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epifanias

Cielo Stravinski

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El último día de las vacaciones escolares de invierno, me sucedió un hecho extraño. Fui con mi mujer y mi hija a ver un espectáculo para niños, en el Centro Experimental del Colón. La obra se llamaba Cielo Stravinski. Extraño, digo, porque nada me hacía pensar que estaba a punto de ver el espectáculo teatral que más me ha conmovido este año. Las grandes obras de teatro no son, a veces, por su temática, buenas para los chicos. Pero las buenas obras infantiles son para todas las edades, sin distinción. Cielo Stravinski está dirigida por Andrea Servera, quien logra fusionar de manera increíble danza, cine, pintura, sonidos y música, entre otras cosas. Cielo Stravinski es un recorrido –literalmente hablando– por diferentes espacios y escenas donde personajes maravillosos bailan, cantan y dramatizan situaciones mientras padres y niños caminan –como en la vía peripatética– disfrutando de las secuencias montadas por bailarines y músicos, recuperando energía y experiencia al son de la maestría del genial compositor. A diferencia de los espectáculos mainstream para niños, no se busca que el chico se enloquezca, se obture, sino que se lo invita a dejar salir toda la poesía sonora y táctil de la que era poseedor antes de sufrir las enseñanzas capitalistas. Algo de lo que escribió Walter Benjamin está en la matriz de este trabajo de Servera: “Los niños están menos intrigados por el mundo preformado que los adultos han creado que por sus residuos. Se sienten atraídos por objetos que carecen de valor o propósito evidente. Los utilizan no tanto para reproducir las obras de los adultos, como para relacionar entre sí, de manera nueva y caprichosa, materiales de muy diverso tipo”. Para Benjamin, el juego de palabras de los niños tenía más relación con los textos sagrados que con el habla adulta. Servera piensa lo mismo