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Causalidad y casualidad

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La superstición, al igual que la mentira, no es una característica exclusiva de nuestra especie. El profesor Ethan Malgrado, del zoológico de Viena, acaba de publicar un artículo en el diario Der Spiegel basado en la observación realizada sobre un grupo de palomas torcazas (Columba palumbus), especie muy extendida por la Europa templada, norte de Africa y Oriente Medio, con ciertos hábitos migratorios particulares. El experimento consistió en poner a esos pájaros en una situación en la que, a intervalos determinados y frecuentes, llovía del cielo una pequeña dosis de maíz triturado. Cuando a una paloma le sucedía recibir un premio, tendía a repetir lo que estaba haciendo en ese momento: estirar las alas, inclinarse, etc. Dado que los premios llovían sin regularidad pero con frecuencia, no era raro que la segunda lluvia tuviera lugar mientras la paloma repetía el comportamiento de la vez anterior. Resumiendo: las palomas tendían a interpretar la llegada del premio como el efecto de sus comportamientos especiales.

Después de una larga experimentación se obtuvieron así palomas que, por superstición, manifestaban los comportamientos más bizarros, como alargar o retraer el cuello, hacer una pirueta o dar dos pasos hacia atrás. Y todo eso en función de la obtención del premio. “La superstición nace así –escribe el profesor Malgrado– estableciendo una falsa relación de causa y efecto entre dos acontecimientos en realidad independientes”. En otras palabras, se trata de un error de funcionamiento en un tipo bastante común de aprendizaje: el de “por asociación”.

No es difícil entonces, concluye el profesor Malgrado, producir animales supersticiosos, y hace extensivo este comportamiento a ratas, mirlos, tortugas, cacatúas, perros, gatos y chimpancés, en quienes extendió sus experimentos. “En nuestra especie –dice–, pero probablemente también en otras, el error, o sea, la confusión entre causalidad y casualidad, depende de cuán fuerte es la tendencia a pasar por alto la presencia de asociaciones, olvidando los numerosos casos de ausencia, cuando los dos acontecimientos tienen lugar de manera independiente”.

Ejemplo: puede suceder mil veces que asistamos a un accidente sin que éste haya sido precedido por el paso de un gato negro que ha atravesado la calle, y puede suceder mil veces que un gato negro atraviese la calle sin que nada suceda; pero si una vez en dos mil sucede que los dos acontecimientos coinciden, la asociación es tomada al pie de la letra como relación causa y efecto, y por consiguiente recordada, enfatizada, exagerada, contada a diestra y siniestra. Entre nosotros, en realidad, ni siquiera es necesario que el error de asociación se verifique de manera personal, como en las distintas especies animales en las que Malgrado basó sus experimentos: basta que hayamos oído hablar de ella para que la volvamos de inmediato una tradición.