Sigo.
Tampoco vi patos ni cisnes, pero sí pelicanos, en La Restinga. Y perros, los infaltables perros raza perro, merodeadores del hotel en el que no sólo se los tolera sino que se los cuida. Son cuatro. De vez en cuando trabajan de perro de sulky y corren a los autos ladrando con de-sesperación. Los autos son los carros, como en Puerto Rico y otros lugares del Caribe. Y el show es el chou. Te pones los chores y te vas a ver el chou a menos que prefieras ir al chóppin a hacer compras.
Los chavistas visten franelas coloradas. Les digo que franelas en mi país quiere decir otra cosa, mucho más satisfactoria. Pero cuando aclaro que acá les decimos remeras, se matan de risa y dicen que eso se parece peligrosamente a rameras. ¿Y qué?, les digo. Pero no hay nada que hacer. Los antichavistas usan franelas, digo remeras, negras, desde hace unos días con leyendas en blanco que rezan ¿Por qué no te callas?
Ah, dicen los chavistas, hay libertad de prensa. En fin. Los diarios (El Universal, El Nacional, creo que algún otro que no leí) dicen lo que se les da la gana y les da la gana muchas cosas irónicas, sarcásticas y que rozan el insulto. Pero poca gente lee los diarios; periódicos allá, aunque son diarios porque salen todos los días y no periódicos que lo serían si salieran todos los martes o cada quince días. La televisión, no. En la televisión no hay libertad de prensa ni de nada porque toda es del teniente coronel Chávez. Y hay que decir que poca gente lee los diarios: el analfabetismo va de la mano de la miseria, allá y en todas partes. Para ver televisión no hay necesidad de leer ni escribir.
No tanto en Caracas, pero en la isla no es fácil entenderse con la gente. Hablan rápido (dicen que nosotros también) y se saltan a la torera un montón de consonantes. Las palatales pasan como un suspiro, un verdadero suspiro que hace un ruidito como el de dos hojas que se rozan. Y para las labiales abren muy poco la boca. De modo que una se pasa el tiempo diciendo ¿Cómo? ¿Qué? ¿Eh? Cuando a una le aconsejan que no cambie dinero en las casas de cambio, la cosa suena como: “No vaia a las hasas de cam…io, señora”. Una dice el consabido ¿cómo? Y ellos repiten y entonces una ya puede decir “aaah”.
También puede ser que no le digan a una señora (o señor, según el caso) sino amigo, o amiga. Pero no suena como el amigo mío criollo, un poco amenazador o por lo menos un poco prepo. Suena suavemente amistoso, no mucho pero algo. Suena como el su mercé colombiano.
Y el dinero, oh el dinero. Nosotros ya pasamos por eso, ¿se acuerdan? Un viaje de quince minutos en taxi puede costar treinta mil bolívares y la primera vez que lo oye, una se quiere suicidar. ¡Treinta mil bolivares! Sí, y algo en el chóppin puede costar un millón doscientos mil bolívares. Pero, tranquilos: desde el primero de enero a los bolívares les van a sacar tres ceros y un viaje en taxi va a costar treinta bolívares que ya suena como un regalo del cielo. En cuanto a ir a las casas de cambio, háganos caso, no vaya. Adentro no hay nadie, salvo una empleada que se pinta las uñas o un empleado que habla por el móvil. Los tacheros y los empleados de los negocios miran para todos lados como conspiradores y cambian lo que sea a precios estupendos, sea cual fuere el color de la remera-franela que una tenga puesta.