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afirmaciones

Chiste alemán

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La semana pasada meditaba de manera un poco vaga acerca del modo en que algunas frases nos dicen algo revelador, o mejor aún, nos constituyen. Y luego de detenerme sobre el alivio que significa que algunas cosas deban ser hechas y se hagan sin que uno sienta que en ello se halla directamente implicado su yo sino la exigencia propia del hacer, recordaba una frase de Fogwill que parece su faz opuesta: “Escribo para no ser escrito”.

Con esa afirmación contundente, Fogwill propondría la elección de una práctica consciente para negarse a ser determinado como sujeto individual por las operaciones colectivas de la época; en rigor, Fogwill era un avezado detector del sentido común imperante en los momentos históricos que le tocó vivir como figura pública, emergente durante el alfonsinismo (y qué tentación la de fogwillear un poco y escribir alfon-cinismo) y a partir de allí erigió su propio mito de escritor rebelde y desafiante, mezcla de El Guasón y Bukowski, en una operación a la vez efectiva y simplista que ocultaba las complejidades de su escritura. Pero más allá del modo en que las personas se arreglan para cumplir y ser aquello que dicen (en todo el arco que va del perfecto santo al completo canalla), lo interesante de esa afirmación, su desafío, es la creencia implícita en la capacidad de dominar y operar todas las determinaciones que  nos construyen, empezando por la primera de ellas, nuestra lengua. Fogwill, que sabía alemán, podría haber explicado por qué la gramática no es inocente al organizar nuestro modo de pensar, por ejemplo, en ese idioma que coloca la afirmación o la negación al final de su frase. En esa ambigüedad de resolución, que supone el paso del tiempo para que la sintaxis determine un sentido, ¿no podría encontrarse tal vez algo de la voluntad de una constante imposición de lo definitivo, algo que implica el exceso y la sobreactuación para abonar el teatro de lo único y lo inmediato, y que nos explicaría algo de la política alemana desde Hitler hasta Merkel?

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Asimismo, en Argentina, el peronismo, que es menos una práctica que un lenguaje, ¿no se habrá cristalizado como una forma de operar que coloca en el margen y al borde de la caída a aquellos que no se reconocen como sus oficiantes? Con sus formaciones discursivas en reemplazo de las formaciones armadas del 70, el kirchnerismo sostuvo y peleó por el dominio de una totalidad de poder, verdad y sentido, y dejó al borde de la desaparición a las demás prácticas políticas y culturales. El triunfal discurso depresivo dominical del líder del PRO operó a la vez como un testimonio de la abducción intelectual producida por los K en todo el campo. Macri era un sujeto escrito por aquellos que dice combatir, y lo que se veía en él era su pregunta acerca de qué o quién lo había mandado a meterse en ese baile, cuando lo único que se le veía eran las ganas de dejar de ser hablado por un discurso ajeno e irse tranquilo a casa.