Mucho se habló la última semana del mal holandés. No tuvo que ver con el aniversario del primer campeonato mundial de fútbol que Argentina le ganó a Holanda en 1978, sino con un término que la revista The Economist acuñó en la década del 70 para describir la situación que se produce cuando un país favorecido por el descubrimiento o la mayor demanda y precio de una materia prima con la que cuenta en exceso padece como efecto secundario la sobrevaluación de su moneda, reduciendo la competitividad del resto de su economía. En el caso holandés, fue el descubrimiento, en los 70, de enormes reservas de gas en su mar territorial, que vendió al resto de Europa; pero el gran ingreso de divisas producido por esas exportaciones sobrevaluó su moneda –el florín– frente al marco, la libra y el franco de esos años. En cuanto a la Argentina –muy simplificadamente–, su equivalente podría ser la soja.
El conflicto con el campo introdujo el mal holandés en el debate, porque si no hubiera dólar alto no podría haber retenciones; simultáneamente, si no hubiera retenciones sería más difícil que el Gobierno pudiera comprar dólares para mantener su cotización alta y combatir el mal holandés. No pocos piensan que la baja deliberada del dólar está producida por el Gobierno también para hacer sentir al campo que con menos retenciones y un dólar más barato estaría igual que con más retenciones pero con un dólar más caro. Además, el resto de la industria estaría peor porque sería más vulnerable a las importaciones y menos competitivas sus exportaciones.
No sólo el conflicto con el campo contribuyó a colocar al mal holandés nuevamente en discusión. El petróleo a 140 dólares por barril, conjuntamente con el aumento de todas las materias primas, despertaron temores de que el mundo se encamine a repetir la crisis de los 70 y se desemboque en un nuevo ciclo de inflación mundial. Para terminar de poner de moda el tema, el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, en su reciente libro de memorias, titulado La era de las turbulencias (muy leído en los círculos políticos), se refirió cuatro veces al mal holandés.
Primero, Greenspan desarrolla el tema de forma general: “¿Cómo es posible que una superabundancia de recursos naturales –petróleo, gas, cobre, mineral de hierro– no contribuya de manera significativa en la producción y riqueza de una nación? Paradójicamente, la mayoría de los analistas concluyen que, sobre todo en los países en vías de desarrollo, los filones de recursos naturales tienden a reducir, más que a aumentar, los niveles de vida. Los analistas a menudo citan (la carencia de) el mal holandés como motivo por el cual Hong Kong, Japón y Europa Occidental, relativamente pobres en recursos, hayan prosperado, mientras la petrolífera Nigeria y otros países no lo hayan hecho. ‘Dentro de diez años, dentro de veinte años, ya lo verán: el petróleo nos llevará a la ruina’, fue lo que expresó el ex ministro de Petróleo venezolano y cofundador de la OPEP, Juan Pablo Pérez Alfonso, en los 80. Previó con acierto la incapacidad del total de los países de la OPEP para usar sus riquezas en cualquier diversificación, más allá del petróleo y los productos relacionados. Aparte de distorsionar el valor de la moneda, la abundancia de recursos naturales a menudo posee efectos sociales devastadores, porque la riqueza fácil y no trabajada tiende a mermar la productividad. No es de extrañar que Fadrique de Menezes, el presidente del minúsculo país de Santo Tomé y Príncipe, frente a la costa occidental africana, cuando en 2003 se descubrieron en sus aguas territoriales reservas significativas de petróleo, haya declarado: ‘He prometido a mi pueblo que evitaremos lo que algunos llaman el mal holandés o la maldición del petróleo’. El mal holandés afecta principalmente a los países en vías de desarrollo, porque un filón de recursos naturales tiene más posibilidades de eclipsar el PBI de un país en desarrollo que el de otro desarrollado. Pero aun así Inglaterra padeció un aparente brote a principios de los 80, cuando, a raíz del desarrollo petrolero en el Mar del Norte, el país pasó de ser un importador neto de petróleo a ser exportador, haciendo que el precio de la libra esterlina subiera y los (otros) bienes de exportación británicos se volvieran, de forma temporal, menos competitivos. También Noruega, con menos de cinco millones de habitantes, tuvo que tomar medidas drásticas para aislar su pequeña economía del filón petrolífero del Mar del Norte creando un fondo estabilizador que redujo la presión sobre el tipo de cambio de la Corona.”
Luego, y quizá en la parte más interesante por ciertas similitudes con el caso argentino, Greenspan se refiere a Rusia, un país que luego de su devaluación y default logró reducir el desempleo a la mitad, la inflación al 13% tras haber sido del 127% el año posterior a la devaluación, y que sus reservas crecieran de 8.000 millones de dólares ese mismo año a los 300.000 millones actuales. “La mayor parte del mérito de este impecable rendimiento económico recae, por supuesto, en la vertiginosa subida de los precios del petróleo y el gas natural. Sólo el crecimiento del valor de las exportaciones de petróleo y gas generó un quinto de todo el crecimiento económico acumulado durante los ocho años posteriores a la devaluación. El rublo se valorizó el doble en relación con las monedas de los socios comerciales de Rusia, con un impacto predecible: las exportaciones que no fuesen gas y petróleo crecieron sólo a la mitad, en términos reales. Plenamente conscientes del peligro que afrontan, y habiendo visto al mal holandés hundir las economías de muchos productores petroleros de la OPEP, los rusos libran una batalla para contrarrestar sus efectos. Entre 1998 (año de la crisis) y 2006, la oferta monetaria subió a una tasa anual del 45% y la unidad de oferta monetaria –es decir, la oferta monetaria dividida por la producción– creció al 35% anual. A largo plazo, el nivel general de precios tiende a seguir la oferta monetaria; eso indica, en términos sencillos, que cuanto más dinero circule, más caro será el precio del flujo de bienes y servicios producidos. Que la tasa de inflación haya quedado muy atrás de la oferta monetaria preocupa a las autoridades rusas, que temen un resurgir de la inflación. Por supuesto, el Banco Central de Rusia, como todos los centrales, tiene la posibilidad de destruir dinero, además de crearlo, y lo hace vendiendo deuda pública en moneda local (nuestras Lebac y Nobac) para absorber el exceso de rublos creado; pero se ve limitado por la ausencia de un amplio mercado de deuda en rublos, herencia de la escasa consideración que el desarrollo de un sistema bancario sofisticado ha tenido en la ex URSS. Desde 2004, el ministro de Economía viene abordando ese desafío; ha designado un precio nominal del petróleo que, cuando se supera (nuestras retenciones móviles), automáticamente el excedente de ingresos se desvía a un fondo especial de estabilización a salvo del gasto gubernamental (y ésta es la gran diferencia con la Argentina) que sólo puede invertirse en activos extranjeros, evitando así que aumente la base monetaria. En abril de 2007, ese fondo había superado los 117 mil millones de dólares.”
No lo pudo contar Greenspan, pero el citado ministro de Economía ruso –de Finanzas, para ser más exactos–, Alexéi Kudrin, como premio a sus aciertos a fines de 2007 fue ascendido a vice primer ministro (Putin es ahora primer ministro, porque quien lo era lo reemplazó como presidente). Kudrin enfrentó protestas cuando recortó subsidios para reducir el gasto público; su objetivo es mantenerlo en el 15% del PBI (en Argentina es algo superior al 30%, un porcentaje no muy diferente es en EE.UU., y en los países escandinavos es de más del 60%).
Epílogo argentino. Si el Gobierno hubiese destinado lo recaudado por retenciones a un fondo anticrisis (Lavagna lo propuso, aunque no con ese origen) que no pudiera ser utilizado para gastos corrientes, porque por ley se obligara a ahorrarlo (no es buena idea prometer construir hospitales con ingresos de una renta extraordinaria, porque son variables y la situación puede revertirse), otra sería la legitimidad del aumento de las retenciones.
El problema del oficialismo es que el incremento de las retenciones no busca –como declama– mejorar la equidad, sino principalmente contar con más recursos para sus pagos y gastos habituales.