Le quiero hacer una confesión muy personal. Ya tengo elegido mi candidato a presidente para el 2015. Ya me convenció. Creo que no hay un argentino mejor que él para que conduzca los destinos del país. ¿No me cree? Mi voto de confianza es para un compatriota extraordinario que es lo mejor que se produjo en estas tierras, tal vez, en toda su historia. ¿Sabe por qué lo quiero votar? Porque tiene las virtudes, los valores y las ideas de los dirigentes políticos fundacionales de nuestro país y porque por su capacidad revolucionaria debería estudiarse en los colegios como muchos próceres de la argentinidad. ¿No me cree? ¿Le parece que exagero? Lea y después me cuenta. Yo se lo describo, le doy unas pistas para que entienda porqué siento tanta admiración por ese hermano nuestro que está protagonizando una epopeya.
De José de San Martín tiene el coraje para pelear por la libertad de los pueblos y para enfrentar las más grandes dificultades, incluso las que tienen el tamaño de la Cordillera de los Andes. Se siente un hombre libre y quiere que todos los hombres sean libres.
De Manuel Belgrano tiene la obsesión por la educación, la excelencia intelectual y la flexibilidad para moverse en todos los terrenos. También es creador de una nueva bandera de la fe.
De Mariano Moreno tiene la voluntad revolucionaria. La pasión por romper las burocracias del atraso y la apuesta al cambio de las viejas estructuras. Por algo los conservadores ya lo pusieron en la mira.
De Hipólito Yrigoyen tiene su amor por los más humildes, su lucha eterna para que la tortilla se vuelva, su profunda fe democrática. Su segunda Biblia, su plataforma electoral, el documento más importante que redactó, que sostiene que el Estado debe intervenir para suturar las heridas que produce el mercado, es un producto colectivo. Se realizó en la conferencia de Aparecida, con el aporte de pastores, peregrinos y obispos, pero tiene la síntesis de un sabio. De un sumo sacerdote. De un pontífice que piensa con ecumenismo y que no conoce lo que es el odio. Todo lo contrario, ayer proclamó la cultura del encuentro y llamó a “rehabilitar la política como una de las formas más altas de la caridad”. Dijo que “entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta hay una opción de los oprimidos: el diálogo, el humanismo integral”.
De Juan Domingo Perón tiene su habilidad para conducir, ese liderazgo carismático necesario para guiar la organización humana más grande del planeta con 1.200 millones de fieles. Tiene una sensibilidad especial y sabiduría popular que sólo se cosecha con mucho pavimento recorrido. La picardía argentina en el mejor de los sentidos y no la viveza criolla. Tiene humor. Se podría cantar una marchita que diga: “Por ese gran argentino/ que se supo conquistar/ a la gran masa del pueblo/ con astucia clerical.
De Evita tiene su amor por los grasitas y la mirada en la periferia. Su opción por los pobres, por los cabecitas negras de La Matanza a Lampedusa. Ese abrazo que se dio con los qom que Cristina no recibió o con el indio Pataxo que le regaló su cocar y no se arrodilló porque el Papa se lo impidió. La arenga para que nadie acepte la humillación de nadie, para que se pongan de pie y se rebelen. Por eso dice que quiere que los jóvenes hagan lío y salgan de la Iglesia. Para que ocupen las calles con alegría y peleen por un mundo más justo, más solidario y fraterno. Quiere que sean callejeros de la fe.
Siembra amor y esperanza y lucha a muerte contra los asesinos que utilizan la droga para matar pibes y los que utilizan la trata para esclavizar mujeres pobres. De aquellos que rezan: “Papa nuestro que estás en el Vaticano, santificado sea tu nombre”.
De Arturo Illia tiene la austeridad republicana y franciscana. Los votos de pobreza, el despojo de todo tipo de vanidad o riqueza frívola. No vive rodeado de millonarios ni de estrellas mediáticas. Se siente a gusto en las favelas del mundo porque conoce profundamente nuestras villas miserias. Pinta su aldea y por eso es universal. No miente, predica con el ejemplo. Tiene las manos limpias, no hace falta que presente su declaración jurada porque vive como piensa. Por eso tiene autoridad moral para decir que se puede perdonar a los pecadores pero no a los corruptos. No roba pero hace.
Es argentino como pocos y no solo porque nació en Flores en una típica familia de tanos inmigrantes. Por el mate, el tango, su San Lorenzo de Almagro y el culto a la amistad. Convoca multitudes apasionadas. Tiene olor a oveja, pero no acepta el verticalismo ni la obsecuencia. Llama a que cada uno construya su propio destino junto a sus hermanos más frágiles. Propone cooperativas para recuperar la paz, el pan y el trabajo y combatir la inflación y la inseguridad. Y si no me creen, lean el documento de Aparecida que es la génesis de su papado. Reparte estampitas cargadas de futuro. Es emocionante ver como emociona. Ya produjo su primer milagro: que todo el mundo quiera a un argentino. Y que la juventud recupere su lucha por las utopías a su imagen y semejanza. Francisco fue forjado por dos matrices que atravesaron la historia de nuestro país. Por el catolicismo y el peronismo. En esas fraguas se formó. En esas convicciones e ilusiones. Muchas veces me pregunto qué me despierta tanta admiración el Papa si yo no soy católico ni peronista, aunque a veces me gustaría serlo. Para tomar lo mejor de ambos. Para tener un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio o en la doctrina, como decía Monseñor Angelelli.
Ya sé que no lo puedo votar. Ya sé que no es candidato. Pero es el espejo que refleja lo mejor de este país. Es el argentino que nos transmite esperanza y capacidad transformadora. Es el Papa. Tranquilamente puede ser un presidente y un prócer. Podrán imitarlo, pero igualarlo jamás. Porque el país no está temblando. Esta latiendo patriotismo, solidaridad y emoción. “Se siente, se siente, Francisco presidente”, podrían cantar las tribunas, como si el país fuera el viejo Gasómetro Y si él no puede ser, que sea algún argentino que se atreva a recoger su nombre y lo lleve como bandera a la victoria.
Aclaración: Tenía pensado escribir sobre la política doméstica. Pero hubo dos motivos que me “obligaron” a repetir con módicos cambios, esta columna que leí el viernes en Radio Continental. Primero, que tuvo una repercusión inédita por las redes sociales que superó cualquiera de las más de cuatro mil editoriales que escribí en 15 años. Eso me hizo sospechar que el texto tenía algún valor o representaba algún sentimiento. Y segundo, la osadía que tuvo Cristina de comparar a Néstor Kirchner con el Papa sin que se le cayera la cara de vergüenza. Confundir el día con la noche, me pareció too much.