Más que país, Argentina es un acto fallido de la sociología. Su entera dirigencia no da pie con bola. Blablea, frasea y abusa de una impericia notable. Para bien de otros, y mal nuestro, vivimos ajenos al país que habitamos. Y somos indignos pues nada nos indigna. Ignorar la Constitución ya forma parte de la tradición. Admirar y encumbrar imbéciles también. Y disolvernos en confusas naderías, una práctica que se profundiza. Nunca mejor expuesto como en este 2014 descerebrado y brutal.
Un viajero que, transpuesto Ezeiza, enciende la tevé en su hotel para saber a que país arribó puede recibir una descarga que le suspenda el juicio. Para evitarles este mega shock de confusión les sugiero pulsar sólo dos botones del control remoto. El primero remite cada mañana a una salita de teatro oficial. El segundo recuerda a un despacho de comisaría. Un vistazo a estos dos programas lo pondrá sino en situ al menos en las cercanías.
Este consejo vale también para originarios urbanos despistados que no consiguen captar el fondo real de los días de 2014 que resbalan bajo nuestros pies. Como autoayuda para ambos se impone recordar un instante capital de nuestra vida públicas. Y es éste: cada mañana, cuando el sol se nos acerca desde Uruguay y abrillanta el espaldar de La Rosada, un maniquí viviente asoma tras un cortinado y habla ante una sala de prensa por lo general vacía (sic). Se trata del Jefe de Gabinete de Argentia, expayador chaqueño y tesonero componedor de conferencias de prensa en las que dialoga consigo mismo. Sic.
Cumplidos ya más de un centenar de plúmbeos soliloquios sobre una cuerda sola, su Monólogo Matinal es un clásico de la dramaturgia nacional. Pugnaz, autista, inalterable ante una sala vacía, Capitanich ruega con sus ojos cruzados “en bizco” que le arriben a punto los cronistas que veces no le llegan. La hoja de papel que tiembla en su mano cumple función de cable a tierra. Dos monitores (izquierda y derecha) repiten su medio cuerpo inmóvil. Y tres Capitanich (uno carnal, dos analógicos) quedan condenados al fastidio de la secuencia que no avanza. Secretario privado, dos empleados “a la orden” y uno “para el café” elevan a cinco las personas que acompañan al pie de su homilía sin eco al envarado y cejijunto Capitanich.
Como es vox pópuli (y bien que se sufre) Scioli lidera, lejos, el Guiness local de la subordinación sonriente. Capitanich lo sabe y busca insertar la suya desde otro ángulo. Un súbito “preferiría no hacerlo” jamás brotará de su ánimo servil. Locutor sin escuchas prefirió inmolarse en el podio de una simulación sin falla alguna. Si existe un idioma para sordos es el suyo. Lo asume y resiste como mártir y no parece querer bajarse del palo enjabonado en el que lo crucificaron. Los meses que lleva delirando en ese palco inútil prueban que guardando las formas cualquier fondo puede ser distorsionado.
La hora gloriosa de Capitanich es las 8. Puntual, espera arriben los tres, cinco, diez perturbadores que le harán preguntas. Ninguna le sorprende. Las hay difusas bipolares, reversibles, multiuso. El no las diferencia. Las responde apelando al budista “aplauso de una mano sola”. Mira el cielorraso con un ojo, huir de ella, sólo debe mirar el techo con un ojo, mofletea un poco, pispea el siguiente papel, arranca enfático diciendo “a ver, a ver” y “se va para los tomates”. Y ya está. 42 millones de argentinos quedan más en Babia que antes de sus respuestas de ocasión.
Cuán distinto sería que, sincerando el panorama que se divisa desde el puente, fuese no él, sino Ricardo Canaletti (de TN) quien tomara su lugar. Propongo a este segundo portavoz pues es que divulga mejor que nadie la realidad del país que más cuenta.
El voncinglero Canaletti arranca a mediodía, arrasa por la tarde y merodea de noche. Su informe “La cámara del crimen” hace temblar las pantallas los sábados a las 15 y (créase o no) se repite también los domingos a igual hora. No deja de asombrar este apoyo publicitario a una hora de familias reunidas en torno de un asado en donde terminan enroscándose el comentario sobre un chinchulín crocante y “los intestinos de la víctima” que bocina Canaletti.
Muy diferente de Capitanich, el enfervorizado Canaletti no engola ni larga chispitas de sus importantes dientes. Sólo se dedica a eviscerar el cárnico cuerpo social indefenso y tronar pidiendo justicia por el creciente número de víctimas de la violencia. Con ojos en zoom y boca presta, describe asesinatos con sustantivos puntuales como bisturíes. Detalla los despanzurramientos (perdón por la parola) con verismo que obliga a alejarse de la pantalla para evitar cóagulos y restos de piel que vuelan hacia la audiencia.
Si Capitanich cada veinte palabras se escuda en el “A ver, a ver”, Canaletti, a sabiendas (él sí) que está informando sobre la realidad social tal como transcurre, no esconde ni simula, ni huye. Lo dice todo. Y es por esta razón que debería ser el reemplazante natural de Capitanich. No sólo porque no practica el chirolismo del chaqueño, sino porque los hechos que encara cada día son de primera magnitud. Basta apuntar que la violencia, la inseguridad, la sevicia, drogas y las megas corrupciones varias, superan en volumen a la exportación de carnes, trigo y maíz, por acudir a un símil que si bien no es aplicable sirve para jerarquizar el informativo social de Canaletti y denunciar la mascarada oficial de Capitanich.