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NEWELLS Y EL BARCELONA, Y EL DOLOR DE YA NO SER

Cierto luto futbolero

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Está terminando una semana con olor a final de ciclos. Hablo de fútbol. Y de Barcelona y de Newell’s. Que es lo mismo que hablar de los dos equipos que más placer me provocó ver en los últimos tiempos. Dentro de la Argentina, los rosarinos. Y los catalanes, como concepto universal del buen juego. Trascendiendo ampliamente las fronteras españolas y hasta europeas. No hubo un título deportivo que rotule adecuadamente a Barcelona. La creación de Guardiola debería haber salido campeón  mundial para ubicarlo debidamente en una historia que no se olvide. Me refiero a un Mundial como el que se jugó en Sudáfrica o el que se jugará en Brasil.

De tal modo, lo que se huele es el cierre de una etapa que uno hubiera querido que durase para siempre. No gasten tiempo enumerando diferencias entre ambos equipos. Hay muchísimas. No es la intención de estas líneas siquiera insinuar que Newell’s haya sido el Barça argentino. Aunque ningún otro equipo nuestro haya intentado ni mínimamente reivindicar la pelota como único elemento indispensable del juego. Aunque hoy más de uno aspire a comérselo sin guarnición, por alguna razón los catalanes imaginaron que el Tata Martino merecía heredar esa joya.

Por encima de modos y características, la idea de meter a los dos equipos en la misma bolsa apunta a honrar a aquellos que se animaron a remar contra la corriente. En el fútbol de las últimas décadas, cientos de equipos –es decir, cientos de entrenadores, miles de jugadores y millones de hinchas, además de los consabidos cronistas justificadores de bodrios– escondieron miserias de todo tipo argumentando ser pragmáticos. Lo peor es que más de uno te lo explica como si hubiese sido una elección. Mienten. En la enorme mayoría de los casos, si efectivamente se tratase de “pragmáticos”, no fue por elección, sino porque no pueden intentar algo diferente. Por cierto, “pragmático”  resulta un término demasiado presuntuoso para calificar a once señores dedicados a evitar que otros once jueguen a la pelota, para luego tampoco ellos usar el balón. En días en los que tantos notables del traje y/o la joggineta se esmeran infinitamente más por conseguir que sus equipos no pierdan antes que intentar ganar, el pragmatismo no es sino un eufemismo sustituto de la avaricia y la mediocridad.

Este fenómeno encarnado por una infinidad de conjuntos poderosos –la falta de audacia es una característica inocultable, por ejemplo, en estos tiempos de River y de Boca, para citar sólo a los más convocantes de nuestro mercado–, fue desairado por las apuestas de Barcelona y de Newell’s. Uno, desde la opulencia de una de las billeteras más gordas del planeta. Pero con el real sustento de un proyecto propio, el de esa Masía hoy tan cuestionada por sus fórmulas de reclutamiento. Barcelona compró monstruos. Pero ninguno fue mejor que Iniesta, Xavi o Messi, muchachos de la casa.

El otro, sin ninguna billetera y con la urgencia de los promedios. Se apoyó, directamente, en su gente. En marcas líquidas de la historia reciente leprosa. Martino, Heinze, Maxi Rodríguez, Scocco, Bernardi. Y los pibes. Y jugadores que, como Milton Casco, no hacían pie en ningún lado y hoy son candidatos para un seleccionado post Brasil.

Simplificar la idea enumerando logros sería miserable y ventajero. Barcelona ganó todo y más. Newell’s no sólo salió del pozo, sino que volvió a salir campeón local y arañó su tan soñada Libertadores.

Pero el asunto va mucho más allá de una vuelta olímpica o un festejo en el Monumento a la Bandera.

Se trata de que la victoria sea una consecuencia. Se trata ya no de derrotar circunstancialmente a un adversario, sino de ser mejor. Se trata de disfrutar jugando. Y de lograr que los de afuera también disfrutemos.

Se trata, finalmente, de que los hinchas de fútbol tengamos razones para ver a equipos de los que no somos hinchas. Eso me pasó con Barcelona y con Newell’s hasta este sacudón que caricaturizó su ingenio. Porque hace un tiempito que al equipo del Tata se le destiñeron la cadencia y la armonía para dar paso a cierta ineficacia. Y a Newell’s le ha costado una enormidad ganar partidos desde la mitad del último torneo de 2013 hasta el presente. Dos equipos transparentes a los que le han buscado la vuelta hasta encontrársela. Y en el caso de los catalanes, la serie contra el Atlético del Cholo Simeone lo dejó a la intemperie. Convencido como estuve en su momento de la injusticia que fue aquella eliminación en semifinales a manos del Inter de Mourinho –a quienes digan que los italianos se defendieron bien, les recuerdo que en el último minuto los beneficiaron anulando mal un gol del rival–, esta vez entiendo que la maravilla blaugrana fue decididamente superada por un rival que, curiosamente o no, tampoco se animó del todo a lapidarlo.

Por encima de las coyunturas, asumo cierto luto futbolero en estos días. Descreo de la objetividad periodística: hasta en el orden de las palabras en un copete vive la subjetividad del cronista. Y cuando de fútbol se trata, también pongo en duda a la imparcialidad. ¿O acaso nos da lo mismo la construcción que la destrucción? ¿O la idea puesta al servicio del juego que el músculo como recurso principal?

Sin quitarle legitimidad –cuando la hubiera– a quienes logran objetivos con otro tipo de herramientas, debo por lo menos hacerme cargo de la pena que me da tener la sensación de que, probablemente, no vuelva a verlos tal como fueron. Ojalá me equivoque. Sería pintarle apenitas una mancha más al tigre.