El mismo día (martes 29 de noviembre) en que se anunciaba que la Ciudad de Buenos Aires quedó en el puesto 46, entre 55 participantes de todo el mundo, en una evaluación en matemáticas de los alumnos de cuarto grado de escuelas públicas y privadas, el presidente Mauricio Macri inauguraba obras hídricas en la localidad bonaerense de General Belgrano y afirmaba que “la Argentina está saliendo por el camino del progreso y el futuro”. El ranking que muestra la paupérrima formación del alumnado porteño resulta del Estudio de Tendencias Internacionales en Matemática y Ciencia de la Asociación Internacional (Timss) para la Evaluación del Desempeño Educativo (IEA, por sus siglas en inglés). Según la misma prueba, en el primer año del secundario, y también en matemáticas, la Ciudad figura todavía peor: puesto 39 entre 46 participantes. Esta evaluación es un hecho concreto, mientras la afirmación presidencial refleja una expresión de deseos y también algo que el agudo ensayista y crítico cultural inglés Terry Eagleton denomina optimismo banal (analizado en su brillante obra Esperanza sin optimismo).
La ministra porteña de Educación, Soledad Acuña, no achacó el preocupante ranking a la “pesada herencia” (después de todo PRO gobierna la Ciudad desde más de ocho años) pero, también optimista, consideró que la prueba Timss “es parte de una política exitosa que implica instalar la importancia de evaluar lo que estamos haciendo”. Gobernantes y funcionarios, sean del partido que fueren, son incombustibles ante la realidad. Eagleton lo llama optimistas “impenitentes o profesionales”. Están siempre confiados simplemente porque están confiados, sin otra razón.
Entre resultados de exámenes que confirman la decadencia por ahora irreversible de la educación en la Argentina, pero que aun así son vistos como “parte de una política exitosa”, y la convicción presidencial de que el futuro es presente y, además, venturoso, y ante la ausencia de pruebas tangibles, fundadas y convincentes para ambas afirmaciones, ese optimismo impenitente y profesional termina por ser, siempre con los conceptos de Eagleton, desadaptativo. El ensayista inglés cita a Erik Erikson (1902-1994), psicólogo célebre por sus estudios sobre la influencia de la cultura y la sociedad en el desarrollo de la personalidad. El optimismo desadaptativo, decía Erikson, impide reconocer la tozudez de la realidad, reconocimiento que es fundamental para la formación del yo. Así, el optimista desadaptado no registra la diferencia entre la realidad y sus deseos, y tampoco entre sus deseos y los de otros. Al carecer de esa información esencial sus decisiones y acciones terminan alejándolo de lo que de veras ocurre a su alrededor y no desarrolla herramientas para la vida real.
Las palabras “felicidad” y “futuro” se reproducen como conejos en el discurso oficial. Pero si los resultados de las pruebas educativas se repiten y empeoran, como viene ocurriendo año tras año, será difícil creer que el futuro, el progreso y la felicidad ya estén aquí. Se nos dice una vez más, ahora con otras palabras, que estamos condenados al éxito. Y ni siquiera queda espacio para la esperanza. Dice Eagleton que sólo el pesimista abriga esperanza, porque reconoce que las cosas están mal, acepta el dolor, e intenta transformar la situación. El optimista, en cambio, no cree que haya que hacer algo más que esperar el éxito y la felicidad, porque son inexorables. Y olvida que hay que tener razones para ser feliz.
Habría que detenerse en la educación antes de saltar mágicamente a un futuro feliz. Si sólo la economía (que no arranca) fuera a solucionar todo, incluso la educación, Qatar o Dubai tendrían las mejores universidades del mundo y miles de estudiantes del planeta peregrinarían hacia ellas. Pero no es así. Crecimiento no significa necesariamente desarrollo ni progreso, deberíamos saberlo. No estaría de más atender los graves síntomas de la enfermedad educativa y lograr que el presupuesto del ramo no se esfume entre pagar salarios y comprar computadoras. Hay una larga deuda pendiente en cuanto a contenidos y propósitos de la educación. Deuda que no se salda con optimismo.
*Escritor y periodista.