Mis espías en la Feria de Frankfurt son de una eficiencia tremenda: faltan más de diez días para el comienzo y ya me han pasado –en mensajes encriptados– tanta información que no llego a procesarla. Entre los highlights aparece la Correspondencia 1939-1969 entre T. W. Adorno y Gershom Scholem, publicada en alemán por la editorial Suhrkamp, y contratada para ser traducida al castellano por la prestigiosa editorial porteña Eterna Cadencia. Imagino que aún falta algún tiempo para la salida del libro, no obstante puedo suponer que cuando ocurra será un merecido acontecimiento. Según mi informante, el libro contiene más de doscientas cartas –sobre temas que abarcan de la discusión por lo judío a la relación de ambos con Walter Benjamin– y lleva como subtítulo Der gute Gott wohnt im Detail (El buen Dios reside en los detalles).
Hace algún tiempo leí la traducción al francés de la correspondencia entre Scholem y Hannah Ardent (mi espía no supo indicarme quién la contrató en castellano. Cree, sin total certeza, que está próxima a publicarse en la editorial española Trotta) y me resultó extraordinaria. Aquí también, por un lado, es cuestión de la tensión acerca de lo judío, de Israel y del Holocausto (tensión que quiebra para siempre la relación entre ambos en 1964, unos años después de la publicación de Eichmann en Jerusalén), y por el otro es un formidable ejercicio de rosqueo –malicioso y sibilino– de los dos contra Adorno, por la apropiación de la obra de Benjamin. Leyendo la correspondencia, casi que podría decirse que es el único punto de acuerdo entre Arendt y Scholem. Benjamin se suicida el 26 de septiembre de 1940 (Scholem se entera por una breve carta de Arendt del 21 de octubre, que termina diciendo “Los judíos mueren en Europa y se los entierran como a los perros”) y el amor de ambos por Benjamin es conmovedor. Por mi parte, vuelvo y vuelvo, una y otra vez, a la larga carta de Arendt del 17 de octubre de 1941, en la que le resume a Scholem (instalado en Palestina desde 1923) los últimos días de Benjamin: “Después, hasta septiembre, no tuve más noticias epistolares. Entre tiempo, la Gestapo pasó por su departamento y confiscó todo. Lo que estaba escribiendo mostraba que estaba muy deprimido. Sus manuscritos finalmente se salvaron, pero en ese momento él solo podía imaginar, con razón, que lo había perdido todo”. Pero además del amor por el amigo en común, la correspondencia los muestra activos, ansiosos y enérgicos en evitar que Adorno se encargue de editar, publicar y divulgar la obra póstuma de Benjamin –es decir, la mayor parte de su obra– como finalmente ocurrió. No se trata de una disputa personal –más allá de que Arendt no soportaba a Adorno– sino de una querella intelectual y política, entre un Benjamin más “frankfurtiano”, uno más “judío”, y otro también “judío”, pero más heterodoxo, tal vez como “paria”, en el sentido en que Arendt describe a Bernard Lazare. ¿Qué contendrá la correspondencia entre Adorno y Scholem? Mi espía me dice que el trato entre los corresponsales es cálido, respetuoso y profundo. Si en vez de dedicar mi vida al windsurf (salí campeón del barrio de Villa Ortúzar en la categoría “veterano junior” y nadie se dio por enterado) hubiera, como corresponde, aprendido alemán, ya habría leído el libro y sabría la respuesta.