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Carteros, taxistas y el progreso técnico

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Hace pocos días, en nuestro país, una protesta sindical obtuvo del Banco Central un congelamiento temporario de la decisión de sustituir la distribución de información de las cuentas bancarias en papel por la electrónica. Es muy claro para cualquier usuario del sistema bancario que el reparto de correspondencia de los bancos involucra un costo que hoy ya resulta superfluo. Pero el sindicato no lo ve de esa manera; no fueron los carteros quienes reaccionaron sino los transportistas, camioneros, un gremio bien conocido por su capacidad batalladora –y, según piensan muchos, por su vocación de encarecer los procesos en distintos eslabones de las cadenas productivas–. Son anticompetitivos.
Otro caso actual es mucho más universal: la irrupción de nuevas ofertas de servicios de taxis haciendo uso de tecnología avanzada y simplificando la cadena de valor de los sistemas de taxis convencionales. El caso del gigante Uber en Estados Unidos ya fue noticia en los medios. Situaciones similares se viven en Francia, en Inglaterra, hasta en China. La tecnología que facilita la localización de un taxi o la identificación de un pasajero ha pasado a constituir una amenaza frontal al negocio de las redes de taxis, o al taxista individual que busca pasajeros rondando las calles. Las respuestas gremiales –como en el caso de nuestros transportistas y los bancos– no tardan en manifestarse, reclamando a los gobiernos ajustarse a las disposiciones regulatorias vigentes, las cuales, generalmente, son producto de realidades pasadas. Hay un conflicto entre los usuarios de las nuevas tecnologías y los trabajadores moldeados en procesos productivos antiguos.
Estos desafíos al orden vigente son algo distinto al trabajo en negro, la evasión impositiva o la venta de bienes contrabandeados, fenómenos que conocemos bien. Estos nuevos desafíos son más bien el producto de algo que venimos pregonando como necesario y positivo: el impulso a la imaginación creativa, el fomento a las capacidades innovadoras de los individuos. Resultan de la búsqueda de maneras más eficientes de hacer las cosas utilizando plenamente la tecnología existente. Cuando pedimos capacitar mejor a nuestros jóvenes estamos propulsando nuevas conductas cuyas consecuencias después pueden no gustarnos porque generarán consecuencias cuyos efectos agregados no estamos preparados para asimilar.
Los avances en la tecnología amenazan los puestos de trabajo. Es un dato de esta nueva revolución industrial en la que vivimos, cuyos efectos apenas estamos empezando a vislumbrar. Mucho se ha hablado de la “destrucción creativa” que parece un signo de los tiempos; también se habla de la “deshumanización” de las economías capitalistas y poscapitalistas. La primera de esas visiones encomia la capacidad creativa del ser humano y expresa confianza en el progreso; la segunda, en cambio, refleja el temor y el rechazo a los efectos de la tecnología. La Revolución Industrial dio lugar a grandes cosmovisiones a partir de estas realidades; de un lado, la visión de un mundo sostenido en el progreso, del otro, la de un mundo sustentado en la cohesión social de las sociedades preindustriales. El mismo Marx se escindió alrededor de ese dilema: añoraba la utopía de una sociedad sin división del trabajo y a la vez confiaba en los efectos liberadores del progreso técnico. En nuestras sociedades los seres humanos generamos sentimientos encontrados; por un lado, la tecnología es demandada, adoptada, adaptada y utilizada para mejorar los rendimientos de cada uno en todos los planos posibles, y por otro, se añoran las economías intensivas en mano de obra. Pocas personas parecen ser conscientes de las implicaciones de todo esto sobre los niveles de vida y sobre los ingresos que los individuos podemos generar en nuestra vida laboral. Como regla, puede decirse que, como consumidores, todos tendemos a ser en mayor o menor medida entusiastas del progreso técnico, mientras que como trabajadores tendemos a ponernos del lado de las víctimas –excepto si estamos en las filas de los nuevos trabajadores del conocimiento–.

*Sociólogo.