Por primera vez se realizó en Buenos Aires La Noche de la Filosofía. Un acontecimiento fascinante que, sin experiencia previa, reunió a infinidad de personas en el Centro Cultural San Martín. Largas colas expresaron el deseo de los porteños de saber y discutir algo más sobre nuestros pensamientos. Durante 12 horas filósofos alemanes, franceses y argentinos discutieron acerca del mundo misterioso que significa el razonamiento de la mente humana. Tanto es así que en las salas donde disertaban Juan José Sebreli y Diana Cohen Agrest se agotaron las localidades. Los temas indudablemente eran fascinantes, y resulta también fascinante analizar algunos de ellos con la perspectiva de las horas transcurridas. Por ejemplo, las nuevas familias.
Diana Cohen Agrest es doctora en Filosofía de la UBA y legista de Bioética por la Universidad de Monash (Australia). También es docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
—¿Este tema de las nuevas familias también incluye la fertilización asistida? –preguntamos con curiosidad.
—Sí –explica la doctora Cohen Agrest–; por ejemplo, está incluido en el marco de la bioética considerando que justamente la bioética examina los problemas éticos que se suscitan en el campo de la salud y, en este caso, de la salud reproductiva. Tradicionalmente siempre se dijo que “madre hay una sola”, pero parecería que hoy esa afirmación no es lo que era. Ahora no solamente no podríamos hablar de “madre hay una sola”, sino que ¡puede haber dos y hasta tres madres! Una madre genética (que es la que pone el óvulo), una madre gestacional (la que lleva al niño en el útero y da a luz) y, finalmente, una madre de crianza. Ya no tenemos entonces una madre, como le decía, ¡sino tres! Lo mismo sucede con los padres: hoy en día es posible pensar en un padre genético que es donante de semen y también en un padre de crianza. Entonces, en lugar de la familia tradicional (representada por el papá, la mamá y el hijo) hoy tenemos esta multiplicidad de nuevos formatos de familia, y a raíz de ellos hubo que pensar en distintas calificaciones, porque ¿qué califica a alguien para ser padre o madre? Aquí tenemos el enfoque geneticista que dice “padre o madre es aquel que pone el óvulo o el semen”. Lo que ocurre es que ahí hablamos de una visión reduccionista, y cuando uno piensa en ciertos padres como, por ejemplo, estilo Maradona (que no quieren reconocer a su hijo), parecería ser que ese enfoque geneticista no alcanza para cubrir todo el esquema. También tenemos el enfoque biológico, que se funda en el trabajo, el esfuerzo puesto en la formación de un niño, y en ese caso se rescata a la madre gestacional. Por ejemplo, en los juicios que han llegado a las Cortes (tanto en Argentina como en Estados Unidos) sobre quién es la madre, si aquella que da a luz, o la que ha pactado la madre gestacional o vientre de alquiler, etc. Entonces, en bioética la discusión plantea: ¿quién tiene derecho a ser la madre de ese hijo? ¿La madre gestacional o la madre de crianza? Y por último tenemos el enfoque que adopta el Código Civil y Comercial, que está basado en “la voluntad procreacional”, es decir, ¿quién tiene realmente la voluntad de criar a ese niño?
—¿Cuál sería finalmente la situación en Argentina?
—A contramarcha de lo que está sucediendo en el resto del mundo, se autoriza “el anonimato”. Es decir que los donantes (tanto de esperma como de óvulos) son “anónimos”. Y el niño va a tener derecho a conocer las condiciones de salud del donante solamente acudiendo a la clínica donde se archivaron esos datos anónimos y por razones de salud debidamente fundadas. También puede hacerlo por vía judicial en casos excepcionales. Esto no solamente va en contra de toda la tendencia mundial en cuanto a legislación sino que, por ejemplo, en Europa se ha dado marcha atrás en el tema del anonimato.
—¿Por qué?
—En realidad los chicos quieren conocer su identidad genética. El tan proclamado “derecho a la identidad” que surge cuando aparece un niño de padres desaparecidos es celebrado justamente cuando se establece su filiación. En este momento entonces estamos en Argentina favoreciendo una norma en la que se protege la identidad del donante y, al mismo tiempo, se desprotege el derecho a la identidad del niño por nacer. En el caso de los chicos adoptados obviamente también van a tener derecho a conocer quiénes son sus padres. En cambio, ¡los niños nacidos por reproducción asistida nunca van a poder conocer quiénes son sus progenitores! Y éste es un instrumento legal puesto al servicio de las clínicas de reproducción asistida, que temen (y seguramente con razón) que al dar a conocer la identidad del donante disminuya la cantidad de donantes para fertilización asistida.
—También en La Noche de la Filosofía hubo talleres en los que se trabajó con padres e hijos y se tocaron temas muy importantes, como por ejemplo la envidia ¿no es cierto?
—Sí, se habló allí, entre otras cosas, de la responsabilidad de los propios actos. Por ejemplo, de algo bíblico como “los celos de Caín”, que son un sentimiento transcultural: Caín mata a Abel tanto por envidia como por celos. Víctima de la envidia de su hermano, Abel es asesinado porque su sacrificio al Señor era superior al de Caín. Pero este sacrificio era superior en el sentido de que su ofrenda satisfacía más al Señor que la de Caín. De allí también que cayera víctima de los celos fraternos. Esta conjunción pasional explica el valor intemporal de esta escena del Génesis porque en ella se expresa alegóricamente la rivalidad inmemorial entre hermanos para obtener el favor de los padres.
—Claro, surge el tema de los celos.
—Fíjese que aborígenes de Australia, pueblos primitivos, contrarrestaban los llamados “celos de Caín” (con la complicidad del primogénito) cuando la madre devoraba a sus otros hijos al darlos a luz, ¡compartiendo la ingesta con el hermano mayor! Y en ciertas tribus aborígenes de Guatemala, el canibalismo para atenuar los celos fraternos es sustituido por un ritual igualmente sanguinario: con el fin de absorber la hostilidad que, de otro modo, podría ser dirigida por el primogénito hacia el recién nacido, ¡suelen golpear una gallina hasta matarla!
—Hoy en día, si analizamos el presente, por ejemplo, ¿qué significa realmente pensar? No podemos dejar de preguntarnos, también, si la filosofía no nace cuando el hombre descubre la fuerza de su propio pensamiento?
—La filosofía nació recién cuando el hombre, en lugar de dirigirse al mundo en términos de dioses y fuerzas sobrenaturales, se volvió hacia sí mismo como ser pensante. Y, en ese inicio, el hombre se asombró ante la perfección de la naturaleza. Después (y hablamos de un período no tan breve) el hombre se interrogó sobre si acaso podía confiar en su capacidad de conocer. Y desde siempre, desde que el hombre es hombre, se descubre abismado en situaciones límite, confrontado con la muerte y el dolor, componentes inescindibles de la condición humana. En el presente, esos tres orígenes del pensar filosófico –el asombro, la duda y las situaciones límite– se han hiperrealizado en prácticas, algunas de ellas ancestralmente aceptadas, aunque redimensionadas por una cultura globalizada: vivimos asombrados ante las posibilidades insospechadas y, según parece, ilimitadas de la biotecnología, dudando de todo aquello que “puede” ser hecho y, en un único gesto, sobre qué “debe” ser hecho. Y en circunstancias imposibles de ser procesadas y asimiladas, arrojados en situaciones límite ante las cuales, según la magnífica expresión de Sartre, “¡estamos condenados a elegir!”.
—Esto parece difícil de captar para los hombres de hoy.
—Sin duda, esta hiperrealidad superpuesta hoy a la condición humana es tan sólo la superficie perceptible de un magma. Fíjese que en el escenario neoliberal, tanto en las sociedades del sur como en las del norte, asistimos al nacimiento de nuevas organizaciones simbólicas que alteran los conceptos tradicionales acerca de lo correcto y lo incorrecto.
Y con las reglas de juego dominantes en una economía de mercado que se ha visto superada por un modelo financiero sin patria ni nombre propio, cobran vida novedosos vínculos entre los cuerpos y el Estado; entre el trabajo y el capital; entre las exclusiones y las inclusiones sociales. Mire, desde hace muchos años vengo haciendo ética de divulgación y filosofía de divulgación. Entonces, para mí, realmente La Noche de la Filosofía fue una prolongación de una elección que ya hice 15 años atrás, cuando pensé que la filosofía tenía que salir de la academia y cumplir una función social. Básicamente acercarse a la gente de la calle, lo cual es, precisamente, una manera de educar a la sociedad y formarla en cuanto a “valores”, que es lo que fundamentalmente a mí me interesa.
—Muchas veces, en los casos perturbadores, estas controversias atraen poderosamente a los medios de difusión.
—Trascendiendo su barniz mediático, esas mismas controversias son examinadas en los ámbitos académicos que, indiferentes a las leyes del marketing, no suelen tener cabida en el circuito comercial.
De más está decir que el flujo de información reflejado en los medios suele ilustrar, convocar o hasta provocar trabajos de investigación, trasvasados de un formato mediático al ámbito de los especialistas. Volcada en publicaciones especializadas dirigidas a un grupo minoritario de iniciados, la divulgación de estos saberes es unidireccional y está subordinada a la distribución vertical de los bienes culturales. Le amplío: los especialistas desmenuzan críticamente el imaginario social construido y a su vez filtrado por los medios, contrastándolo a menudo en trabajos de campo. Sin embargo, ese bien cultural procesado y esclarecido por el trabajo intelectual no le es devuelto al ciudadano medio, y en esa omisión se refleja una brecha social deficitaria.
—La Noche de la Filosofía cumple de algún modo este propósito, ¿no?
—Es fundamental formar a la sociedad en cuanto a valores. Me invitaron (como a tantos otros) a participar, y quiero aclarar que fue una noche absolutamente plural en la que había gente que hace filosofía y proviene de distintas extracciones políticas. Se trató de cubrir toda la riqueza conceptual y práctica que tiene la filosofía. Como usted recordará, a pesar de que llovía espantosamente, la primera sorpresa fue que realmente esa noche resultó un verdadero encuentro multitudinario del pensamiento. En distintas salas se hacían diferentes ponencias simultáneas en las que varios expositores brindaban una charla que duraba, como máximo, ¡20 minutos! Sin duda, esos minutos son un tiempo precioso cuando sabemos que el material académico no llega al ciudadano medio, a pesar de que suele sentar las bases de las políticas públicas que regulan y condicionan la vida de ese ciudadano habitualmente mantenido al margen de los procesos de decisión. Fíjese que una sociedad genuinamente democrática debería aspirar a que las políticas públicas fueran planificadas a partir de las creencias de los individuos y del juego de sus intereses ¡en busca del bien común! Al fin de cuentas, si el propósito de las democracias es que los ciudadanos cooperen en la construcción de leyes que los representen, una condición de ese ejercicio es discutir racionalmente con el propósito de alcanzar un consenso válido.
—¿Y cuál es la relación de la ética con la ley?
—La ética es independiente de la ley en el sentido de que la corrección o incorrección de un acto no puede establecerse por el mero hecho de que éste sea legal o ilegal. La sanción penal normalmente presupone la responsabilidad moral, pero no la culpabilidad moral.
—¿Por qué?
—Porque los actos legalmente ilícitos no lo son forzosamente desde un punto de vista moral. Y si bien la ética es independiente de la ley, como le decía recién, las leyes se hallan sujetas a una evaluación desde una perspectiva ética. Por ejemplo: toda vez que se examina la legitimidad o ilegitimidad moral de la eutanasia o del alquiler de un útero, el hecho de que algunas legislaciones las regulen y otras las prohíban no hace a la moralidad o inmoralidad de esas prácticas. El orden es, precisamente, el inverso. Me explico: se mencionan las fuentes jurídicas sólo para descubrir allí los valores éticos que son los pilares de la juridicidad, tal como el valor de la vida o de la libertad de expresión. Su importancia reside en que son más categorías éticas que parte de la legislación.
—Resulta notable que una sociedad como la nuestra, en la que se entrecruzan problemas de todo tipo, a raíz de esta Noche de la Filosofía aparezca profundamente interesada en la reflexión y el conocimiento.
La doctora Diana Cohen sonríe levemente:
—A todos nos gusta opinar fundando nuestras creencias en razones valiosas porque sentimos que así colaboramos en la construcción de un mundo un poco mejor. También porque creemos que así ganamos un lugar digno en un mundo indigno. O porque, pensada estratégicamente, la palabra es un dispositivo de poder eficaz que nos posiciona en campos de fuerza donde operan fuerzas no sólo retóricas. El don de la palabra hace, sin duda, que el universo sea una morada más protectora para el hombre.
—…y la vida, en el Universo, también está poblada de contradicciones y de decisiones difíciles. Usted habrá leído seguramente el fallo de la Suprema Corte acerca de “la muerte digna” en el caso de un hombre (Marcelo Diez) en estado irreversible. ¿Cuál es su pensamiento al respecto?
La doctora Cohen medita su respuesta y luego explica:
—La Corte Suprema determinó que bajo declaración jurada, los familiares sólo pueden testimoniar la voluntad del paciente. De allí que no deciden ni “en el lugar” del paciente ni “por” el paciente ni “con” el paciente sino comunicando cuál es su voluntad, atendiendo al derecho, a la autodeterminación de una persona sobre su propio cuerpo. El tribunal argentino siguió la resolución de un tribunal estadounidense sobre Nancy Cruzan cuyo caso se dirimió cuando una amiga de la joven (ya en estado vegetativo) recordó una conversación donde Cruzan le habría dicho que no querría ser mantenida viva en caso de que no pudiera recobrar la conciencia. La Corte Suprema de Missouri aceptó esta prueba de los deseos de Cruzan. Unos años más tarde, ante un caso semejante, en vez de preguntarse qué habría querido la persona, la Corte de Gran Bretaña se preguntó cuáles eran los mejores intereses de Tony Bland, un joven que quedó en estado vegetativo provocado por una avalancha en una cancha de futbol. Los jueces británicos fallaron por unanimidad que, en ausencia de conciencia o de la esperanza de recobrarla alguna vez, la continuación de una vida biológica no es un beneficio para el paciente.
—¿Y volviendo al fallo de nuestra Suprema Corte?
—El problema del fallo de nuestra Corte es que no permite que los familiares decidan en lugar del paciente y sólo les permite transmitir su voluntad. Pero, si se desconoce esa voluntad, puede dar lugar a un uso discrecional por parte de los familiares quienes pueden alegar palabras inverificables del paciente o, por el contrario, no les permite decidir en lugar de un paciente inconsciente que nunca expresó sus deseos. Debo decirle que el fallo de la Corte británica (que nuestra normativa no recogió) garantizaba conductas más transparentes. Respecto del debate en torno de si continuar con la hidratación y la nutrición eran o no un encarnizamiento terapéutico, la respuesta es que de no ser por esos tratamientos artificiales, Marcelo Diez habría fallecido naturalmente hace ya muchos años.
Finalmente la doctora Cohen Agrest añade:
—Pese a que no concuerdo con los fundamentos del fallo y habría preferido la fundamentación de la Corte británica, celebro que se deje en claro que deben evitarse judicializaciones innecesarias de decisiones relativas al cese de prácticas médicas. Estas decisiones deben ser tomadas en el encuentro entre el médico y el paciente o entre el médico y los seres queridos del paciente.