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Chesterton como político

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Amigo de las paradojas, Chesterton ha terminado siendo víctima de ellas. Su nombre es muy conocido, pero no se le presta atención a su obra. Sus libros se siguen publicando, pero no se leen demasiado. Se repite que era católico y conservador, pero nadie se preocupa por saber en qué términos lo era. Es natural que Chesterton, autor poco académico, sea ignorado por la Academia (sobre todo cuando la Academia es la Academia Socialista), pero es menos natural que los políticos plebeyos lo ignoren, cuando Chesterton dedicó muchas páginas a la reflexión política desde la trinchera del “hombre común”. De lo mucho que escribió, acaso lo más ninguneado sea su teoría económica y social, que él llamaba distribucionismo y que, a grandes rasgos, proponía la distribución del capital y que hubiera más propietarios (especialmente rurales) como único modo de evitar el desastre al que el mundo se encaminaba por culpa de dos males que en el fondo eran uno solo: el comunismo y el capitalismo concentrado.

En Los límites de la cordura (The Outline of Sanity, 1927), cuyo subtítulo es El distribucionismo y la cuestión social, Chesterton da cuenta de su teoría y revela una paradoja chestertoniana más: que las posiciones de un moderado pueden ser radicales, ya que lo escrito por Chesterton hace casi un siglo convierte el debate político actual en una discusión por matices insignificantes. Eso se nota al menos en cuatro cuestiones. Una es la de la tierra: cierto es que por no ser completamente antichestertoniana la Argentina sigue teniendo riqueza agrícola, pero aun los defensores del “campo” lo quieren más bien sin campesinos y el fervor sojero empuja a la desaparición a las formas de vida marginales, que no dependen del salario ni del comercio. Para Chesterton era fundamental la existencia de hombres que satisfacen sus propias necesidades: “El Estado necesita de hombres que no necesitan del Estado”, escribía. Otro chestertonismo radical, más en una época en la que los trabajadores de la política se dividen entre quienes adoran al líder populista y quienes hacen lobby por los CEO petroleros, es el desprecio por ambos sistemas: “El socialismo no es más que la consumación de la concentración capitalista”. En ambos casos, “sus servidores sólo compiten en servilismo.”
En lo que hace a las grandes organizaciones, Chesterton era francamente anarquista: “La organización es siempre desorganización”; “Cuando se enfrenta con la eficacia moderna, el cliente permanece silencioso, sabedor del talento de esa organización para saquear al hombre”. Pero hay un punto en el que Chesterton es aun más osado (y más lúcido) y es su rechazo al control social. “Todos los sistemas de concentración colectiva llevan consigo la cualidad de controlar al hombre hasta cuando es libre” (...) “el nuevo revolucionario pide que miremos hacia los barrios ordinarios y veamos lo mal que educan a sus hijos, lo mal que tratan al perro, cómo hieren los sentimientos del loro”. Allí es donde menos esperanza veo para la política. No hay ningún partido que entienda que es un crimen de leso chestertonismo obligar a que no se venda alcohol después de las nueve de la noche, como ocurre en mi pueblo. Pero más patético es que haya un ejército de inspectores dispuestos a que esa cretinada se cumpla.

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