Pocas veces habrá habido, en la grisácea historia democrática de nuestro país, candidatos tan carentes de sustancia, candidatos de vocabulario tan elemental y raquítico, de imaginación tan escasa, de principios tan frágiles, de valores tan volátiles o incomprobables, de formación cultural tan elemental, de cosmovisiones tan miopes, como los que aparecieron en las boletas del cuarto oscuro el domingo 9 de agosto de 2015 ante nosotros, los ciudadanos (a quienes ellos llaman “la gente” y tratan como consumidores, como clientes o como simples datos de encuesta).
Pocas veces, si es que hubo alguna, nos habremos encontrado con candidatos tan huérfanos de visiones convocantes, tan incapaces de promover una utopía, tan alejados de toda noción de pasión, tan desviados de cualquier idea trascendente. Candidatos monitoreados por asesores de marketing, de imagen, de publicidad. Carne de encuestadores. Incapaces de elaborar un discurso propio, de alimentarlo con argumentos elaborados por sí mismos, de someter sus ideas a debate, de dialogar mirando a los ojos y de convencer con los atributos del pensamiento, ese don humano.
Pocas veces, si es que hubo alguna, habremos estado ante tanta cobardía, ante candidatos tan temerosos de perder un voto en caso de decir una palabra fuera del guión escuálido y gris que memorizaron, olvidados de su propia identidad. Candidatos tan ventajeros, tan vacuos. Tan dramáticamente ajenos a toda noción de lo que es la verdadera política: o sea, debate de los temas de interés común, negociación de buena fe en torno de esos temas, integración y articulación de la diversidad de intereses de la sociedad, comunicación clara y fundamentada de estrategias, anteposición de los intereses sociales comunes a las urgencias y prioridades propias. Esto por nombrar sólo algunas cosas de las muchas a las que son indiferentes, que les resultan incomprensibles y que jamás estarán en su horizonte político ni en el existencial.
Pocas veces un candidato oficialista habrá demostrado hasta el hartazgo, como el actual, semejante obsecuencia ante sus humilladores, una abrumadora nulidad conceptual, una insultante negación a pronunciarse sobre cualquier tema de interés comunitario. Y pocas veces habrá tenido como principal rival a un opositor tan superficial, tan incapaz de ponerles sustancia, músculo e identidad a las volátiles propuestas que repite como la lección aprendida de memoria por un alumno almidonado que aspira a ser abanderado si se porta bien. Ni mencionar (porque estremece) a algún candidato que aletea en los vientos del crimen. Más allá de lo que se pruebe, o no, al respecto, el solo hecho de que una acusación así sea plausible describe en qué país se dan estas elecciones.
Son candidatos producidos y envasados al vacío. Candidatos, además, al vacío.
Pocas veces como en estos días, mientras esos candidatos desnudaban su pobreza, se habrá escuchado como música de fondo (amplificada en cadenas nacionales posiblemente ilegales) el relato desquiciado de una realidad falsa, cuya sola descripción ofende a los pobres, a las víctimas de la inseguridad, a los que pierden algo cada día (trabajo, vidas, bienes, derechos reales, hijos succionados por la drogadicción, futuro).
Las sociedades tienen los candidatos que se les parecen. Nacen y echan raíces aquí, son acompañados, apañados, aceptados, alimentados y reproducidos por una masa crítica de la sociedad a la que representan. Esa masa crítica es tan indiferente como ellos, tan cortoplacista como ellos, tan ombliguista y egoísta como ellos, tan prebendaria del bien común como ellos, tan permisiva como ellos ante la corrupción, tan desentendida como ellos del interés y del futuro colectivo.
Dime en qué sociedad vives y te diré qué candidatos tienes. No vale quejarse de la imagen que devuelve el espejo. Los espejos reflejan lo que tienen enfrente. Como estos candidatos. Se podrá decir “Es lo que hay”. Pobre consuelo si no se aspira a producir algo mejor.
*Escritor y periodista.