COLUMNISTAS

Carrió

Inconsciente cívico: contratapas previas sobre Lilita.
| Cedoc

Creo que es un error juzgar a Carrió con categorías políticas. Al igual que a Cristina Kirchner, se la entiende mejor cuando es analizada con las del espectáculo. Se diferencia de la Presidenta por su falta de vocación de gobierno. Y esa carencia define el ethos político de Carrió. No quiere ser presidenta, gobernadora o jefa de Gobierno de la Ciudad (podría haber ocupado el cargo de Macri antes que él); ella quiere ser la diva perpetua del escenario político.

Varias contratapas de este diario –comenzando hace cinco años con la titulada Para Elisa– trataron de develar su secreto, su arte de sorprender, su carácter transpolítico, histriónico, sus parecidos con Cristina Kirchner, Lanata o Tinelli.

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La maestría de Carrió en saber cómo llamar la atención llevó al gran público la cuestión de fondo de la política actual, resumida en el virtual triple empate entre Scioli, Massa y Macri, la falta de candidatos de UNEN para ese podio, el que sólo dos de los tres mencionados pasarán al ballottage y que Massa y Macri precisan sumar desprendimientos de UNEN para asegurar su puesto en esa segunda vuelta.

Así como Cristina Kirchner emerge eligiendo bien a sus enemigos, Carrió eligió a Massa, corporizándolo como la continuidad del kirchnerismo. Que Massa sea la continuidad del kirchnerismo y no así Lousteau, quien ocupó además lugar de privilegio a su lado en el escenario de la discordia, no puede entenderse desde las categorías políticas. Pero sí al observar que Massa le cooptó a Carrió a su discípulo preferido, Adrián Pérez, hace un año, y ayer sumó además a toda la dirigencia de la Coalición Cívica bonaerense (el presidente del partido y los 32 jefes de distrito).

Lo que Massa continúa es la técnica del kirchnerismo de cooptarle dirigentes a Carrió, como en su momento hicieron con Graciela Ocaña o la gobernadora de Tierra del Fuego, Fabiana Ríos. Massa precisa una “pata progresista” como vacuna para las críticas de amoralidad kirchnerista que le adjudican sus detractores. Mientras, Macri no tiene esas necesidades ni tampoco aspiración de disimular progresismo.

Carrió se mete en la disputa entre Massa y Macri por ingresar al ballottage. Batalla que por ahora se libra en las encuestas, que indican a un Massa que viene –aunque levemente– perdiendo algunos puntos y un Macri que –aunque todavía debajo de Massa– ha subido mucho. La tendencia, faltando tanto tiempo para las elecciones, es más importante que el número actual, porque la tendencia proyecta el número del futuro.

Diciembre será un mes de definiciones; el ideal de Macri sería seguir creciendo en las encuestas y llegar en una posición de fuerza para negociar con el radicalismo algo que lo comprometa lo menos posible. Hoy Carrió le resulta funcional a su estrategia electoral, pero si llegara a ser presidente, Carrió dentro de una coalición de gobierno se podría transformar en una piedra en el zapato peor de lo que fue para la Alianza.

Macri comparte con el radicalismo la misma geografía de fortalezas y debilidades. Tanto el PRO como la UCR son más o menos fuertes en la ciudad de Buenos Aires, en parte del interior del país y en el interior de la provincia de Buenos Aires, pero muy débiles en el conurbano bonaerense, el mayor distrito electoral.

Y al revés, tanto Scioli como Massa son muy fuertes en la provincia de Buenos Aires, donde, como un clásico “suma cero”, la UCR y el PRO ni siquiera tienen un candidato con posibilidades de triunfo.

La provincia de Buenos Aires es otra cuestión de fondo de la política. Es el gran cementerio de candidatos presidenciales y alianzas frustradas, generando temores y abdicaciones en los no peronistas. Candidatos con alguna posibilidad, como Stolbizer o Gabriela Michetti, desistieron mientras María Eugenia Vidal rema contra la corriente.

En el otro sector, Massa trata de cooptarle a Scioli el candidato a gobernador que hoy mejor mide en las encuestas: Insaurralde. Quizás el oficialismo podría salir ganando si, de concretarse ese escenario, aceptara Randazzo ser candidato a gobernador bonaerense compartiendo boleta con Scioli presidente (ya especulan con ponerle a Kicillof de vicepresidente).

Pero, en cualquiera de los casos, nuevamente se observa la compartida carencia del PRO y la UCR de un candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires potencialmente ganador (por eso los dos apelaron en distintos momentos a De Narváez). Al revés, la UCR tiene el mejor candidato a vicepresidente de cualquier alianza: Sanz sería ideal compañero de fórmula tanto para Macri como para Binner o Cobos, y un gran presidente del Senado porque, así como el Ejecutivo le es esquivo al radicalismo, el Congreso y la Justicia son los lugares donde los radicales son más valorados (dicen que a Carrió le gustaría ser procuradora general de la Nación para ser la jefa de los fiscales en lugar de Alejandra Gils Carbó).

También se piensa que la Provincia se gana con intendentes del Conurbano que arrastren votos más que con un candidato a gobernador. La similitud entre muchos barones del Conurbano con líderes sindicales peronistas clásicos quizás permita encontrar la piedra Rosetta que explique –tanto desde la estética como desde la pragmática– por qué la mayoría del Conurbano le es tan ajeno a la UCR y al PRO.

El otro conurbano industrial latinoamericano es el de San Pablo; de allí surgió Lula, quien, si fuera argentino, quizás habría sido para Carrió otro representante de la narcomafia peronista.