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Campanas

Fito me dice que allí en San Carlos está la única fábrica de campanas de Latinoamérica. Nunca había reparado en que debían de existir las fábricas de campanas.

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Campanas | marta toledo

Hace un par de semanas fui a San Carlos Centro, una ciudad pequeña de la provincia de Santa Fe, a una charla en la biblioteca que cumplió 108 años. Estuve apenas dos horas. Cuando hago este tipo de escaramuzas me siento como las cantantes de cumbia que llegan, tocan y se van, raudas, a la próxima bailanta. Me llevó Fito, el amigo de un amigo. En el trayecto me contó la historia de su familia devastada por la dictadura: cinco de sus hermanos están desaparecidos y él estuvo varios años preso. Di Benedetto fue su compañero en la prisión. Hablamos también de Di Benedetto pero es más interesante lo que me contó de su propia historia y de la historia de su sobrina Paula, o tal vez debería decir de sus sobrinas Paulas. Las dos Paulas. Desaparecidos su hermano y su cuñada a la familia le avisaron que en la Casa Cuna había una nenita de dos años llamada Paula, que podía ser la hija de su hermano. La fueron a buscar, la crió una de sus tías. Veintipico de años después el padre de Fito recibió un llamado: una chica que dijo ser Paula, su nieta. Efectivamente Paula, esta, tiene la misma sangre que ellos. Paula, la otra, tenía un padre en otra parte, la ayudaron a encontrarlo, pero se quedó en la familia. No llegó una para que la otra se fuera: tuvieron, tienen, dos Paulas.

Charlando nos pasamos, seguimos de largo, hay que buscar un cruce, desandar los kilómetros que hicimos de balde. Cuando entramos a los costados de la ruta hay un montón de carteles con nombres de fábricas y cristalerías, como si esas marcas fueran las auspiciantes del pueblo. Fito me dice que allí en San Carlos está la única fábrica de campanas de Latinoamérica. Nunca había reparado en que debían de existir las fábricas de campanas. No las puede hacer cualquier herrero, pregunto. Parece que no, algo de las notas musicales, me explica, y yo que no tengo oído justamente ni para tocar la campana, no le entiendo. Pienso que después voy a googlear a ver si es cierto eso de la fábrica de campanas. Una sola en toda Latinoamérica me resulta exagerado.

Hoy recuerdo el dato y empiezo a rastrearlo en internet. Pero me topo con el nombre del fundador del pueblo, Charles Beck Bernhard… me suena ese apellido, de dónde. Lina Beck, claro, una de las primeras cronistas argentinas, escribió un libro precioso que se llama El río Paraná, en el siglo XIX. Una crónica de su viaje por el Paraná hasta encallar en la provincia de Santa Fe junto a su marido, el Charles que fundó San Carlos. Leímos a Lina Beck hace unos años en un taller que se llamó Mississippi-Paraná. Conversaciones en la orilla. (Te acordás, Julián López, qué hermosura.) Busco entre los estantes bajos de la biblioteca el apunte con los textos. Leo: “De tiempo en tiempo, algún trozo de isla, desprendido por el empuje de las aguas, sobrenada en el Paraná con sus arbustos y sus flores; queda sujeto a las raíces de un árbol, vacila unos instantes y luego, arrastrado por la corriente, sigue a la deriva. Detenido al fin por algunos árboles sumergidos, se convierte pronto en una nueva isla que se agranda sucesivamente con todos los despojos y residuos acumulados en sus bordes”. Hace un par de años Eduner, la editorial de la Universidad de Entre Ríos, reeditó este libro, por suerte ahora está a la mano. En la época en que armamos el taller lo rastreamos bastante por Mercado Libre.

Leer a Lina Beck con la luz particular que tiene el atardecer en esta época del año, dejarse abrazar por las aguas del río, por la mirada llena de asombro de la extranjera.