En mi artículo publicado hace pocas semanas en PERFIL sobre la identificación de Chávez con Bolívar, cuando aún Raúl Reyes no había sido asesinado, escribí: “Hay motivaciones psicológicas y políticas para el revisionismo (acerca de las causas de la muerte de Bolívar) que propone el presidente de Venezuela. La principal es la estratégica voluntad de adueñarse en su totalidad de don Simón, ya no sólo de su vida sino también de su muerte. Apropiarse políticamente de él. Convencer a la masa de que Chávez y Bolívar son la misma persona”.
“No hay dudas de que un psicodiagnóstico de Chávez arrojaría una caracteropatía con un fuerte contenido paranoico revestido de heroicidad. Chávez puede imaginar y desear para sí mismo una muerte por sus ideales como sus tan mentados Martí o el Che. Debe entonces descubrir o inventar la de Bolívar para que el espejo identificatorio sea completo. Por eso, esta investigación que anhela develar que Bolívar fue asesinado tiene todas las características de una proyección inconsciente de su propio deseo heroico y trágico acerca de cómo traspasar los umbrales de la Historia”.
El artículo de marras llevaba un buen remate, anticipatorio: “El problema más grave es que estas personalidades, cuando acceden al poder, aman la guerra, el escenario donde sus sueños de grandeza se hacen realidad”.
Chávez está apostando a la Historia con mayúsculas. A la Historia que celebra a sus protagonistas con avenidas y monumentos. El ha asumido aquello de que si alguien mata a una persona es un asesino, pero si mata a más de mil es un prócer. En aquel artículo escribí: “El presidente de Venezuela está convencido de ser el Simón Bolívar de los tiempos modernos. Y se propone convencer de ello al mundo. Acaba de afirmar que don Simón fue asesinado por la burguesía colombiana acaudillada por Santander, uno de los rivales más importantes del Libertador. Pero en esa declaración se descifra claramente una proyección de su propia identidad y de sus circunstancias actuales: acusa a los colombianos de haber asesinado a Bolívar cuando él mismo está hoy enfrentado con ellos (todavía no se había producido la sangrienta incursión colombiana) . Hay una devoración de la imagen de Bolívar por su propio deseo de identificación”.
Aclaremos qué se entiende, de acuerdo a Freud, por identificación: “Proceso patológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, parcial o totalmente, sobre el modelo de éste”. Lo que el presidente venezolano asimila de Bolívar es su imagen de héroe guerrero que santifica la violencia con sus ideales, es quien las muertes de los propios y de los ajenos elevan a los altares del reconocimiento de la posteridad en medio del tronar de las bombas y los ayes de las agonías.
Chávez viene preparándose para su guerra. Para ella recientemente compró a Rusia en 3 mil millones de dólares 24 modernísimos aviones Sukhoi de combate y 53 helicópteros artillados, además de misiles antiaéreos. Por su parte, España acordó con Venezuela el mayor contrato de su historia para la industria militar mediante la venta de barcos y aviones por 1.300 millones de euros. Se pronostica que en los próximos diez años habrá gastado 300 mil millones de dólares.
Podría suponerse que dicha decisión tiene como base una hipótesis de conflicto armado con Estados Unidos, “el diablo” según Chávez, pero ello no resiste ningún análisis por cuanto es evidente que la potencia bélica norteamericana arrasaría sin dificultad con dicho arsenal.
¿Cuáles son los motivos de tal armamentismo? La compra de sofisticado armamento ruso parecería apuntar a romper la dependencia estratégica de las fuerzas armadas venezolanas con Estados Unidos y transmutarla por una alianza con Rusia. Por otra parte, el encumbramiento simbólico y material de los uniformados venezolanos busca convertirlos en un sector social privilegiado, fuertemente ideologizado al estilo de las fuerzas cubanas, ganando así su necesario apoyo.
Pero lo más claro es que la dimensión de su potencial bélico está direccionado hacia otro país sudamericano, limítrofe, y parecería no haber dudas de que éste es Colombia, al que Chávez tiene entre ceja y ceja ya desde hace tiempo. No debe sorprender entonces la beligerancia del venezolano porque Uribe incursionó en territorio… ecuatoriano. Esa es la guerra que Chávez necesita (y no juzgo aquí las buenas razones que pudiera tener para desencadenarla si es que hay buenas razones para una guerra) y así imaginarse venerado por las generaciones venideras aunque ello implique el holocausto de su pueblo.