COLUMNISTAS
China desafia a Estados Unidos

Choque de planetas

<p>El FMI anunció que la economía china será mayor que la estadounidense. Beijing y su partido &ldquo;comunista&rdquo;. El mundo que viene y el posible impacto en la Argentina.</p>

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Creo que la Historia, con mayúscula, no es una brochette de momentos, de instantes. Los hechos, en gran medida creaciones del hombre, se eslabonan y se condicionan unos a otros en la cadena del tiempo. El análisis sobre cómo se conforma y transforma el sistema mundial es un paso necesario para conocer los posibles puertos de llegada y para entender, estimado lector, dónde estamos parados hoy. Por algún motivo, emprendimos un camino en que tendemos a olvidar lo que pasó. La Historia se cuenta día a día. La noticia que estremece hoy se desdibuja y desaparece en pocos días. Todo comienza cada semana y todo, lógicamente, termina cada semana. Vivimos en el permanente presente de lo inmediato.
Uno de los problemas que produce este estado de cosas es que desvinculamos los hechos. No hay causa, no hay efecto. Perdemos la trama de nuestro devenir. Creo que esto es, entre los varios adjetivos que pienso, peligroso. Si perdemos este sentido de hacia dónde estamos caminando, no podemos saber cómo corregir nuestra ruta. Y, peor aún, si hay quienes sí saben, pocos, muy pocos, decidirán por todos. Los que tienen un GPS de la historia conocen la ruta y probablemente, sin que lo notemos, nos llevarán a todos hacia algún lado que desconocemos.

Así se desenvuelven dos hechos, no necesariamente nuevos, que afectarán nuestro mundo: el futuro de la República Popular China y la parálisis occidental en Libia con la crisis de la conducción estratégica en Estados Unidos y las potencias aliadas.

Hace pocos días, el FMI dio a conocer en su página web y en su Panorama Económico Mundial las proyecciones de crecimiento de las economías. De ellas resulta que China expandirá su PBI de 11,2 billones (millones de millones) de dólares a 19 billones en 2016, aproximadamente 55 “Argentinas” de hoy. Para el mismo período, el PBI de Estados Unidos pasaría de 15,2 a 18,8 billones. Estas son proyecciones, no certezas absolutas. Pero, en todo caso, la tendencia es más importante que la exactitud de los números.
A partir de estos anuncios, en Estados Unidos se reiteró durante dos días (y luego se hundió en la arena de lo viejo) este titular: “Quien sea el presidente electo en 2012 será el último que gobernará como primera potencia económica del mundo”.
Estas noticias produjeron todo tipo de reacciones, desde discusiones sobre la calidad de las proyecciones hasta, para mí lo más interesante, un vivo cuestionamiento de sectores del Partido Republicano a la credibilidad del FMI. Como me tocó vivir la misma historia, pero al revés, le confieso, estimado lector, un cierto estupor al oír esto último.

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En cambio, ningún comentario en los medios o en los círculos que debaten estas cosas recordó que quien gobierna la futura primera potencia económica del mundo es el Partido Comunista Chino.
Sí, de acuerdo, se puede decir que este partido de comunista no tiene mucho. Pero los partidos cambian y éste sigue reivindicando a Mao, a Marx y a la Gran Marcha. Sigue, sobre todo, teniendo la estructura y el sistema de decisiones de los partidos comunistas, lo que quiere decir que la elite económica emergente no gobierna China. En todo caso, se pueden hacer tres interpretaciones alternativas: que un país comunista será la primera potencia económica; que China retoma su pasado y va camino hacia su reconstrucción imperial; o, más modestamente, que la primera potencia económica no será democrática. Sigamos con la última hipótesis, que es la que seguramente tiene menos oposición.
Es un serio error limitar esta cuestión al PBI. Lo que importa, y por eso hice referencia a la conducción comunista en China, es que el país del que estamos hablando con el futuro que hemos anotado posee dos propiedades: no es democrático y tiene bien claro lo que quiere hacer (y aparentemente cómo hacerlo).

Por el lado de Estados Unidos, sobre cuya economía y perspectivas escribí hace un par de semanas, la sensación es que las cosas no están para nada claras. La conducción de las operaciones en Libia es una demostración. Podrían mencionarse otros asuntos de similar magnitud y gravedad, como Guantánamo y la ausencia de Estado de Derecho allí.
En Libia, la situación está en punto muerto. Se ha comprobado que en la OTAN no se ponen de acuerdo, que la pretensión de bombardear sin ocupar el territorio no parece funcionar y que la falta de coordinación e incluso desacuerdo abierto entre sus miembros no se resuelve.

En 1984, Caspar Wienberger, secretario de Defensa del presidente Ronald Reagan, enunció en el Club Nacional de Prensa los puntos que debían constituir la doctrina para decidir si Estados Unidos debía entrar en guerra. Estas ideas nacieron de la experiencia de Vietnam, fueron retomadas por el general Colin Powell y estuvieron en vigencia hasta ahora.
De manera muy resumida, los seis puntos de la doctrina Weinberger son: 1) No entrar en beligerancia a menos que sea vital para los intereses de Estados Unidos o sus aliados; 2) Si se despliegan tropas, tiene que ser con la clara intención de vencer; 3) Se deben tener “objetivos políticos y militares claramente definidos”; 4) La relación entre objetivos y fuerza debe ser constantemente evaluada; 5) Antes de involucrarse, se debe estar seguro de que se cuenta con el apoyo de la opinión pública y sus representantes en el Congreso; 6) Comprometer fuerzas de Estados Unidos es el último recurso. No veo nada en la estrategia aplicada en Libia que tenga que ver con estos criterios. Entonces, China posee objetivos claros y está alcanzándolos. ¿Y Estados Unidos?

Estimado lector, la cuestión es que, volviendo al comienzo, lo que suceda en la relación entre Estados Unidos y China nos afectará. Y el impacto mayor podría no ser sólo en temas económicos.
Si usted y yo compartimos la idea de que queremos sociedades donde se ejerzan las libertades, donde los derechos no sean sólo palabras, donde las relaciones entre los miembros de la comunidad entre sí y con el Estado estén reguladas por leyes de efectiva aplicación universal, y que, en consecuencia, pensamos que el sistema democrático tiene posibilidades de lograr esto, entonces, lo que se está discutiendo no es sólo el tamaño de las economías.