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Ingleses y estadounidenses asisten al ascenso político de Jeremy Corbyn y Bernie Sanders, dos candidatos que inquietan al “establishment” de sus partidos.

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La semana pasada volvimos sobre las penurias sufridas por los habitantes del archipiélago de Chagos (océano Índico) en el período 1965-1973, incluyendo su expulsión y exilio forzoso en Mauricio, Seychelles, y otros países.
Los desdichados chagositanos pugnan desde aquellos días por ver reconocido su derecho a volver a sus hogares. La Justicia inglesa les concedió razón en dos oportunidades y fue por la feliz casualidad de ser ministro de Exteriores el brillante laborista Robin Cook, quien reconoció –en diciembre de 2000– la validez del reclamo de los isleños. Cook renunció al gabinete en marzo de 2003, por haberse opuesto a la invasión de Irak. Su discurso conmovió a su bancada, a la de la oposición y a las galerías del público, dando lugar a una ovación de pie como nunca antes en la historia parlamentaria británica. Sentado detrás de Cook aquel día de marzo estaba un miembro del Parlamento por una localidad al norte de Londres (Islington): el laborista Jeremy Corbyn.

El mismo respecto de quien sabremos hoy si ha ganado la competencia por el liderazgo del partido laborista inglés. Este barbado diputado de 66 años que frecuentemente usa bicicleta y no lleva corbata viene suscitando entusiasmos inéditos. Corbyn llena salas –y alrededores de las salas– en las que habla y provoca un aumento en la afiliación de miembros del partido.
Pro Palestina, anti OTAN y pro europeo, Jeremy Corbyn no sólo concuerda con la necesidad de atender las demandas de los chagositanos; también ha dicho que el R.U. debería abrir un diálogo con la Argentina sobre el futuro de las Malvinas, a las que suele llamar con ese nombre, en lugar de “Falklands”.

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Corbyn está alarmando al “stablishment” de su propio partido y al de todos los partidos. El ex primer ministro laborista Tony Blair dijo recientemente que quienes votan por Corbyn “con el corazón” debieran hacerse un trasplante. Su preocupación es tal, que llegó a pedir a los laboristas: “Si me odian no me importa, pero no lo voten a Corbyn”, y a describir las propuestas del retador al liderazgo del partido como saliendo de “Alicia en el país de las maravillas” (lo cual implica una descalificación al respetable Lewis Carroll).
Esta columna se ha escrito horas antes de conocerse los resultados y el nombre del nuevo líder del laborismo británico, pero lo cierto es que el entusiasmo que Corbyn ha despertado es un fenómeno que va más allá del resultado en las urnas, ya que se vincula con un regreso a la credibilidad en los dirigentes, en este caso de un partido tradicional. Y se enlaza con las expectativas suscitadas por movimientos sociales con expresión política y vocación de cambio del “statu quo” como Podemos  en España, Cinque Stelle en Italia y Syriza en Grecia.
Tan diferente es la propuesta de Corbyn que incluye un proyecto de reducir el ya menguado poder de la monarquía, eliminando la llamada “prerrogativa real”.

Para no olvidar también es su convicción sobre que no debiera haber un tajo entre los principios y la lucha por el poder, lo que vale doble por salir de la boca de quien ha dado prueba de su dedicación a la política. Algunas de sus afirmaciones hace tiempo que no eran pronunciadas por un dirigente europeo (menos aún inglés); por ejemplo: “La austeridad es una coartada para aumentar la desigualdad y la injusticia…”, o bien: “… es necesario proponer una economía alternativa”. O sobre Alemania: “Ellos no me considerarían de extrema izquierda, más bien me considerarían un moderado aburrido, ya que ellos hace bastante que tienen un banco público para financiar proyectos de inversión en obras públicas…”. Una bisoña seguidora resume el sentir de muchos cuando lo define: “Habla como un ser humano, sobre cosas que son reales”.
Del otro lado del Atlántico ocurre algo similar (salvando escalas, culturas políticas y sensibilidades sociales), con la emergencia de Bernie Sanders como candidato del partido demócrata a la presidencia de los EE.UU.

Sanders, actualmente senador por el estado de Vermont en el Congreso de los EE.UU., tiene 74 años y se viene destacando no solamente por su claro posicionamiento en contra del espionaje telefónico y cibernético a los ciudadanos, de la guerra en Irak y de la discriminación racial en la Justicia y en las policías; también ha logrado que los temas de la desigualdad de los ingresos y la fragmentación social vuelvan a figurar en las rúbricas de los grandes medios de comunicación. Lo que demuestra que la crisis financiera de 2008 no sólo dejó ruinas, sino que también fertilizó las debilitadas raíces del pensamiento político y social americano.

Hostigando a la hasta hoy segura favorita Hillary Clinton, Sanders –quien no cuenta con grandes recursos corporativos y suma aportes individuales– llena los recintos donde habla con multitudes entusiastas que lo escuchan atentamente.
Afiliado en su juventud al partido socialista norteamericano, Sanders nació (como Woody Allen) en Brooklyn; también como Allen se crió en un hogar judío. Su crecimiento en las encuestas es sostenido,  y si bien nadie afirma por ahora que pueda derrotar a la señora de Clinton, algún comentarista piensa que servirá de escapulario político para ahuyentar al “satánico” Donald Trump y reforzar indirectamente las chances demócratas el año que viene.

Un discurso reciente, en el estado de Iowa, ayuda a definirlo. Dijo: “Quienquiera sea electo presidente de EE.UU. no podrá abordar el enorme problema de las familias trabajadoras de este país. Ningún presidente puede hacerlo. Esa es la verdad. No se trata solamente de elegirme como presidente. ¿Por qué? Por el poder de las corporaciones, el poder de Wall Street, el poder de los donantes en las campañas presidenciales…”.
Que un senador norteamericano candidato a la presidencia de la República diga, como Sanders en el estado de Winsconsin, que “el tema de la riqueza y de la desigualdad de los ingresos es el gran tema moral de nuestro tiempo”, nos hace pensar en aquella distinción entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad.