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Cambiemos, dijo el gatopardo

Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie (Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi)”.

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Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie (Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi)”. Con esta frase, Tancredo Falconeri procura convencer a su tío, Don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, de que, tras el desembarco de Garibaldi en Sicilia, a la aristocracia crepuscular no le queda otro camino para sobrevivir. El gatopardo, la única novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), quedaría perpetuada por esa sentencia de uno de sus personajes centrales, aunque merece la inmortalidad por sus valores literarios, la profundidad de su calado psicológico, la sensibilidad de su registro emocional y la lucidez de su análisis político e histórico. El príncipe odia el oportunismo de su sobrino, pero sabe que tiene razón. “Esto no tendría que durar, piensa respecto de la situación, pero durará siempre. El siempre de los hombres, un siglo, dos siglos, y luego será distinto pero peor”.

Publicada un año después de la muerte de su autor, El gatopardo (en realidad, un leopardo) quedó como ícono de los cambios políticos y sociales que se presentan como profundos pero no transmutan nada esencial, a veces por cálculo perverso, a veces por ingenuidad, a veces por ineficiencia e incapacidad. Muchas veces, podríamos decir en términos actuales, por carencia de una visión trascendente, convocante, transformadora. Una lectura cuidadosa de esta obra esencial debería alertar a quienes elijan presentarse en política bajo un apelativo como Cambiemos. Podrían resultar gatopardistas a su pesar. O por decisión propia.

Hay un riesgo perturbador en creer que la tecnología puede solucionar problemas que la política no pudo resolver, advierte Evgeny Morozov, ensayista e investigador de temas sociales y tecnológicos en su reciente La locura del solucionismo tecnológico. Se sostiene, con cierto triunfalismo y soberbia, que con las nuevas tecnologías, internet y las redes sociales murió la política y su cadáver será reemplazado por equipos de tecnócratas y administradores. Todo se limitaría a tuits, posteos en Facebook, fotos subidas al instante a Instagram, coleccionar miles de “me gusta” y recoger datos de usuarios (ya no ciudadanos) para que los techies y geeks (denominación de los fanáticos y especialistas monofuncionales) planeen nuevos programas y aplicaciones con los cuales “solucionarles los problemas a la gente”. Y todo será alegría, felicidad, baches arreglados, calles limpias, metrobuses por aquí y por allá y perdices en abundancia. La política como videogame.

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Pero ocurre que “la gente” son personas, que no se pueden uniformizar, que las personas representan diversidad, que muchas soluciones (cuando olvidan esto) se convierten en problemas y que las personas tienen además sueños, proyectos, necesidad de trascendencia, voluntad de sentido, y la promesa de la política es, como decía Hanna Arendt, fundar un espacio público en el que todo eso fructifique al crear las condiciones, garantizar la libertad e impulsar los lazos de interacción que lo hagan posible. Bastante más que un software.

Lo esencial y profundo de la política es anterior a las nuevas tecnologías, a internet y a las redes sociales y las sobrevivirá, a pesar de que quienes se presentan como “pospolíticos” crean haber inventado la redondez del círculo. Quien se opone a su paradigma, dicen, es obsoleto, “no entiende” y “está mal informado”. Surge así un nuevo populismo tecnológico, el trending topic, la cantidad de “me gusta” y de apps bajadas reemplazan al debate público cara a cara y cuerpo a cuerpo, el pensamiento adquiere el espesor de una hoja de afeitar, los números suplen a las ideas de fondo, el futuro se reduce a la próxima solución tecnológica y se abandonan las visiones convocantes y capaces de apasionar. Como apunta Morozov, esto debilita severamente la democracia porque ésta es mucho más, y más profunda, que votos en las urnas, “me gusta” en las redes sociales y seguidores en Twitter y en Instagram. Si no se entiende esto, “cambiar”, “cambio”, “cambiemos” serán palabras vacías. O peor, darán razón al príncipe Fabrizio: “Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra”.


*Escritor y periodista