“Nadie puede ser dueño de la palabra y la expresión de todo un pueblo.”
Cristina Kirchner (Miércoles 18, en el Teatro Argentino de La Plata.)
“No va eso de que si no estoy de acuerdo rompo todo.”
Néstor Kirchner (Jueves 19, en Merlo.)
Leídas así, al pasar y al margen de todo, ¿alguien con dos gramos de sensatez podría estar en desacuerdo con las máximas kirchneristas reproducidas acá arriba? Desde luego que no.
Ya probamos varias veces la tiranía. Y nos fue pésimo.
Ya tuvimos líderes caprichosos o faltos de talante. Y no nos fue mejor.
Porque una cosa son la Biblia y el espíritu del no matarás. Y otra muy distinta es Benedicto XVI pidiéndoles a los africanos que no usen preservativos, mientras el sida los mata como moscas.
El calefón es otra cosa. A ver si me explico. Empecemos por Cristina y la propiedad de la palabra.
Parole, parole... De Raúl Alfonsín para acá, ningún gobernante como los Kirchner trató de dominar lo que se dice o se deja de decir con tanta carga obsesiva, articulando usos y abusos de pautas publicitarias, aprietes privados o descalificaciones públicas a periodistas, compras de medios a mansalva, manipulación de encuestas pagas y tergiversación de estadísticas estatales.
No sólo han sido expertos en decir una cosa mientras hacen otra, empezando por el detalle de que hoy la distribución del ingreso (base ideológica del discurso K) sigue siendo más regresiva que hace 12 años (seis de los cuales gobernaron ellos mismos) y la economía se concentró más. También se caracterizaron por combinar esfuerzos múltiples para que todos cantemos a coro esa canción, a riesgo de terminar convertidos en execrables derechistas, míseros “destituyentes” o “gorilas” a sueldo.
El miércoles, CFK presentó en sociedad el postergado proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, denominación académica de la norma llamada a reemplazar a la anacrónica Ley de Radiodifusión.
Lo hizo prometiendo que la propuesta no viene atada a cuestiones coyunturales, pero desde el mismo escenario donde lanzó sus candidaturas a senadora y a presidenta. Y en el mismo momento en que Diputados daba media sanción al adelantamiento de las elecciones para el 28 de junio.
Dijo que era una ley para todos y contra nadie, mientras desde los palcos superiores la jotapé cantaba: “Tomala vos, dámela a mí, el que no salta es de Clarín”. Y, además de la Marcha Peronista, se entonaba: “Yo soy argentino, soy soldado del Pingüino”.
Con todo su poder de conducción y persuasión, Cristina retó a la muchachada sólo cuando le pedían “huevos, huevos, huevos” para indicarles que mejor vayan pensando alguna rima con sus ovarios. A ver si dejamos de ser tan machistas los progres, che.
Las buenas fotos que exhibe ese proyecto de ley en algunos de sus artículos terminaron formando parte de una película en blanco y negro que ya vimos todos.
Portazos. Néstor se queja de los que rompen todo si algo les sale mal. Pero no desautorizó al piquetero Emilio Pérsico (esa especie de anti Papá Noel del kircherismo) cuando dijo que, si pierden las elecciones, dejarán el Gobierno para entregárselo “a Cobos y a Clarín”. Tampoco desmintió a su viejo amigo y diputado Héctor Alvaro cuando opinó en la misma dirección: “Si al Gobierno le va mal en las elecciones, Cristina debería renunciar”.
Pérsico y Alvaro dijeron lo que dijeron el mismo miércoles, mientras se ultimaban los últimos detalles para el acto de CFK en su teatro preferido, y horas después de que Néstor les bajara esa línea al cabo de un acto realizado el martes, también en La Plata.
Seleccionar un enemigo por día, tensar siempre la cuerda y hacerse las víctimas cada dos por tres, tal parece ser el lema de los Kirchner. La conclusión no es interesada: surge de haberlos visto en acción desde el 25 de mayo de 2003.
Nunca se confirmó (ni se desmintió) que Cristina estuvo a punto de renunciar durante la madrugada en que Julio César Cleto Cobos titubeó su “voto no positivo” para la Resolución 125. Pero resulta que son los propios Pingüinos quienes se la pasan acusando a medio mundo de extorsionarlos para que tuerzan el brazo.
Deberían blanquear ya mismo su postura al respecto. ¿Tienen pensado en serio mandarse a mudar, porque los peronistas no saben “gobernar en minoría”, como dijo Pérsico? Si no fuera así, deberían empezar por casa y repartir unas cuantas patadas en el traste entre esos inefables integrantes de su propia tropa. Y si así fuera, sólo deberían tener en cuenta que no siempre viene al caso el viejo apotegma peronista de que “el que avisa no es traidor”.
Mientras el dilema sigue rodando, una pregunta: ¿por qué no paran un poquito?