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Caminatas con diarios

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| Cedoc

Creo que Borges decía que “el baldío es la inclusión de la pampa en la ciudad”. Yo podría decir otro tanto del barrio en el que vivo: especie de campo asfaltado, chatura por todas partes y nada para hacer. Sin embargo, hice del defecto virtud y le encontré la vuelta para disfrutar de al menos alguna clase de experiencia urbana. Muy seguido camino diez cuadras de ida y otras tantas de vuelta hasta el único quiosco de diarios más o menos digno. Está dentro de la estación de tren de Chacarita, y en él se consigue la edición impresa en Buenos Aires de El País de Madrid. Sin falta todos los sábados a media tarde, no bien me despierto, camino hasta allí para hacerme del diario con el suplemento Babelia. Idéntica operación realizo el domingo e incluso, aleatoriamente, algún que otro día de semana. Siempre vuelvo a casa por una larga calle sin esquinas, a un lado –hacia la derecha– las vías del tren y los monoblocs que el Gobierno está construyendo frente a la Villa de Fraga; del otro, los paredones del cementerio. Esa caminata inhóspita –que he llegado a hacer muchas veces de noche: el quiosco está abierto las 24 horas– curiosamente se me vuelve agradable: me siento como en una especie de ciudad posindustrial, entre desechos de materiales duros (me divierto pasando por debajo de una grúa abandonada antes de cruzar la barrera de Triunvirato y Elcano) y mugre por todas partes. El abandono es lo mío e, invariablemente, llegado a la barrera casi que diría que el barrio me termina por gustar, como un enamoramiento no correspondido (no sé si de él por mí, o de mí por él).
De mis lecturas de El País del fin de semana pasado rescato dos artículos. Uno, en Babelia, de Anatxu Zabalbeascoa, sobre la nueva Fundación Feltrineli en Milán y otras obras en esa ciudad (tengo un amigo escritor, de esos que viajan mucho pese a que sus libros no venden nada, que hace poco estuvo en Turín y Milán y me dijo que efectivamente el lugar es extraordinario). Antes Babelia le daba mucho más espacio al debate sobre arquitectura y  urbanismo, ahora no tanto, pero cuando lo hace sigue siendo excelente. El texto y también la edición (el título, el copete, etc.) van más allá, para pensar la arquitectura europea actual. Leyendo El País (y Le Monde, que pertenece al mismo grupo económico que administra El País) se nota una preocupación constante por indagar qué es hoy Europa. Por eso no sorprende que en su edición del domingo pasado interroguen a Pierre Rosanvallon y a Marcel Gauchet, dos de los intelectuales franceses más destacados de lo que podríamos definir como el establishment del progresismo de centro-derecha –valga la redundancia– acerca de la crisis en Francia “que nadie vio venir.” Gauchet al menos tiene la honestidad de confesar que no entiende nada de lo que está pasando. Rosanvallon señala en cambio que lo que ocurre se debe a que “las formulaciones del futuro están averiadas”. Si fuese europeo tendría ganas de responderle a Rosanvallon que es al revés: no es por el futuro, sino por el presente y el pasado cercano: por los últimos treinta años en que las democracias liberales que tanto defiende han puesto al mercado como valor supremo de la época y han generado una sociedad inequitativa, con altísimos niveles de exclusión social y falta total de proyecto cultural. Por suerte no soy europeo y en la Argentina no pasa nada por el estilo.