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Cinco

A veces mi jardín parece un jardín para ciegos: son más los olores que los colores. Cuando florecen el tilo, la magnolia y el jazmín de lluvia, eso marea. Yo corto, pongo en floreros y entonces la gente que entra a casa dice: “Aaaaah” y aspira hondo.

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A veces mi jardín parece un jardín para ciegos: son más los olores que los colores. Cuando florecen el tilo, la magnolia y el jazmín de lluvia, eso marea. Yo corto, pongo en floreros y entonces la gente que entra a casa dice: “Aaaaah” y aspira hondo. Esto viene a que el sentido del olfato es más importante de lo que parece, y si no que lo diga mi perro y lo certifiquen los perros de mis amigas. Si a una le piden, así, de sopetón, que nombre uno de los cinco sentidos, seguro que dice: la vista. Y eso porque es el más espectacular. Y porque es el más fácil de probar a no tenerlo. Cerrás los ojos, Etelvina, y jugás a la ceguera. Pero ¿cómo jugás a la falta de tacto? ¿Cómo hacés para no oír? Sí, ya sé: tapones, cachos de algodón, manos apretando las orejas, pero todo es inútil; algo se oye, siempre. ¿Y para suprimir el sentido del gusto? Claro, eso pasa cuando una está horriblemente resfriada: no le sentís el gusto ni a una nuez de watabi. Pero yo hablo de fisiología, no de patología: estamos todas sanitas y pimpantes y tenemos los cinco sentidos limpios, lustrados y tentadores: olamos y toquemos y saboreemos el mundo.
Hace algunos varios muchos años una amiga me regaló una mayólica con la siguiente inscripción que, confesemos, le hubiera horrorizado al mismísimo Gustavo Adolfo Becquer: “Cinco sentidos tenemos, / los cinco los precisamos, / y los cinco los perdemos / cuando nos enamoramos”. Ay. Supongo que yo tendría trece o catorce años, ayer nomás, bueno, anteayer, y la puse sobre mi escritorio en el que hacía los deberes de alumna de segundo año del secundario. Creo que los sentidos (los cinco, los que mandan información a las “pequeñas células grises”) se afinan, se educan, se mejoran. Digo, si una está interesada en ese tipo de actividades. No vale decir: “No entiendo nada de pintura”. No, señoras y señores: hay que mirar. Oír; escuchar también, pero oír, dejar que el ruido del mundo llegue libremente. Probar comidas distintas. La milanesa con puré está muy bien, pero ¿y un tempura de camarones, eh? Tocar, mirar, dejar que el mundo se nos entre por las puntas de los dedos, y también por la superficie de la lengua y la humedad de los ojos. Sin barreras, Etelvina, sin biombos, sin prejuicios.