Cuanto mayor riesgo, mayor tensión. Eso es lo que han mostrado las dos grandes coaliciones internamente en esta semana que concluye. Una porque resolvió su candidatura central de una manera tan particular que ahora hace falta quien suture heridas. La otra porque está estancada y los dos precandidatos empezaron a jugar en el borde del precipicio. Tanto alboroto demuestra que a esta altura ninguna de las dos sabe qué va a pasar y si corren riesgo de que a alguna (o a ambas) se las coma “el león”.
A medida que fueron pasando los días, si el poder de CFK se diluye, al menos no se nota en función de cómo quedaron las listas legislativas bonaerenses y en algunos distritos (Tierra del Fuego, Santa Cruz, Chubut, San Juan). Es cierto que en la mayoría de las provincias la lapicera definitoria fue la de cada gobernador, pero obviamente el peso específico de la provincia de Buenos Aires desbalancea el cómputo. Además, dos de sus principales alfiles –Máximo y Wado– encabezan listas, lo cual es relevante no solo porque son cargos asegurados, sino porque además le pondrán el color Cámpora a la oferta electoral.
Es cierto que Massa disgustó al núcleo militante más ideologizado, lo cual la llevó a hacer la bajada de línea pedagógica el lunes pasado: tenía que explicar por qué “Judas” ahora era el candidato que se debía salir a militar. Como suele hacer la jefa, sus apoyos llevan adentro una estocada. Posterior a eso anduvo repartiendo curitas cual enfermero y hasta logró lo imposible: que Sergio Tomás Copperfield abrazara al “pedazo de f…” de Scioli (Malena dixit) en aras de la unidad.
Cabe detenerse en un párrafo de ese mismo discurso, cuando Ella vuelve a recalcarles a sus militantes que salgan a la calle. Vuelve sobre la cuestión del bastón de mariscal y cierto enojo que tiene con que nadie haya podido construir una relación con la sociedad (¿como la de Ella?). La aceptación de Massa es también el reconocimiento de que no había nada más competitivo. Algo así como: “No se quejen, hubiesen construido un liderazgo alternativo para no depender de Judas”.
En su cálculo, si se pierde, el derrotado será Massa. Pero claro, depende de cómo se pierda. Si va a una segunda vuelta y es paliza, game’s over. Pero si logra un respetable 45%, es otra cosa. El ministro –que posee una autoconfianza incalculable– cree que puede dar un batacazo. Difícil pero no imposible.
¿Es verdad que a Massa le costará mucho encolumnar el voto duro de UP? Los primeros sondeos de estos días no dan cuenta de que eso sea así. ¿Pero los kirchneristas “paladar negro” lo van a votar? Mi pregunta es: ¿cuánto representa ese segmento? La mayor parte del voto del ex Frente de Todos es un voto peronista clásico de clase baja que, le guste o no, lo votará porque no le queda otra. En la tensión Massa vs. el regreso simbólico de Macri, siempre preferirán al “panqueque”. ¿Los que votarán a Grabois en las PASO luego se correrán a alguna coalición de la izquierda? Alguno puede ser, pero asoma como poco significativo (de vuelta, aún no hay evidencia empírica de eso). Obviamente, el techo lo pone el mal balance de la gestión de Alberto y una situación económica fatal que pende de un hilo llamado “el board del FMI”.
Como resultado de esta semana en la enfermería, la UP seguramente calmará aguas en los próximos días, pero nunca funcionará como una maquinaria aceitada. Por lo pronto, desde el sábado el inquieto Massa comenzó a trajinar su celular con llamadas a Dios y al diablo para disponer una ingeniería política con un sinfín de terminales en todos los espacios políticos (¿hubo llamados a Córdoba?, ¿ya logró hablar con las mascotas de Milei?). A esta altura, se sabe que creatividad, agenda y habilidad no le faltan.
El otro punto es que ahora tiene una maravillosa aliada táctica: Patricia Reina, porque si algo necesitan ambos es pintar el escenario en blanco y negro, licuando al “pobre pelado”, su ¿amigo?, quien le podría disputar votantes moderados, decepcionados con Alberto 2019. Diría el filósofo contemporáneo Sergio Tomas: “No te enojés, esto es política, no es personal”.
Pero la tensión no ha sido solo patrimonio del oficialismo, sino que Juntos sigue demostrando más que nunca que es “por el Conflicto”, no por el Cambio. Las peleas deterioran la marca y por este camino no se debe descartar que ambos contrincantes tiren tanto del juguete que al final lo rompan. Que Patricia haya marcado la línea por derecha no le ha permitido diluir al libertario. Sí ha conseguido sacarle una luz de ventaja al “pelado”, pero a costas de estancar la escudería. Si realmente quieren llegar a la presidencia, quizá deberían tomar un café mucho antes que el día siguiente a las PASO. Porque ¿qué sentido tiene ganar una batalla poniendo en riesgo la guerra? La diferencia que les llevan a los otros dos espacios competidores no es tan sustancial como para darse estos lujos. Todo pinta para que la tónica sea picante hasta el 13 de agosto.
Mientras, Milei lidia con personajes extravagantes en sus listas y demasiado políticamente incorrectos para un candidato que se entusiasma con llegar al ballottage. Parece que los desvaríos no son un monopolio de la casta. Dado el optimismo que mantiene el “león”, en su frondosa biblioteca se encontró con el teorema de Baglini: ahora parece que el cepo no se puede sacar de la noche a la mañana y que la dolarización requiere ciertas condiciones previas. Además de “peronistas son todos”, ¿moderados son todos?
Para finalizar, el dato que sigue preocupando a todo el sistema político es que se verifique en las elecciones nacionales una mayor abstención y voto en blanco, como está ocurriendo en los comicios provinciales. Es la señal de fastidio con las peleas interminables.
Habría que repasar las estrofas de Charly en Cerca de la revolución:
“Cerca de la revolución / el pueblo pide sangre… Yo estoy cantando esta canción / que alguna vez fue hambre… Lo que fue hermoso será horrible después / No es solo una cuestión de elecciones / No elegí este mundo…”.
*Consultor político.