundas partes nunca fueron buenas y los números no garantizaban la remake del asesor ecuatoriano, empezó a dominar el miedo ante el enemigo (quedó en suspenso hasta la alternativa de Esteban Bullrich). Se buscó entonces, en el breve elenco bonaerense de los conocidos, impolutos y accesibles, una figura a la que la gobernadora podía derretir con una propuesta: Ricardo Alfonsín. Un golpe de efecto para la campaña: apellido, partido y conducta. Pero en la seducción algo faltó para incorporar al presunto postulante. Hubo diálogo amoroso, oferta y rechazo imaginable. No puedo aceptar, dijo. Y se excusó Alfonsin bajo el argumento de que se había opuesto al pago contante y sonante del dólar futuro que en muchos casos benefició a devotos del macrismo –sugirió en su momento oblar con un bono–, y también estaba molesto con la repetición del Gobierno al insistir con los acuerdos chinos de Cristina, cuando entiende que la tecnología a aplicarse es obsoleta y que las obras aprobadas no son prioritarias. Vidal estaba preparada para convocar al radical para un acuerdo nacional más amplio luego de las elecciones, no para discutir medidas coyunturales, señalan en la Rosada, aunque admiten que tampoco concluyó de un modo feliz la conversación: inducida por Macri y su craneoteca, la gobernadora ofreció una variante para alistarlo en el dream team. No fuera a pensarse que sólo lo llamaban para ganar la elección por su prestigio. Y entonces, como sustituto de la candidatura rechazada, le dijo que en París había una embajada vacante para él. Epílogo cordial, caballeresco, aunque más de uno sospecha que si no hubiera sido una dama afectuosa la interlocutora, ese descendiente de gallegos, en ocasiones obtuso, con cartilla moral del Medioevo, podía no haber entendido en su arrebato la naturaleza del generoso gesto que a través de ella le transmitía el Presidente. Fin de un capítulo.
Se encendió la emergencia y hasta Duhalde medita si contribuir con una candidatura