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Cataratas

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Digo yo, ¿y si los votamos a Juan Carr y a Margarita Barrientos? Sí, ya sé, tenemos que convertirlos primero en candidatos pero no me parece que eso sea tan difícil, viendo cómo son capaces ciertos tipos y tipas de saltarse a la torera la Constitución, los reglamentos, los decretos, las leyes y todo lo que se les ponga en el camino cuando deciden obtener algo. Entonces los decretamos candidatos, a Juan y a Margarita, los votamos y tenemos allá en la cima del poder personas a las que les interesa más la gente que la guita. Otra vez sí, ya sé, los que ya están allá, para mal de nuestros pecados, se pasan la mayor parte del tiempo explicando cuánto, ooooh, cuánto les interesa la gente. Reflexión básica: si fuera cierto ni Juan ni Margarita ni muchos (por suerte) como ellos tendrían que andar ayudando, colaborando, pidiendo, llamando a la solidaridad para auxiliar a, en este caso, los inundados que perdieron o están perdiendo todo. No habría inundados y las mamás y los chicos estarían del otro lado de los vidrios de las ventanas mirando y diciendo uuuyyy cómo llueve, y los papás y las mamás que trabajan fuera de casa dirían che, alcanzame el paraguas que tengo que irme a la oficina o al taller. En otras palabras, con protocolos de catástrofes y, sobre todo, con obra pública cumplida, me refiero a entubamiento de ríos y arroyos por ejemplo y a otros emprendimientos de los que ni sé las denominaciones, con obras hechas, terminadas, inauguradas una o cinco veces, como a los funcionarios les gusta, las maravillosas tareas de Margarita y de Juan no tendrían sentido porque todo el mundo estaría al abrigo de lluvias torrenciales, maremotos, tsunamis o lo que fuera. Ellos y los tantos (por suerte) como ellos estarían ocupados en otras colaboraciones y ayudas a gentes desesperadas y despojadas por las fuerzas de la naturaleza o por la fatalidad, y los funcionarios no tendrían que estar esquivándole el cuerpo a eso que les preguntan los periodistas y yéndose por la tangente con pretextos del tipo de llovió en cinco minutos lo que debió llover en siete meses y medio. Podría llover en cinco minutos o en tres horas o en nueve días cataratas de agua y más cataratas y todo el mundo estaría a salvo de perder colchones, pañales del bebé, pantuflas, repasadores, muebles, álbumes de fotos de familia, cuadros, zapatos, medicamentos, mazos de naipes, servilletas y calzoncillos. Todo el mundo estaría seco y sonriente diciéndole a la tía Eudora: “¿Viste qué bien les viene la lluvia a las plantas?”. Y ella, feliz, y no le digo nada del tío Celedonio ni de los primos, madrinas, abuelitos que recordarían viejos tiempos de inundaciones, y mocosos haciendo barquitos para que naveguen en la bañadera.

Y pensar que hay personas que son capaces, encima, de votarlos, a estos que por estulticia o por mala fe no movieron el meñique de la mano izquierda para hacer algo por esa gente que, dicen, les interesa tanto.

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