Cómo se desplegará el liderazgo presidencial de Mauricio Macri? ¿Tendrá un estilo similar al de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Será muy distinto? ¿Concentrará recursos de poder en sus manos o los dividirá entre aliados y colaboradores?
A partir del 10 de diciembre se inicia un nuevo ciclo político en nuestro país. Macri asumirá con un Congreso en minoría, con dos gobernaciones propias (cinco si contabilizamos los aliados) y un centenar de intendencias. Es el presidente que llega con la menor diferencia histórica de votos sobre su principal competidor y con el voto territorialmente más concentrado –primacía en la zona central del país, sin imponerse en la provincia de
Buenos Aires, el Norte y el Sur del país–. Como otros mandatarios no peronistas, su vínculo con el sindicalismo es distante. Se trata, en suma, de escasos recursos de poder para un presidente electo, en comparación con sus antecesores. No es, sin embargo, una situación de falta de legitimidad ni mucho menos de carencia de una importante base desde la cual comenzar a desplegar un liderazgo presidencial exitoso. Macri resultó electo por más del 51% de los votantes y dominará los principales presupuestos públicos del país. A eso habrá que sumar el respaldo internacional que el jefe de Gobierno porteño ya está mostrando, sobre todo en los países desarrollados. Y el aval que su llegada parece tener en la oposición corporativa que enfrentó Cristina Kirchner –cámaras empresariales y grandes grupos de medios, así como amplios sectores del Poder Judicial.
Macri asumirá su mandato en una democracia extremadamente sólida y vital, pero que se desenvuelve en un entramado institucional débil, donde priman los poderes informales y las leyes no escritas. En términos teóricos, Argentina es una democracia presidencial de baja institucionalización donde la figura del presidente sobresale en el interior del régimen político. Es así que la relevancia del liderazgo presidencial (LP) es uno de los elementos centrales para comprender la dinámica política que se desarrolla en la mayor parte de Sudamérica, quizás con las excepciones de Chile y Uruguay. Es decir, a menor institucionalización de nuestro sistema democrático, mayor es la preeminencia del LP, por lo que interrogarse acerca de cuál será el estilo que adoptará el liderazgo del flamante presidente nos resulta una pregunta oportuna y decisiva para comprender el devenir de los próximos cuatro años.
En una nota reciente del diario La Nación, Joaquín Morales Solá expresó que “Macri no será De la Rúa”. Lo hacía tras relatar que el mandatario electo habría llamado a un gobernador peronista del Norte para exigirle que retirara a sus diputados del recinto si quería recibir el “cheque en diciembre” proveniente de la Nación. Quizás en esta anécdota, que nos muestra un Macri despojado de sus pruritos “republicanos”, esté reflejado el escaso lugar que parece haber en una democracia de baja institucionalización como la argentina entre dos polos: el que representa un liderazgo que logra estabilidad concentrando recursos de poder –como pueden haber sido los de Néstor o Cristina Kirchner– y otro que cae en problemas de gobernabilidad e incluso en la inestabilidad justamente por su baja capacidad de manejar los resortes del poder –la experiencia de De la Rúa–.
La experiencia democrática argentina iniciada en 1983 indica que un presidente que no logra crear nuevos recursos de poder –sean éstos institucionales, partidarios, financieros, comunicacionales, de estrategia política y de apoyo popular– y concentrarlos en sus manos mejorando su posición político-institucional corre el riesgo de perder capacidad de gobierno e incluso de finalizar en forma anticipada su mandato. No será otra cosa que la pericia que pueda demostrar Mauricio Macri para moverse en un contexto que no estará exento de cambios y acechanzas lo que determine en qué presidente se convertirá y cuál no será.
*Politólogos, coeditores de Artepolitica.com. Autores de El príncipe democrático sudamericano (Editorial Eduvim),