Ya escribí alguna vez sobre mi esporádica pasión por las listas, debilidad que no es nueva ni mucho menos original. Walter Benjamin, Jorge Luis Borges, Susan Sontag solían dedicarse a elaborarlas para su propio uso y el de los demás: listas personales, arbitrarias y en algunos casos excéntricas. Una de las novelas contemporáneas más conocidas estructurada en base a listados es Alta fidelidad, de Nick Hornby. ¿Y qué otra cosa es El canon occidental, de Harold Bloom, sino una larga lista de autores y libros que hay que leer? En mi caso, además de llevar los títulos de mi biblioteca ordenados por género y orden alfabético, hay allí unos cuantos libros por el estilo: 1001 libros que hay que leer antes de morir, Películas clave de la historia del cine, Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder, Los graffittis de Mayo del 68, Buenos Aires Bizarro, Las armas de la conquista de América latina. Hay algo lúdico en hacer listas, algo infantil, y fuera del terreno de lo literario, también es una de las formas periodísticas más eficaces de comunicar una idea, de hacer balances, de vender más ejemplares. Ahí están las famosas listas de las revistas Fortune, Billboard, Time y Science, entre tantas otras.
Ahora acabo de incorporar un nuevo libro a mi biblioteca (que deberé agregar al listado correspondiente, apenas tenga unos minutos): Las grandes películas del cine argentino. 50 títulos significativos, de Daniel López. López (Buenos Aires, 1945) es investigador, programador, crítico y periodista, y trabajó en medios como La Opinión, Página/12 y Cinemanía. En la introducción del libro explica que su selección buscaba encontrar títulos sobresalientes no sólo (o no tanto) por su calidad intrínseca, sino porque “representan la obra de un director valioso, de un actor popular, o porque su éxito de público ha señalado un nuevo camino, es representativo de un género o ha marcado una tendencia”. Aunque algunas partes del prólogo hagan temer lo peor (otro crítico de la vieja guardia enfrentado a los defensores del Nuevo Cine Argentino), lo cierto es que López mantiene a lo largo de las páginas un tono inteligente y zumbón, a veces con un estilo algo atildado, pero más cercano al de un simpático tío cascarrabias que al de un crítico resentido. Y su libro rebosa de información, está bien contextualizado, contiene fichas técnicas completas y está lleno, lleno de listas: las películas que transcurren en albergues transitorios, los filmes peronistas y antiperonistas, o sobre la dictadura, o los que tratan el tema de la homosexualidad.
Su selección abre con ¡Tango! (1932-1933) de Moglia Barth y se cierra con Ronda nocturna (2004) de Edgardo Cozarinsky. López reconoce la importancia del cine independiente de los últimos años (aquí figuran Rapado de Martín Rejtman, Pizza, birra, faso de Caetano-Stagnaro y La ciénaga de Lucrecia Martel), aunque no se priva de tomarles el pelo a los alumnos de las escuelas de cine ni lanzar dardos contra los miembros de la Fipresci. Y si bien uno entiende que evite mencionar alguno de los trabajos de Lisandro Alonso, es más difícil de comprender la exclusión de una película tan relevante como Historias extraordinarias, de Mariano Llinás. Pero López ya lo había dicho, los listados son siempre subjetivos. Así que cada uno tiene el derecho de aprobar o disentir, tachar, modificar o agregar otros títulos a este prolijo y útil trabajo.