Argentina, como en un patín del desencuentro, se desliza rápido hacia la incertidumbre angustiante. El matrimonio presidencial sazona la incertidumbre, irritando la herida abierta en la sociedad nacional, entre los “que están con nosotros” por un lado y “los enemigos del pueblo y oligarcas”, del otro. Todo como una torre de varias piezas de la que forman parte algunos medios de comunicación, los operadores obsecuentes del clan K y hasta algunos intelectuales que teorizan absurdamente sobre temas que requerirían un poco más de profundidad que una tandita de TV. Lanzan, sin pudor, hipótesis de flamantes derechas nacionales, engordando la prédica paranoica oficial de “nosotros o el maldito caos”.
En tanto, quienes no nos anotamos en ninguna derecha, ni propiciamos alquimias aristócratas, nos pasamos explicando una y cien veces que:
Primero: estamos en Córdoba, pensamos “en cordobés” con proyectos inspirados en la realidad de mi provincia y defendemos la causa federal. Segundo: no hemos formalizado ninguna alianza nacional con nadie. En estas elecciones sería inoportuno y superficial. El Frente Cívico y Social es una expresión plural (socialistas, vecinalistas, Libres del Sur, radicales, peronistas) y nuestra lista será el reflejo de un momento histórico, con hombres metidos en el barro de ese asunto cualquiera sea el escudo partidario que lleven en su portadocumentos.
Y tercero: prefiero definir este espacio y mi conducta como popular más que progresista. Esta última categoría anda zigzagueando entre pronunciamientos funcionales al desmanejo kirchnerista o discursos barrocos que pretenden atenuar las terribles fotografías con Rico, Barrionuevo, Saadi, “los gordos” o el rey de la timba Cristóbal López, la mafia del Conurbano, o los socios de la obra pública, como Electroingeniería y por qué no decir, también, los acuerdos, tras las tranqueras, con Cargill, Bunge, Urquía. (Esto no es mi impresión, es real y bastante –podría decirse– de indudable “derecha”.)
El país se ve diferente desde una provincia. Argentina ofrece varias fachadas, conforme vamos recorriendo sus olvidados territorios provinciales. Vamos descubriendo, como Cristina con Tartagal, realidades que jamás nos hubiéramos imaginado. Pero, esto no supone tener presidentes viajeros. Implica definitivamente que el equipo de sujetos que encarna un gobierno nacional, debe tener ante sí, e incrustado en su conciencia, el mapa nacional con todas las manchas de sus problemas, con todas las alertas rojas de situaciones miserables, con todos los alaridos de pueblos sepultados, a veces a propósito.
Tartagal o Charata y vaya uno a saber cuántos más aparecerán muy pronto, expresan la punta del problema que se viene. Sería un idiota si me detengo en las probabilidades de un alud, o si en el Chaco no se cuidaron las fronteras para el dengue. Y sería un desatino que luego de semejantes obscenidades sigan ocupando elegantes despachos, funcionarios berretas como la ministra de salud chaqueña, su marido, o que el irritable ex presidente Néstor se indigne con Ocaña por que este destape de la epidemia le serrucha un par de puntos en sus minuciosas encuestas.
El país se mira distinto desde adentro y nuestra Presidenta sigue obsesionada por mirarse en los espejos de Capital y, a lo sumo, en algunos del primero y segundo cordón. Y leyendo lo que allí ocurre, leyendo con anteojos extraordinariamente electoralistas, se descuelga con el desesperado adelantamiento de las elecciones legislativas nacionales arrojando la toalla al centro de la Nación, como una confesión de que la chequera no le alcanza para octubre.
No se puede gobernar una Nación con la chequera o a billetazos ante pobres gobiernos locales. Estamos hartos que nos ablanden por la izquierda y quieran acostarnos por la derecha (2 de septiembre de 2007). Decimos que aquel 2 de septiembre es un buen ejemplo de una acción destituyente, y todos se hacen los zonzos. Decimos que los que más tienen y más ganan deben ser factores de la justicia social, cuando de impuestos o retenciones se trate. El problema del campo no es un problema de oligarcas, sino de sordera.
No estuve presente en los funerales de Alfonsín, pero desde mi ciudad pensaba que estos vacíos de semejante representación y contenido simbólico a veces promueven como un gigantesco reparto de espejos en que vale la pena mirar nuestra pequeñez. Argentina no está para vanidades de cuarta.
*Ex intendente de la Ciudad de Córdoba.