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Cine de pasos

Mubi tiene algunos problemas, como la transmisión: logré ver los trailers en el televisor, pero no las películas.

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Pocas cosas me resultan tan engorrosas como revisar el menú de un restaurante. Prefiero mil veces que me den de comer lo que quieren el mozo o el cocinero: pedirles que elijan ellos pone a prueba su calidad profesional, mientras que aceptar sus consejos define también a los comensales. La costumbre de comer lo que se ofrece ese día se practica en las casas, pero también tiene una larga tradición en dos de las gastronomías más nobles del mundo, la japonesa y la francesa. El menú de pasos es un derivado moderno del banquete francés; los mayores chefs japoneses sientan a los clientes alrededor de ellos y les van dando lo que su inspiración y los productos que compraron ese día les dictan. En cambio, el menú con decenas de páginas es una trampa, porque no todos los platos pueden estar bien preparados cada día.

En Mar del Plata conocí a Chiara Marañón, representante de Mubi, una plataforma de VOD con sede en Londres, que compite (desde muy atrás) con gigantes de hoy como Netflix o de mañana como Amazon. Aunque Mubi incursiona ahora en la distribución en salas y también se pueden alquilar unas pocas películas en el sitio, el núcleo de su oferta, lo que la diferencia de sus pares, es un modo de organizar el catálogo que se parece más al menú de pasos que a la comida a la carta. Por una tarifa mensual, Mubi propone una película por día (sin anuncio previo), que dura en cartel un mes. Según Marañón (no me resisto a agregar que su padre es el goleador histórico del Español de Barcelona), las estadísticas demuestran que, frente a una oferta restringida, el usuario termina viendo más películas que cuando tiene frente a sí un catálogo enorme que lo confunde y lo angustia. Como Chiara me regaló una suscripción, decidí hacer de conejito de Indias y durante una semana me fijé qué estrenaban ese día en Mubi. Debuté con una película británica, Female Human Animal, de Josh Appignanesi, que estuvo en la competencia internacional del Bafici 2018, pero el volumen de la oferta me impidió descubrirla. Ahora la pude disfrutar, junto con El proceso de Welles, East of War de Ruth Beckerman y Patience (after Sebald). Hoy dan Treaure of the Bitch Islands, de mi amigo F.J. Ossang, que pienso ver también. Salteé, en cambio, Rebellion de Mathieu Kassovitz (la selección de cine francés no es del todo confiable).

Mubi tiene algunos problemas, como la transmisión: logré ver los trailers en el televisor, pero no las películas. Y también es muy molesto que a uno lo presionen para que califique las películas o las recomiende. Con su revista de cine online y su interfaz amable, Mubi simula una comunidad de cinéfilos, pero el resultado suena un poco plástico y corporativo más que humano. La programación es festivalera (directores prestigiosos, arte, política, alguna rareza trash), tiene algo de pretencioso, pero hay en Mubi una característica que los festivales van perdiendo: los títulos dialogan entre sí. No es una conversación fluida, pero hay al menos un murmullo: por ejemplo, la película sobre Sebald y la de Beckerman se ocupan del silencio frente a las atrocidades nazis. Tal vez, toda la infraestructura de Mubi sea exagerada para oír ese rumor. Pero cada vez estoy más convencido de que el futuro del cine (si es que tiene alguno) requiere que alguien nos haga confiar en lo que cocina.

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