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Cinco por una

Con su criterio didáctico, Davis se restringe a los que considera perfectos, con lo que parece aludir a la ausencia de errores.

16-4-2023-Logo Perfil
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En un libro de ensayos de Lydia Davis hay uno que se llama “Breves pero perfectos: mis cinco cuentos favoritos”. Como todos los escritores americanos, Davis es profesora de “escritura creativa” y, aunque nunca entenderé qué demonios quiere decir eso, los ensayos muestran que a Davis le interesan los mecanismos del oficio. Su voz tiene el tono aplomado del profesional reconocido que sabe evaluar y cuya experiencia puede servir de ejemplo para los lectores.

Espiar los cuentos preferidos de alguien es siempre una tentación. Aun desde la arbitrariedad, es más fácil elegir cinco escritores, tal vez cinco novelas que cinco cuentos. Con su criterio didáctico, Davis se restringe a los que considera perfectos, con lo que parece aludir a la ausencia de errores. Pero ni siquiera ella se atiene a ese criterio, ya que en las breves explicaciones se nota que seleccionó cinco autores que le gustan y, con la coquetería del descubridor, eludió los relatos más conocidos.

De Kafka, por ejemplo, eligió “La madriguera” (también traducido como “La guarida”), que solo por capricho se puede anteponer al clásico “Ante la ley”. No recordaba el cuento, que es de los que pueden desalentar al lector. Pero sabiendo que alguien lo eligió entre los mejores de la historia, uno lee con otra atención esas treinta páginas en las que un animal impreciso rumia sus miedos sobre las estrategias de construcción y los peligros que acechan a su refugio bajo tierra. Es un gran cuento, otra de esas aparentes alegorías de Kafka de las que es imposible saber qué es lo que alegorizan.

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Algo parecido se puede decir de “Debes saberlo todo” de Isaak Babel, un cuento autobiográfico, primerizo y póstumo, escrito a los 21 años, antes de la Revolución, y al que no se puede juzgar por encima del material de “Caballería roja”. Davis elogia la paulatina densidad en la descripción de la tarde de un chico estudioso en compañía de su abuela judía y tiene razón. El cuento es el acceso a un mundo.

Distinto es el caso de “Deseos” de Grace Paley, relato de una escritora a la que no he leído, que en apenas dos páginas se las arregla para armar una biografía a partir de la devolución tardía de dos libros a la biblioteca pública. Tengo la sospecha de que Davis tiene razón cuando dice que todo lo de Paley tiene el mismo poder de síntesis y la misma densidad extraordinaria.

Flannery O’Connor, la otra mujer americana de la selección, no era sintética ni políticamente correcta, pero sí un volcán trágico cuyos personajes están poseídos por el fracaso y por una cómica monstruosidad. Acaso intercambiable con casi cualquier cosa que haya escrito, “Todo lo que asciende tiene que converger”, contiene uno de los mejores viajes en ómnibus de la literatura.

Acaso “Sam y la langosta” de Samuel Beckett sea perfecto en cuanto a la acumulación de méritos: un uso exuberante de la lengua inglesa, la exploración de la mente de un excéntrico estudiante dublinés, una erudición impecable, un final sobriamente iracundo. Difícil de traducir (de hecho, no lo encontré en castellano), es un cuento temprano, muy influido por Joyce, aunque Beckett parece demostrar que está a la altura del desafío y necesita otros (escribir en francés, por ejemplo).

Debo reconocer que pasé algunas horas gratas gracias a la literatura respetable de Mrs. Davis.